La educación es una tarea pascual
Carta semanal del cardenal arzobispo de Madrid Hoy se dan fronteras en el pensamiento y se intenta fijar un pensamiento único y débil, por lo que tenemos que proponer lugares en los que el ser humano pueda recibir una verdadera educación que le haga libr
Estamos celebrando la Semana Santa, la semana pasada os hablaba de ella; en esta ocasión os hablaré del significado de la Pascua en la tarea educativa. Hoy tenemos ante nosotros un desafío cultural y educativo que hemos de afrontar con serenidad, pero también con toda la pasión, quienes creemos que el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios está llamado a dar un profundo cambio a este mundo. La educación es tarea pascual. Es una tarea de frontera para la vida y misión de la Iglesia y lo es para toda la sociedad.
Con una fuerza grande hemos de decir que se dan hoy fronteras en el pensamiento y se intenta fijar un pensamiento único y débil. Lo cual es un suicidio para el ser humano y una dictadura encubierta, pero perfectamente abierta y diseñada por quienes quieren hacer del hombre un muñeco movido con sus hilos. La Iglesia tiene una experiencia universal de proponer lugares educativos en las más diversas circunstancias, culturas y situaciones. Y siempre lo ha hecho con propuestas para pensar, no para imponer. Tenemos que proponer lugares en los que el ser humano pueda recibir una verdadera educación que le haga libre. En este momento que vivimos, me atrevo a decir que necesitamos
maestros con unas características que creo son fundamentales: a)
Artistas de la comunicación, que no van a hacer adeptos a sus ideas, sino a hacer pensar; que no buscan ideologizar, sino hacer personas con hondura, sabias, que les lleven a hacerse preguntas y a saber hacer preguntas; b) Iluminadores y encendedores de
la mente y el corazón, con capacidad de iluminar la mente y encender el corazón de cuantos son sus discípulos, con inmensa paciencia, sencillez, delicadeza, humildad, caridad, con el buen ejemplo dado con su propia vida;
c) Con método socrático, sirviéndose del diálogo, preguntando y dejando responder a quienes se pregunta o mostrando que no saben responder y que ello les lleva a buscar más sabiduría.
Las ocho bienaventuranzas de la educación
Me atrevo a deciros ocho bienaventuranzas que son clave en la obra educativa y que estoy seguro de que aceptarán todos los que crean, defiendan
y promuevan la persona humana y su desarrollo:
1. Bienaventurados los que creen que la educación es una obra de
amor. No basta una buena teoría o doctrina que comunicar; hace falta algo muy grande y muy humano. Los grandes educadores vieron la importancia de la cercanía vivida diariamente y que es propia del amor.
2. Bienaventurados los que han descubierto que la educación es ejercicio y respuesta de libertad. La educación es siempre una invitación a la libertad, que se manifiesta cuando desde la propuesta cristiana se llama a la fe y a la conversión, pero son los educandos, cada uno a su edad y desde la respuesta que pueden dar, quienes toman la decisión.
3. Bienaventurados los que son capaces de mostrar que hay cuestiones que son definitivas y, por tanto, dan y muestran una educación integral. Nuestra tarea como educadores va mucho más allá de lo técnico y profesional, debe comprender todas las dimensiones de la persona, todos sus
aspectos, su faceta social y su anhelo de transcendencia, así como la dimensión más noble como es el amor. No hay cuestión más insidiosa para educar que el relativismo, que nada reconoce como definitivo, que no reconoce todas las dimensiones del ser humano, que deja como última medida el propio yo con todos sus caprichos y hace inviable una auténtica educación.
4. Bienaventurados los que saben educar en la verdad del amor y
del sentido de la vida. Hay que salir al encuentro del hermano. Es clave descubrir que hemos sido creados por amor y para el amor. Educar no es solo ni fundamentalmente transmitir habilidades o capacidades, hay que entregar sin miedo los verdaderos valores que dan fundamento a la vida, a la existencia humana. 5. Bienaventurados quienes educan siendo testigos. La figura del testigo es central, pues no solamente transmite y entrega informaciones, sino que tiene un compromiso con la verdad y la propone y entrega con su propia vida. Su vida se convierte en un libro abierto en el que se puede leer y a través del cual crear entusiasmo.
6. Bienaventurados quienes no permanecen indiferentes ante situaciones y tendencias que son destructivas de la persona y de la sociedad. Todo aquello que promueve el relativismo, la cultura del consumo, la profanación del ser humano, no puede ser indiferente a nosotros; nosotros decimos un sí a todo hombre sea quien sea, y somos impulsados a salir a su encuentro en cualquier situación en la que se encuentre.
7. Bienaventurados quienes asumen como tarea prioritaria mostrar el rostro del verdadero humanismo a los niños y a los jóvenes. Los niños y los jóvenes tienen derecho a que se les entreguen todas y cada una de las dimensiones que constituyen su ser personal; quienes retiran algún aspecto, con palabras del Señor, «son ladrones y salteadores». Los niños y jóvenes son la primera riqueza del mundo, hay que entregarles valores humanos y morales que les den confianza en ellos mismos y capacidades para ocuparse de sus hermanos.
8. Bienaventurados quienes apuestan por una educación forjadora de cultura y de humanidad. Imitemos a san Pablo. Pude ver antes de la Semana Santa la película Pablo,
el apóstol de Cristo y me llamó la atención algo muy sencillo en el diálogo establecido entre Pablo y Lucas: esa invitación a encontrarnos con Jesucristo. Él tuvo este encuentro y fue fascinado por el Señor, que hizo de él un humilde, fiel y valiente heraldo de la Buena Noticia, forjador de una cultura y de un humanismo que define bellamente en la primera Carta a los tesalonicenses: los «instruidos por Dios», es decir, los que tienen a Dios como maestro, esos que forjan una manera de vivir y de estar presentes en este mundo.