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En el sendero de Pío, más allá de los estigmas

▼ Padre Pío es mundialmen­te conocido como Muchos acudían a sus misas movidos por el morbo. O por la curiosidad de conocer a un hombre famoso. Otros lo veían como la reencarnac­ión de Cristo, un santo en vida. Pero aquellas heridas eran para él signo de con

- Andrés Beltramo Álvarez Ciudad del Vaticano el fraile de los estigmas.

«Muchos están dispuestos a poner un “me gusta” en la página de los grandes santos, pero ¿quién es como ellos? Porque la vida cristiana no es un “me gusta”, sino un “me entrego”», exclamó el Papa, ante 30.000 fieles congregado­s en el atrio de la iglesia de San Pío en Pietrelcin­a, corazón del sureño pueblo italiano de San Giovanni Rotondo.

Un mensaje que retumbó en aquella calurosa mañana del sábado 17 de marzo. Por primera vez un Pontífice llegaba hasta Piana Romana, el pueblo donde Francesco Forgione –como se llamaba realmente el fraile– vivió en su infancia. Ahí mismo, bajo un enorme olmo y a cuatro semanas de su ordenación sacerdotal, recibió los estigmas definitivo­s. Ocurrió el 20 de septiembre de 1918.

Han pasado casi 100 años desde aquel episodio inexplicab­le. Y 50 del fallecimie­nto de fray Pío. Para recordar estas dos efemérides, Jorge Mario Bergoglio decidió realizar un viaje brevísimo. Apenas siete horas.

«Fue un tour de force, casi un camino penitencia­l del Santo Padre, frugal, como un verdadero peregrino. No almorzó ni siquiera con los frailes o el arzobispo. Creo que se trata de la voluntad del Papa de evidenciar al hombre de los estigmas. Un hombre de oración y de sufrimient­o, que confesaba de la mañana a la tarde, como dijo Pablo VI. Fue a honrar el misterio de Dios en el cuerpo del único sacerdote estigmatiz­ado en la historia de la Iglesia», precisa Antonio Belpiede, procurador general de la Orden de los Frailes Capuchinos.

Los lugares, los gestos

De ahí que el Pontífice haya querido dedicar buena parte de su visita a cumplir el sendero de Pío. No solo recorrer sus lugares, también cumplir sus gestos. Para nada casual resulta, entonces, que una de las fotos emblema de la breve visita muestre al Papa en la minúscula habitación del santo, tal como él la usaba. En la imagen, se ve a Francisco de pie, reflexivo. Casi como si hubiese entrado de puntillas en la intimidad del fraile.

Pío siempre tuvo una personalid­ad fascinante. Tan atractiva que, con los años, su santuario se convirtió en uno de los más visitados de Italia y de Europa. En su momento de esplendor recibía casi ocho millones de fieles al año. Pero las cosas cambiaron desde hace diez años. «La terrible crisis económica disminuyó a la mitad la afluencia de peregrinos –reconoce Belpiede–. Cambió el estilo de la peregrinac­ión y se adaptó un poco a estos tiempos austeros. Ahora la gente prefiere viajar toda la noche y estar aquí apenas un día, cuando antes venían al menos dos».

Francisco inició su viaje en Piana Romana. Procedente del Vaticano, aterrizó en una plazoleta cercana. Allí sostuvo un encuentro con los fieles y después se detuvo en oración en la capilla de los estigmas.

«Este humilde fraile capuchino ha sorprendid­o al mundo con su vida

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