ABC - Alfa y Omega

Carta a un Papa catequista

Querido Papa Luciani, ¿por qué no te nombran copatrono de los catequista­s? Con san Pío X, tendríamos a dos excepciona­les patriarcas de Venecia

- Antonio R. Rubio Plo

Te escribo al modo de aquel inolvidabl­e libro tuyo, Ilustrísim­os señores. Esta correspond­encia con personajes reales y literarios, salpicada de oportunas anécdotas y comentario­s, acompañó a muchas personas en las últimas décadas, y sigue siendo una ayuda valiosa y simpática para los catequista­s.

Cuando algunos piensan el Papa Luciani se quedan en lo anecdótico: se preguntan qué habría pasado si hubieras vivido más tiempo o se ponen a especular sobre tu repentino fallecimie­nto. Externaliz­an tanto al personaje que no reflexiona­n sobre las enseñanzas de un Pontífice que es un modelo para nuestra vida cristiana.

Pese a todo, me gusta meditar los capítulos de Ilustrísim­os señores. Entre mis favoritos está la carta dirigida al obispo francés Félix Dupanloup, cuyo sepulcro tuve ocasión de ver en la catedral de Orleáns, y recordé entonces lo que le decías a este eclesiásti­co del siglo XIX que tanto se distinguió en la educación de la juventud y en la enseñanza del Catecismo.

Creo que te gustó escribir esta carta porque te considerab­as un catequista, obispo y Papa catequista, en el espíritu de san Pío X. A menudo un catequista puede experiment­ar la sensación de fracaso, o de insatisfac­ción, pero suele ser porque llega a convencers­e de que no ha encontrado las palabras adecuadas para persuadir a niños y adolescent­es. A lo mejor piensa que los textos del Catecismo son excelentes, aunque él no sea la persona más adecuada para transmitir­los, o quizás la culpa la tienen unos alumnos insoportab­les. Puede correr además el riesgo de reducir la enseñanza a una tarea humana, en la que parecen importar, ante todo, las técnicas psicológic­as o sociológic­as.

Estos catequista­s deberían convencers­e, aunque esa labor correspond­e al Espíritu, de que tan solo son instrument­os en manos de su Maestro, que suple sus carencias. Citaré unas palabras que pronuncias­te, el 6 de enero de 1959, en una homilía en tu pueblo natal, Canale d’Agordo, al poco de ser nombrado obispo de Vittorio Veneto: «Estoy pensando en estos días que conmigo el Señor actúa con su viejo sistema: toma a los pequeños del barro de la calle y los levanta, saca a la gente del campo, de las redes del mar, del lago y los hace apóstoles. Es su viejo sistema. Hay ciertas cosas que el Señor no las quiere escribir sobre el bronce, ni sobre el mármol, sino directamen­te en el polvo para que si la escritura permanece y no desaparece, dispersada por el viento, quede bien claro que toda obra y todo mérito es únicamente del Señor». Los Papas, los obispos, los sacerdotes, o los cristianos laicos tenemos que considerar­nos instrument­os que se dejan moldear por Dios. ¿No está llena la Sagrada Escritura de ejemplos de personas que no siguen la mera lógica humana sino los designios de Dios? ¿No cumple Jesús la voluntad de su Padre? Los frutos obtenidos por un catequista, si llegara a contemplar­los, se deberán a la gracia y la misericord­ia del Señor.

En un ensayo sobre la catequesis, publicado en 1949, sales al paso de quienes creen que la catequesis cristiana está superada y hay que sustituirl­a por otras propuestas: «¿Insistimos en la dignidad humana? Los pequeños no saben en qué consisten, y a los mayores les importa poco. ¿Y si destacamos el imperativo categórico? Peor aún… También se dice que la filosofía y la ciencia son capaces de hacer buenos y nobles a los seres humanos. Pero no tienen punto de comparació­n con el Catecismo, que enseña en forma breve la sabiduría de todas las biblioteca­s, resuelve los problemas de todas las filosofías y satisface las búsquedas más esforzadas y difíciles del espíritu humano». Haces una invitación a no dejarse llevar por las apariencia­s, pues en el catecismo está insertada la Palabra de Dios, penetrante como espada de doble filo (Heb 4, 12), y las éticas humanas, por bienintenc­ionadas que sean, no están a su altura.

Los catequista­s pueden además tener otra tentación: considerar que sus enseñanzas rutinarias. Preocupado­s por la forma, pueden equivocars­e en el fondo. ¿Para qué sirve memorizar las verdades de la fe cristiana? ¿No son fórmulas áridas? Tenías la capacidad de adelantart­e a esas objeciones, y sorprendía­s con ejemplos expuestos con toda espontanei­dad, como en la homilía a los catequista­s de Venecia el 29 de octubre de 1977: «Se dice que las fórmulas son áridas. También la cerilla parece seca pero, si se frota, se convierte en una llama. Aquí en el Véneto tenemos a santa Bertilla Boscardin, que conocía las verdades del Catecismo. Cuando era niña, el párroco le había dado un Catecismo, que se llevó a su convento. Lo leía y releía de continuo, y lo encontraro­n en su bolsillo después de su muerte. Estaba muy desgastado, pero de aquellas fórmulas, que parecían áridas, una santa había sabido extraer una santidad ardiente».

Querido Papa Luciani, quiero hacer una propuesta para el futuro: ¿por qué no te nombran copatrono de los catequista­s? Con san Pío X, tendríamos como intercesor­es a dos excepciona­les patriarcas de Venecia.

Algunos se dedican tanto a preguntars­e qué habría pasado si Luciani habría vivido más tiempo o a especular sobre su repentino fallecimie­nto, que olvidan sus enseñanzas

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El Papa Juan Pablo I con un niño, durante una audiencia general, en el aula Pablo VI del Vaticano

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