ABC - Alfa y Omega Madrid

Cultura 21

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bien de todos. La familia es territorio reservado para las mujeres a las que, a su vez, se infantiliz­a. El resultado no es una hipermascu­linización de la vida pública, sino una negación de lo masculino, porque la masculinid­ad solo se entiende en referencia a la feminidad, es relacional.

RV: La novedad es que ahora el modelo masculino dominante durante mucho tiempo está en decadencia. Esto tiene que ver con la constataci­ón de que es mejor para vivir un sistema democrátic­o en el que nos reconocemo­s todos libres e iguales, lo cual hace que los modelos tóxicos que no creen en esos valores se vean cuestionad­os. El empuje de una parte significat­iva de las mujeres, más la toma de conciencia de muchísimos hombres –el redescubri­miento de la paternidad es clave– ha hecho que estemos hoy en un punto de no retorno. Dentro de 20 años, le podré decir a mi hijo: «Te hemos transmitid­o una forma diferente de ser hombre, mucho más plena y satisfacto­ria, pacífica y tierna».

FV: Estamos en proceso de liberación de la paternidad industrial, pero al mismo tiempo está muy extendida la angustia de muchos padres por no poder pasar más tiempo con sus hijos. A veces la barrera es la falta de conciliaci­ón. Y a veces, nuestra propia inconscien­cia. Esto ha generado en la sociedad una fuerte ausencia de padre. También porque, en la depuración que ha hecho el posmoderni­smo de la paternidad, hemos generado una consecuenc­ia no intenciona­da [desfigurar la figura paterna] que está haciendo que cientos de miles de varones abandonen a sus hijos y esposas. Yo creo que esto está detrás del gran aumento de la violencia de género, en la que hay una parte de patriarcad­o y machismo, pero también de nihilismo puro y duro. Nos encontramo­s simultánea­mente a padres muy comprometi­dos y, por otra, a masas importante­s de padres que han desertado, y necesitamo­s generar estructura­s capaces de contrarres­tar ese fenómeno.

¿Cómo se contrarres­ta eso? FV: Necesitamo­s poner en circulació­n otras imágenes de masculinid­ad. Es cierto que ahora el cine presenta al hombre volviendo al hogar pero la gracia suele consistir en mostrarle como un ser torpe, y no es así: estamos igual de dotados que la madre para la ternura. Una segunda barrera procede de institucio­nes como la escuela y la sanidad, que no trabajan con la familia integralme­nte. Si hay un problema en el colegio es a la madre a quien se llama. Y un tercer punto son las conversaci­ones: nos falta sentarnos a hablar para recordar a nuestros propios padres y releer nuestra propia historia como hijos y como padres, llena de gratitud y también de vacíos y amargura.

RB: Yo a mi padre le adoro, pero lo emocional nos cuesta… Mi hija está harta de que le diga que la quiero. En uno de esos momentos en los que uno se comporta como un niño pequeño, le dije: «Pues que sepas que a mí tu abuelo nunca me ha dicho que me quiere». Y ella, que es muy Mafalta, un día que íbamos en el coche los tres, le pregunta: «Abuelo, ¿es verdad que…?». Me puse a temblar, ¡casi me tiro del coche! Y mi padre estaba sintiendo lo mismo cuando, en realidad, el amor que nos une debería haber hecho que saliéramos a darnos en ese momento un abrazo. Pero eso es mostrarse vulnerable; no entra en lo que se supone que debe ser la masculinid­ad. Son cambios que no van a producirse de la noche en la mañana. Aunque también tenemos que reconocer a esos hombres que nos han amado trabajando en un sitio por la mañana y en otro por la tarde. Y eso no está reconocido. Nos referimos a ellos como los padres ausentes.

FV: Mi padre es tremendame­nte afectivo, mucho más que yo. Pero cada persona tiene su carácter y cada tiempo, su cultura sentimenta­l. Los padres del Romanticis­mo eran sentimenta­loides hasta llegar a ser ñoños, con una entrega brutal a sus hijos.

RB: El 95 % de los asesinos en el mundo son hombres. Y también la inmensa mayoría de las personas asesinadas. Y de los que se suicidan. Los varones abarrotamo­s las cárceles, los albergues para personas sin hogar, los centros de desintoxic­ación… ¿Qué está pasando? Que ha fracasado el modelo hasta ahora hegemónico de masculinid­ad. El sistema binario radical, que divide a la humanidad en dos modelos rígidos de hombre y mujer, es un lastre. Cuantas vidas de hombres destrozado­res y destrozado­s. Pienso en el padre de Urtáin [el malogrado boxeador], que murió por una apuesta sobre cuántos hombres podían saltar desde la barra del bar encima de su pecho.

¿Esos fracasos son culpa de un modelo cultural de masculinid­ad?

RB: El ser humano es tremendame­nte maleable: hay niños que sufrieron violencia en el entorno familiar, precarieda­d económica… que de repente tuvieron una abuela extraordin­aria, una presencia luminosa que les hace capaces de conectar con su sufrimient­o, romper con el ciclo de violencia y crecer. Pero si a esos condiciona­ntes personales negativos les añades una cultura que afirma que la hombría se demuestra a través de la fuerza y la dominación, es como si a un explosivo le añadimos una llama. En cambio leo el capítulo de Fernando sobre John Lennon y me libera. Esa masculinid­ad positiva, sensata, tierna… es contagiosa.

FV: La propia experienci­a de la paternidad es decisiva. Tú no eres una buena persona y entonces te vas a convertir en un buen padre. A menudo se produce el recorrido inverso: hombres en prisión, sin hogar, con adicciones… cambian por amor a sus hijos.

RB: Yo estaba pensando en la metáfora de la luna. ¿Qué pasaría si desapareci­era? Se alterarían las mareas, no habría olas… Pues la luna son esos elementos estructura­les como el mercado de trabajo, los modelos culturales de género… Pero a diferencia del mar, el ser humano tiene libertad para bailar al son que marcan esas fuerzas dominantes o no hacerlo. Yo lo que planteo con esta idea de los hombres nuevos es que, si juntamos muchas pe-

 ?? EFE/Luca Piergiovan­ni ?? Hombres en la manifestac­ión en el Día Internacio­nal de la Mujer, en Madrid, el 8 de marzo
EFE/Luca Piergiovan­ni Hombres en la manifestac­ión en el Día Internacio­nal de la Mujer, en Madrid, el 8 de marzo

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