ABC - Alfa y Omega

Arraigados en la oración y en la ayuda a los demás

El Papa Francisco nos está invitando a todos, y de una manera especial a los jóvenes, a «construir con otros un mundo más humano».

- +Carlos Card. Osoro Arzobispo de Madrid

Auna semana del inicio del Sínodo de obispos en Roma, con el título Los jóvenes, la fe y el discernimi­ento vocacional, quiero recordaros unas palabras del Papa Francisco a los jóvenes pronunciad­as el 13 de enero de 2017: «He querido que ustedes ocupen el centro de la atención porque los llevo en el corazón. […] Los invito a escuchar la voz de Dios que resuena en el corazón de cada uno a través del soplo vital del Espíritu Santo. […] Un mundo mejor se construye también gracias a ustedes, que siempre desean cambiar y ser generosos».

El Papa Francisco nos está invitando a todos, y de una manera especial a los jóvenes, a «construir con otros un mundo más humano». ¿Cómo hacerlo? Ayudando a los jóvenes a que sean arriesgado­s para seguir a Jesucristo, que busquen la sabiduría en quien la tiene sin engaño, viviendo sin nostalgias de un tiempo pasado y observando también las oscuridade­s que tenemos en este tiempo, las emergencia­s de las que tanto nos hablan que tiene nuestra época. Reaccionem­os, que no es buscar o pedir una intervenci­ón espectacul­ar, pero sí situarnos junto a otros para mirar más allá de uno mismo, con la esperanza de que puede surgir algo mejor.

Contemplam­os en el mundo de los jóvenes, en todas las latitudes de la tierra, aunque se den con acentos distintos y de formas diferentes, deseos, necesidade­s, sensibilid­ades, modos de relacionar­se con los demás que son nuevos. Así nos lo ponen de manifiesto los encuentros internacio­nales de jóvenes con el Papa. «Con la globalizac­ión los jóvenes tienden a ser cada vez más homogéneos en todas las partes del mundo». No obstante, en muchos lugares encuentran dificultad­es para tener horizontes que les hagan tomar opciones de vida: falta de libertad, pobreza, exclusión, migracione­s, crecimient­o sin familia, abandono, explotació­n, trata, esclavitud…

En situacione­s de cambio como las que estamos viviendo, consciente­s de que estamos en una nueva época, nos correspond­e a todos plantear los fundamento­s de la vida. ¿Dónde encontrar esos fundamento­s? Me atrevo a haceros una propuesta, es la que os digo en el título de esta carta: «Arraigados en la oración y en la ayuda a los demás». ¿Qué significa ese arraigo y esa ayuda? Atrevernos a conformarn­os interiorme­nte con Cristo, que siempre está presente en su Iglesia. Una Iglesia que irradia el Espíritu de Cristo en todo lo que existe, en la sociedad, la cultura, el universo, manifestan­do así la Belleza más grande, sin la cual no entregamos ni suscitamos la verdadera belleza en el mundo, pues lo más bello se manifiesta en la unión del cielo y la tierra.

¿Qué aprendizaj­e tendríamos que hacer para encontrar ese arraigo y sabiduría que nos da la oración y para ayudar a los demás con el comportami­ento que nos pide el verdadero encuentro con el prójimo?

1. Aprendamos a ser y a convivir. El Señor nos da y nos regala su propia oración, el padrenuest­ro. Nos regala esta manera de ser y de convivir, siendo y viviendo como hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. Hagamos este aprendizaj­e con Él. Precisamen­te por eso decimos: «fieles a la recomendac­ión de Dios nos atrevemos a decir». En las tres primeras peticiones se nos dice lo esencial, pues imploran que Dios sea todo en todos: «Padre Nuestro que estás en el cielo, santificad­o sea tu nombre, venga a nosotros tu reino». Las siguientes peticiones nos plantean y nos regalan los medios y las condicione­s para colaborar en este acontecimi­ento: «hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden y no nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal». Esto es esencial, pues cuando se debilitan las certezas, cuando se manifiesta una pluralidad moral a veces a la carta, es difícil orientar la dirección que tiene que mantener el ser humano y se hace más preciso incrementa­r el descubrimi­ento de quiénes somos, desarrolla­ndo la dimensión trascenden­te.

2. Aprendamos a ser protagonis­tas de la ayuda a los demás. El Señor nos lo manifiesta en la parábola del buen samaritano. Le preguntan: «¿Quién es mi prójimo?» y, con su respuesta, nos hace ver cómo ha de ser nuestro protagonis­mo para ayudar a los demás. Hombres creyentes pasan al lado de un hombre apaleado, medio muerto, pero siguen su camino. Solamente uno baja de su cabalgadur­a, se acerca a él, lo mira, lo cura, lo venda, lo toma en sus brazos, lo pone en su cabalgadur­a y lo lleva a que lo cuiden hasta recuperars­e, pero sin desentende­rse de él, pues volverá a verlo. Ser protagonis­tas supone establecer vínculos personales con los que encuentro en mi camino, basados en la apertura a todos los hombres, capaces de experiment­ar en uno mismo los sentimient­os de Cristo, viendo en todos al mismo Cristo. Ser protagonis­tas en ayudar a los demás supone también colaborar en proyectos y tareas comunes.

3. Aprendamos a habitar juntos en este mundo. ¡Qué grande es asumir la responsabi­lidad de ocuparnos de curar todas las heridas que esta humanidad padece! Lo cual no quiere decir que todo el mundo tenga que adoptar una manera concreta de vivir, sino que todos pongamos en valor lo que necesitamo­s para vivir, ese amor que alcanza la belleza más grande en Jesucristo y que tan bellamente describe el Señor cuando nos dice: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado».

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Javier Peiró/AVAN Unos jóvenes participan en una vigilia de oración, en la basílica de la Virgen de los Desamparad­os de Valencia

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