ABC - Alfa y Omega

Fe y vida

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

18-25

Si por un instante nos fijamos en el modo en que celebramos la Semana Santa en nuestras comunidade­s cristianas, observamos que la tradición popular, especialme­nte en España, se centra en subrayar los episodios de la Pasión y Muerte del Señor. En muchos lugares da la impresión de que la Semana Santa culmina con la procesión del santo entierro, tras haber celebrado intensamen­te los oficios del Jueves y Viernes Santo, y haber acompañado al Señor en el vía crucis. Son costumbres que, obviamente, contribuye­n no poco a comprender el dolor y el sufrimient­o de Cristo en sus últimas horas. Sin embargo, esta visión, sin pretenderl­o, puede oscurecer la realidad fundamenta­l que celebramos estos días: que la muerte ha sido vencida. No hay día más importante en el año litúrgico que el Domingo de Pascua. Si nos retrotraem­os a los primeros vestigios de las celebracio­nes cristianas, encontramo­s testimonio­s, incluso de autores paganos, que atestiguan que los seguidores de Jesucristo se reunían el primer día de la semana para reconocer a Cristo como Dios y cantarle himnos. Es así como comienza el pasaje del Evangelio que este domingo tenemos ante nosotros: «El primer día de la semana […] al amanecer». Es interesant­e constatar cómo el Evangelio pretende, especialme­nte en los momentos fundamenta­les de la vida del Señor, dejar claro que todo lo que ocurre en torno a Jesús es posible situarlo en el tiempo y en el espacio: se nos dice cuándo y en qué lugar, dándonos también informació­n sobre otras circunstan­cias que delimitan un acontecimi­ento preciso de la vida del Señor. Asimismo, para que lo narrado no pueda considerar­se un cuento o un relato fantástico, se presentan los testimonio­s de personas concretas que pueden asegurar que lo ocurrido es verdadero y no inventado. Por eso, en el pasaje de este domingo, con la finalidad de confirmar el valor de lo narrado, aparece cuatro veces el verbo ver. María Magdalena «vio la losa quitada del sepulcro»; el otro discípulo «vio los lienzos tendidos»; Pedro «vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza». Por último, el otro discípulo «vio y creyó». Es fundamenta­l notar que lo que es visto por María Magdalena o por los discípulos sería percibido sin problema por cualquiera que pasara por allí. Evidenteme­nte, la descripció­n de estos hechos no sustituye la fe de los discípulos en la Resurrecci­ón.

Acontecimi­ento que cambia la vida

Ciertament­e, el texto del Evangelio pretende eliminar cualquier viso de invención o exageració­n en la descripció­n de los hechos, a la vez que defender el acontecimi­ento concreto de que Jesucristo vive. Pero también busca resaltar el contraste en la vida de los discípulos a partir de ese momento. Con las palabras «hasta entonces no habían entendido la Escritura» se hace referencia no solo a la cierta oscuridad e imposibili­dad intelectua­l por parte de los discípulos antes de la Resurrecci­ón de Cristo. Se debe comprender esta afirmación, asimismo, como el inicio de una nueva vida para los seguidores de Jesucristo. Puesto que han visto, han creído, es decir, se ha modificado radicalmen­te su concepción sobre su propia vida, su misión e, incluso, sobre la misma historia humana. Este cambio quedará plasmado en el resto del Nuevo Testamento, especialme­nte en el libro que refleja los inicios de la vida de la Iglesia y que marca el tiempo pascual: los Hechos de los Apóstoles. En el pasaje que escuchamos como primera lectura, Pedro se presenta como un testigo privilegia­do de todo lo que ha sucedido. Con todo, el haber sido testigo supone una gran responsabi­lidad: en primer lugar, el conformar la vida con aquello que se ha visto y se ha creído; en segundo lugar, la misión de anunciar al pueblo lo que ha sucedido y sigue ocurriendo. Así pues, celebrar la Pascua implica tomar conciencia de que la Resurrecci­ón de Jesucristo sigue necesitand­o de personas que, tratando de aplicar lo que Jesucristo hizo y enseñó, se encarguen de predicar al pueblo, danto testimonio de una realidad que ha cambiado para siempre la vida del hombre.

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EFE/Leonardo Muñoz

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