ABC - Alfa y Omega

La educación es una tarea pascual

Hoy se dan fronteras en el pensamient­o y se intenta fijar un pensamient­o único y débil, por lo que tenemos que proponer lugares en los que el ser humano pueda recibir una verdadera educación que le haga libre

- +Carlos Card. Osoro Arzobispo de Madrid

Estamos celebrando la Semana Santa, la semana pasada os hablaba de ella; en esta ocasión os hablaré del significad­o de la Pascua en la tarea educativa. Hoy tenemos ante nosotros un desafío cultural y educativo que hemos de afrontar con serenidad, pero también con toda la pasión, quienes creemos que el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios está llamado a dar un profundo cambio a este mundo. La educación es tarea pascual. Es una tarea de frontera para la vida y misión de la Iglesia y lo es para toda la sociedad.

Con una fuerza grande hemos de decir que se dan hoy fronteras en el pensamient­o y se intenta fijar un pensamient­o único y débil. Lo cual es un suicidio para el ser humano y una dictadura encubierta, pero perfectame­nte abierta y diseñada por quienes quieren hacer del hombre un muñeco movido con sus hilos. La Iglesia tiene una experienci­a universal de proponer lugares educativos en las más diversas circunstan­cias, culturas y situacione­s. Y siempre lo ha hecho con propuestas para pensar, no para imponer. Tenemos que proponer lugares en los que el ser humano pueda recibir una verdadera educación que le haga libre. En este momento que vivimos, me atrevo a decir que necesitamo­s

maestros con unas caracterís­ticas que creo son fundamenta­les: a)

Artistas de la comunicaci­ón, que no van a hacer adeptos a sus ideas, sino a hacer pensar; que no buscan ideologiza­r, sino hacer personas con hondura, sabias, que les lleven a hacerse preguntas y a saber hacer preguntas; b) Iluminador­es y encendedor­es de

la mente y el corazón, con capacidad de iluminar la mente y encender el corazón de cuantos son sus discípulos, con inmensa paciencia, sencillez, delicadeza, humildad, caridad, con el buen ejemplo dado con su propia vida;

c) Con método socrático, sirviéndos­e del diálogo, preguntand­o y dejando responder a quienes se pregunta o mostrando que no saben responder y que ello les lleva a buscar más sabiduría.

Las ocho bienaventu­ranzas de la educación

Me atrevo a deciros ocho bienaventu­ranzas que son clave en la obra educativa y que estoy seguro de que aceptarán todos los que crean, defiendan

y promuevan la persona humana y su desarrollo:

1. Bienaventu­rados los que creen que la educación es una obra de amor. No basta una buena teoría o doctrina que comunicar; hace falta algo muy grande y muy humano. Los grandes educadores vieron la importanci­a de la cercanía vivida diariament­e y que es propia del amor.

2. Bienaventu­rados los que han descubiert­o que la educación es

ejercicio y respuesta de libertad. La educación es siempre una invitación a la libertad, que se manifiesta cuando desde la propuesta cristiana se llama a la fe y a la conversión, pero son los educandos, cada uno a su edad y desde la respuesta que pueden dar, quienes toman la decisión.

3. Bienaventu­rados los que son capaces de mostrar que hay cuestiones que son definitiva­s y, por tanto, dan y muestran una educación integral. Nuestra tarea como educadores va mucho más allá de lo técnico y profesiona­l, debe comprender todas las dimensione­s de la persona, todos sus aspectos, de transcende­ncia, su faceta así social como y su la dimensión anhelo hay cuestión más noble más como insidiosa es el para amor. educar No que como el relativism­o, definitivo, que que no nada reconoce reconoce todas las dimensione­s del ser humano, que deja como última medida el propio yo con todos sus caprichos y hace inviable una auténtica educación.

4. Bienaventu­rados los que saben educar en la verdad del amor y del sentido de la vida. Hay que salir al encuentro del hermano. Es clave descubrir que hemos sido creados por amor y para el amor. Educar no es solo ni fundamenta­lmente transmitir habilidade­s o capacidade­s, hay que entregar sin miedo los verdaderos valores que dan fundamento a la vida, a la existencia humana. 5. Bienaventu­rados quienes educan siendo testigos. La figura del testigo es central, pues no solamente transmite y entrega informacio­nes, sino que tiene un compromiso con la verdad y la propone y entrega con su propia vida. Su vida se convierte en un libro abierto en el que se puede leer y a través del cual crear entusiasmo.

6. Bienaventu­rados quienes no permanecen indiferent­es ante situacione­s y tendencias que son destructiv­as de la persona y de la sociedad. Todo aquello que promueve el relativism­o, la cultura del consumo, la profanació­n del ser humano, no puede ser indiferent­e a nosotros; nosotros decimos un sí a todo hombre sea quien sea, y somos impulsados a salir a su encuentro en cualquier situación en la que se encuentre.

7. Bienaventu­rados quienes asumen como tarea prioritari­a mostrar el rostro del verdadero humanismo a los niños y a los jóvenes. Los niños y los jóvenes tienen derecho a que se les entreguen todas y cada una de las dimensione­s que constituye­n su ser personal; quienes retiran algún aspecto, con palabras del Señor, «son ladrones y salteadore­s». Los niños y jóvenes son la primera riqueza del mundo, hay que entregarle­s valores humanos y morales que les den confianza en ellos mismos y capacidade­s para ocuparse de sus hermanos.

8. Bienaventu­rados quienes apuestan por una educación forjadora de cultura y de humanidad. Imitemos a san Pablo. Pude ver antes de la Semana Santa la película Pablo,

el apóstol de Cristo y me llamó la atención algo muy sencillo en el diálogo establecid­o entre Pablo y Lucas: esa invitación a encontrarn­os con Jesucristo. Él tuvo este encuentro y fue fascinado por el Señor, que hizo de él un humilde, fiel y valiente heraldo de la Buena Noticia, forjador de una cultura y de un humanismo que define bellamente en la primera Carta a los tesalonice­nses: los «instruidos por Dios», es decir, los que tienen a Dios como maestro, esos que forjan una manera de vivir y de estar presentes en este mundo.

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Valerio Merino Un maestro ayuda a una alumna, en el colegio de los salesianos de Córdoba

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