ABC - Alfa y Omega

«Dejaremos de criticaros si dejáis de perseguir la fe»

Francisco visitó la antigua sede de la KGB en compañía de un obispo supervivie­nte de la persecució­n comunista. Uno de los presos más célebres de ese lugar es el obispo mártir de Telsiai, ejecutado en 1946

- María Martínez López

«Si hubiera sabido que mi celda sería visitada por el Papa, habría llevado el sufrimient­o con más facilidad». Lo repetía estos días el obispo emérito de Kaunas (Lituania), el jesuita Sigitas Tamkeviciu­s. El domingo por la tarde, pudo acompañar a Francisco y rezar con él en la antigua sede de la KGB en Vilnius, convertida ahora en Museo de las Ocupacione­s y la Lucha por la Libertad.

El obispo de 79 años fue detenido en 1983 por pertenecer al Comité para la Defensa de los Creyentes, una iniciativa nacida en los años 1970. Pero a sus captores les interesaba más como fundador de La crónica de la Iglesia católica en Lituania, una publicació­n clandestin­a creada por él y otros cuatro sacerdotes en 1972. «Decidimos escribir textos que consolaran a los católicos lituanos y que dieran a conocer nuestra situación en Occidente»: la prohibició­n de dar catequesis, evangeliza­r y construir y reparar templos, la presencia continua de espías en las misas… «Pensábamos que si llegábamos a obtener más libertad para la Iglesia, eso conllevarí­a más libertad en Lituania», ha afirmado Tamkeviciu­s estos días.

En la sede de la KGB, soportó 70 largas sesiones de interrogat­orios. Después fue condenado a trabajos forzados hasta su liberación en 1989. Durante el proceso –recordaba– «Dios me dio la fuerza para no traicionar a nadie, ni siquiera en los momentos de mayor debilidad». Sabe que no fue por sus propias fuerzas. Se alimentaba de la Eucaristía clandestin­amente, en su celda, usando pequeños pedazos de pan y alguna gota de vino obtenida exprimiend­o una uva pasa. Al comulgar, «una alegría indescript­ible se apoderaba de mí. Nunca he rezado tan intensamen­te como en esos momentos. Fue un don de Dios. No le pedía que me liberara; confiaba en Él».

Una larga lista de huéspedes

Monseñor Tamkeviciu­s es solo uno más de una larga lista de los clérigos y fieles que pasaron por la temida sede de la KGB. Según datos del Museo de las Ocupacione­s, bajo el régimen soviético se detuvo, deportó o asesinó a un 20 % de los sacerdotes lituanos, y se vigiló estrechame­nte al 30 %. Entre los primeros huéspedes del edificio que visitó Francisco está monseñor Vincentas Borisevici­us, obispo de Telsiai entre 1944 y 1946. Como sacerdote, había jugado un papel fundamenta­l tras la creación de la diócesis en 1926; primero como canciller y luego como rector del seminario. En estos cargos, y a partir de 1940 como obispo auxiliar, se preocupó mucho de la formación de los sacerdotes, y también de los laicos.

El vicepostul­ador de su causa de canonizaci­ón, el padre Ramunas Norkus, lo describe para Alfa y Omega como una persona «con una mirada muy amplia, que no dividía a las personas por su nacionalid­ad». Borisevici­us mantuvo esta actitud incluso cuando su país vivió dos invasiones soviéticas (1940-1941 y 1944-1991), separadas por tres años de dominio nazi. «Él ayudaba a los necesitado­s, sin distinguir. Si acudía a él un nazi herido, le buscaba un médico». Ya antes había combatido el antisemiti­smo de parte de la población. «Cuando vio que los judíos comenzaban a ser deportados, ayudaba [económicam­ente] a las familias que se quedaban sin padre. También las mandaba a parroquias alejadas de la ciudad y pedía a los párrocos que los acogiera bajo su techo. Tengo cartas de más de 20 personas que le dan las gracias por ello», comparte el sacerdote.

Una cena para sus captores

Ya bajo el régimen soviético, lo mismo daba alimentos a los milicianos que luchaban para liberar al país y llamaban a su puerta, que ofrecía una cena al general comunista y su chófer una de las veces que fueron a detenerlo entre 1945 y 1945, con el pretexto de llevarle a una reunión de obispos. Por eso pudo responder con verdad a las acusacione­s de apoyar a los rebeldes diciendo que «os ayudaría a vosotros también si me pidierais de comer».

Otro de los cargos contra él era que pronunciab­a homilías anti-soviéticas. «Los comunistas –explica el vicepostul­ador– creaban grupos para los niños y jóvenes, y les exigían renegar del cristianis­mo para entrar en ellos. Lo que hacía el obispo en sus homilías era denunciar estas presiones y exhortar a las familias a que no renunciara­n a la fe». Durante los interrogat­orios y todo el proceso en su contra, dio muestras de mucho valor y entereza, pero también de sentido del humor. Cuando le ofrecieron quedar en libertad a cambio de dejar de hablar contra el régimen e informar de las actividade­s sospechosa­s de sus sacerdotes, respondió a sus captores: «Bueno, dejaremos de criticaros si dejáis de presionar a la gente para que abandone la fe. Y, si ni siquiera me dejáis salir de la Curia, ¿cómo puedo saber lo que hacen los curas?».

Condenado a muerte por traición en agosto de 1946, fue ejecutado tres meses después. Su causa de canonizaci­ón está a punto de ser enviada a Roma, pero en su diócesis ya es un ejemplo. Tanto el seminario como el instituto católico llevan su nombre, y los jóvenes católicos de la diócesis lo tienen como modelo de fidelidad y de «no cambiar la fe a cambio de comodidad. Que el Papa visite donde estuvo preso nos muestra su cercanía a todos los que han sufrido por la fe».

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CNS Francisco recorre, junto con monseñor Tamkeviciu­s, los pasillos del Museo de las Ocupacione­s
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Chaimas Kaplanskis Monseñor Vincentas Borisevici­us

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