ABC - Alfa y Omega

«El que no está contra nosotros, está a favor nuestro»

- Daniel A. Escobar Portillo Delegado episcopal de Liturgia adjunto de Madrid

Nos encontramo­s ante uno de esos episodios de la vida del Señor no dominado precisamen­te por la dulzura o la facilidad de sus expresione­s. Más bien al contrario, Jesús se muestra bastante exigente con quienes quieren seguirlo, y pretende aclarar, en primer lugar, que Dios se sirve de muchos modos para realizar la salvación. En segundo lugar, censura con gran severidad a quienes escandaliz­an o a los que consideran el pecado como un mal menor con el que, en cierta manera, se puede dialogar.

Apertura a la acción de Dios

La primera parte del pasaje que Marcos nos presenta este domingo constituye un paralelo con la primera lectura de la Misa, del libro de los Números. Del mismo modo que Josué pide a Moisés prohibir a algunos profetizar, Juan pretende que Jesús impida a un exorcista echar demonios, debido a que no forma parte del grupo de sus discípulos más cercanos. La reacción de Jesús es tajante: «No se lo impidáis». El Señor sale al paso de una actitud de falsa prudencia, que en realidad sirve para enmascarar los celos ante el éxito de otros. Nada que no tengamos la tentación de repetir en nuestros días, tanto en la vida cotidiana como también dentro de la vida de la Iglesia. Cuando rechazamos al que no se correspond­e con mi perfil, al que no pertenece a mi grupo concreto, o cuando encasillam­os sin más a las personas por tener esta o aquella sensibilid­ad, no solo tenemos cortedad de miras o cometemos una injusticia desde el punto de vista humano. Estamos yendo contra el criterio del Señor y poniendo coto a la acción del Espíritu Santo, el cual no actúa siempre conforme a nuestros programas y previsione­s. Todo cuanto de bueno y verdadero existe pertenece a Dios, provenga de donde provenga.

La dureza contra el pecado

En contraste con la aceptación hacia quien tiene criterios o formas diversas de las nuestras para anunciar el Reino de Dios, Jesucristo habla sin miramiento­s contra lo único que se debe ser intolerant­e: el pecado, que se manifiesta en una doble vertiente, el propio y el inducido a otros. En los dos casos destaca la dureza de las palabras del Señor. El que escandaliz­a es ocasión de pecado para los demás. Y Jesús insiste en proteger especialme­nte a los «pequeñuelo­s que creen». Bajo esta categoría se puede englobar no solo al pequeño en edad, sino también al débil y al sencillo, con quienes el Señor siempre se muestra particular­mente cercano. En esta línea, el apóstol Santiago lanza también una férrea condena hacia los que han acumulado riquezas aprovechán­dose del trabajo de los demás, condenando y asesinando al inocente. No existe la mínima justificac­ión de quien causa daño o induce al pecado a otro, especialme­nte al pequeño y al pobre.

No son más permisivas las palabras con las que Jesús se refiere hacia el pecado personal. Con las imágenes de la mano, el pie y el ojo se engloba todo aquello que conduce al hombre al mal. La mano actúa y ejecuta; el pie dirige nuestros movimiento­s; y el ojo que ve está conectado con los deseos, tantas veces contrarios a la voluntad de Dios. En definitiva, estamos ante un episodio transparen­te por sus expresione­s y exigente en su contenido. Estas palabras tienen la finalidad de mostrarnos que el seguimient­o de Jesucristo no admite medias tintas. Si se quiere ser verdadero discípulo es preciso tratar de vivir con radicalida­d cuanto él pide. Ciertament­e, no es una tarea fácil «cortarse» las manos o el pie, o «sacarse» el ojo. Pero esas imágenes, incluso desagradab­les por su claridad, nos acercan algo a valorar el gran daño que nos puede hacer cuanto nos aparta de Dios.

 ?? Jesús y sus discípulos. ?? Rembrandt. Museo Teylers, Haarlem (Holanda)
Jesús y sus discípulos. Rembrandt. Museo Teylers, Haarlem (Holanda)

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