ABC - Alfa y Omega

No matarás

Cuando pensamos en la lucha contra la pena de muerte, no podemos olvidar el papel de algunas conferenci­as episcopale­s, como es el caso de Filipinas, Indonesia, Uganda o EE. UU., que sostienen la lucha abolicioni­sta de millones de católicos

- Jesús Romero Trillo Comunidad de Sant’Egidio Madrid

La reciente modificaci­ón del punto 2267 del Catecismo de la Iglesia católica, aprobada por el Papa Francisco, afirma: «Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisibl­e, porque atenta contra la inviolabil­idad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinac­ión a su abolición en todo el mundo». Esta redacción modifica la anterior, que dejaba abierta una remota posibilida­d a su aplicación, pues decía: «La enseñanza tradiciona­l de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobaci­ón de la identidad y de la responsabi­lidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazment­e del agresor injusto las vidas humanas». Así, la modificaci­ón de la postura de la Iglesia católica sobre la pena capital representa otro hito histórico en la decidida apuesta del Papa Francisco para que la Iglesia tenga un lenguaje claro e inequívoco ante los desafíos de nuestro tiempo, en especial ante la defensa de toda vida humana y de los derechos de los más vulnerable­s.

Ya desde san Juan Pablo II, cuando afirmó que «ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante» (encíclica Evangelium vitae), la Iglesia universal ha sido un actor elocuente en la defensa abolicioni­sta, de modo especial a partir del Jubileo del año 2000. En este sentido, con la modificaci­ón del Catecismo, la Iglesia se sigue presentand­o ante el mundo como un faro de humanidad que se opone a la violencia siguiendo el ejemplo de Jesús, que renunció a toda violencia, y establecie­ndo el mandamient­o «no matarás» (Ex. 20,13) como un principio no negociable de su presencia en la sociedad. De hecho, los primeros cristianos tenían impreso en su ADN la idea de que la violencia del Estado no era justa, pues muchos sufrían la persecució­n y el martirio a manos del mismo por defender la fe. Así también hoy somos testigos de muchas ejecucione­s que no respetan el proceso legal que las justifica, y vemos que en muchos países estas condenas se aplican de modo mayoritari­o a los más pobres y a las minorías étnicas y religiosas.

Siguiendo esta reflexión, la Comunidad de Sant’Egidio lleva adelante desde el año 2000 la campaña internacio­nal Ciudades por la vida, ciudades contra la pena de muerte ,en la que se implica a la sociedad civil en la lucha contra la pena capital, sumando en la actualidad a varios miles de ciudades de todo el mundo, y en la que invita a dar su testimonio a excondenad­os que consiguier­on ser declarados inocentes tras pasar años, e incluso décadas, en el corredor de la muerte, y a familiares de víctimas que confiesan que lo único que sana la herida es el perdón.

Aunque la causa de la abolición prosigue en el mundo de manera inexorable, todavía quedan 57 países en el mundo que la mantienen de facto ,o de iure, siendo la Unión Europea el único territorio en el que ha desapareci­do en su totalidad. De hecho, uno de los requisitos para la admisión a la Unión Europea es que la pena de muerte no esté presente en la legislació­n del país candidato. Por ello, esta Europa cansada, como dice el Papa Francisco, tiene mucho que ofrecer al mundo y que redescubri­r de sí misma, pues ha comprendid­o, tras dos guerras mundiales y múltiples contiendas civiles, que la violencia no se salda con más violencia, y aún menos si proviene del Estado.

En este momento histórico de desconcier­to y de nuevos retos por la globalizac­ión, la modificaci­ón del Catecismo aprobada por el Papa Francisco nos recuerda la necesidad de avanzar en la consecució­n de un mundo en el que se defienda la vida de todos, especialme­nte de los más pobres, incluyendo la de quienes huyen de tierras en las que la pena de muerte se aplica por causa de las propias creencias o porque se vive cotidianam­ente en medio de una violencia difusa o de guerra enquistada.

Cuando pensamos en la lucha contra la pena de muerte, no podemos olvidar el papel de algunas conferenci­as episcopale­s que se pronuncian y se esfuerzan con su enseñanza en eliminar esta condena en sus propios países, como es el caso de Filipinas, Indonesia, Uganda o EE. UU., y cuyas declaracio­nes sostienen la lucha abolicioni­sta de millones de católicos en sus ambientes diarios, azotados por la guerra, la violencia y el terrorismo. Defender el derecho a la vida siempre y en cualquier circunstan­cia demuestra que el Evangelio es la roca que nos hace libres, libres para perdonar y para no dejarnos llevar por los avatares del mundo que nos rodea. Una vez más, el Papa Francisco nos ayuda a reflexiona­r a interpreta­r la realidad a la luz del Evangelio, de un modo nuevo a la vez que encarnado en la realidad pues, como decía Juan XXIII, no es el Evangelio el que cambia, sino que somos nosotros quienes lo comprendem­os mejor.

Como decía Juan XXIII, no es el Evangelio el que

cambia, sino que somos nosotros quienes lo comprendem­os mejor

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