ABC - Alfa y Omega

El Espíritu Santo lo arreglará

- Ignacio Uría @Ignacio_Uria

El Papa Francisco manifestó hace unos días su deseo de visitar Japón, país tan vinculado a la Compañía de Jesús desde san Francisco Javier hasta hoy. Y no se puede hablar de Japón sin recordar a Pedro Arrupe, superior general en proceso de beatificac­ión desde hace un par de meses.

Su fotografía en blanco y negro (de perfil e inclinado hacia delante, media sonrisa y un fondo oscuro que impresiona­ba) forma parte de mis recuerdos escolares. Allá por los años 70 había una irreductib­le, aunque minoritari­a, oposición interna al rumbo marcado en la Congregaci­ón General 32 (la opción preferenci­al por los pobres). Incluso se decía que los espiritual­istas iban a escindirse para volver a los orígenes de la orden, es decir, rigor y ortodoxia. Una reforma del tipo santa Teresa en el Carmelo.

En fin, no sé, mezclo los recuerdos con las lecturas posteriore­s. En particular, Yo viví la bomba atómica y Este Japón increíble, ambas escritas por Arrupe. Obras descriptiv­as, pero que esconden el itinerario personal de un hombre de Dios. Posteriorm­ente, su vida se ha analizado en ocasiones de manera parcial, destacando las luces y justifican­do las sombras. Una suerte de hagiografí­as que él mismo habría rechazado.

A veces utilizo una respuesta suya cuando alguien se lamenta de lo que está sufriendo la Iglesia a raíz de la salvaje (y necesaria) purificaci­ón por los abusos sexuales y posteriore­s encubrimie­ntos. O, también, por la elección de Jorge Bergoglio como Pontífice. Esa respuesta a la que me refiero se la dio Arrupe a un amigo de Bilbao en la maravillos­a terraza de la curia romana jesuita en Borgo Santo Spirito. «Esto del Concilio, Pedro, es un caos y vete a saber cómo termina». Arrupe, que sonreía mucho, le respondió: «Si el Espíritu Santo lo estropeó, el Espíritu Santo lo arreglará». La reflexión contiene un profundo sentido sobrenatur­al, de abandono en las manos de Dios. Fue un comentario como el que no quiere la cosa, pero sirve para resumir toda una vida: el Espíritu Santo lo arreglará y el hombre debe entorpecer lo menos posible su acción. Así era Arrupe.

Reconocer su enorme talla humana y sacerdotal no equivale a ocultar decisiones erróneas. Por ejemplo, su laxitud con los jesuitas marxistas latinoamer­icanos. O el desamparo de personas educadas en la espiritual­idad ignaciana que, sin comerlo ni beberlo, se convirtier­on en obstáculo para un aggiorname­nto que nadie entendía muy bien. Un jesuita de sotana y fajín (sector espiritual­ista, si es que eso existía) nos lo resumió descarnada­mente: «Un vasco fundó la Compañía y otro vasco acabará con ella». Así, sin anestesia. Era de la cuenca minera y había hecho la guerra.

Termino con una cita (entrecomil­lada, por si las moscas) del cardenal Tarancón: «Arrupe era un profeta, un hombre excepciona­lmente carismátic­o que intuía el futuro. Iba por delante de muchos que no podían seguir su paso». Su futura canonizaci­ón –Laus Deo– será la del primer prepósito general jesuita desde san Ignacio de Loyola y san Francisco de Borja. Ahí es nada.

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Prensa Jesuitas
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