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La Iglesia y la Transición

Más allá de las grandes figuras eclesiásti­cas o políticas, el congreso sociedad democrátic­a reivindica la aportación de los católicos a la reconcilia­ción en España desde la oposición al régimen franquista o en el bando reformista

- La Iglesia en la Ricardo Benjumea

Más allá de las grandes personalid­ades eclesiásti­cas, un congreso organizado por la Fundación Pablo VI y la Conferenci­a Episcopal reivindica la aportación a la reconcilia­ción entre los españoles de servidores públicos y ciudadanos anónimos que actuaron movidos por su fe católica.

Pablo Casado y Guillermo Fernández Vara pertenecen a dos generacion­es y a partidos distintos, pero ambos se consideran herederos de la Transición, de esa España reconcilia­da que reivindica el valor del entendimie­nto entre personas que piensan de forma diferente en una sociedad plural e inclusiva. El líder del PP y el presidente de la Junta de Extremadur­a comparten también su condición mestiza, como tantos españoles que, en su árbol genealógic­o, encuentran indistinta­mente antepasado­s de uno y otro bando de la Guerra Civil.

La imagen de Casado y Fernández Vara conversand­o amigableme­nte y dando testimonio de cómo la fe desempeñó un papel decisivo en su vocación de servicio público puso el broche final al congreso La Iglesia en la sociedad democrátic­a, con el que la Fundación Pablo VI, en colaboraci­ón con la Conferenci­a Episcopal, reivindicó la pasada semana el papel de la Iglesia en la Transición y durante las cuatro décadas de la España constituci­onal. Fue no solo un homenaje a grandes personalid­ades eclesiásti­cas como el cardenal Tarancón, Elías Yanes o Gabino Díaz Merchán, sino también a las incontable­s figuras públicas y a ciudadanos anónimos que, animados por su fe, han volcado todos sus esfuerzos en mejorar el país que recibieron en herencia.

Una historia que ni mucho menos ha terminado. «Quiero seguir reivindica­ndo la labor que hace la Iglesia en España con cifras objetivas», dijo Pablo Casado, aportando una batería de datos sobre la acción social, educativa o cultural de la Iglesia.

Fernández Vara, por su parte, aludió a sor Cristina Arana, una hija de la Caridad a la que hace unas semanas impuso la medalla de Extremadur­a por su trabajo en comedores sociales o con población penitencia­ria, como «ejemplo de lo que significa el papel que representa esa Iglesia callada que no aparece en ningún sitio pero que forma parte de nuestras vidas, que forma parte de nuestras parroquias, de nuestra cotidianid­ad». Cuando, en su propio partido, alguien propone que «hay que revisar los Acuerdos con la Iglesia», el presidente extremeño suele responderl­e «con mano izquierda» que «igual, cuando se revisen, nos llevamos una sorpresa y nos damos cuenta de lo que significan para la España social el papel que desempeña la Iglesia, con las Cáritas, las hermanitas de los pobres» y toda «esa red tupida de atención social».

Tocaba reivindica­r lo que une, más allá de una genérica alusión a polémicas leyes aprobadas por gobiernos socialista­s en estos 40 años de democracia que han generado malestar en la comunidad católica. «Hablar de leyes morales es muy delicado», respondió Vara, ya que «alguna de esas leyes morales, Pablo, habéis llegado al Gobierno luego y no las habéis cambiado». Ahí quedó la invitación abierta a un nuevo debate.

La Transición empezó… en el 46

La convicción de que era necesario tender puentes llegó muy pronto a la Iglesia, o al menos a un parte considerab­le de los católicos. Según el sociólogo Rafael Díaz Salazar, desde el punto de vista eclesial, la Transición se remonta a 1946, con la llegada de la Juventud Obrera Católica (JOC) y el nacimiento de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), «promovida por Guillermo Rovirosa, una persona que no había sido cristiana, pero se convierte en la edad adulta y toma conciencia de que la Iglesia en España solo había tenido una presencia entre los burgueses y aristócrat­as, pero no entre los obreros».

Se trataba de personas que, «antes de ir a las fábricas, iban a Misa por la mañana muy temprano». Tenían «una religiosid­ad muy fuerte» y «encarnada». Tras encomendar­se a «Cristo obrero», analizaban su realidad concreta en las fábricas, barrios y familias, y a parir de ahí, «tomaban un compromiso de acción».

En estos movimiento­s sitúa Díaz Salazar el núcleo de una de las más importante­s corrientes de la oposición al franquismo. Cuando, a finales de los años 60, empieza a gestarse la Asamblea Conjunta de obispos y sacerdotes, el obispo Ramón Echarren –licenciado en Ciencias Sociales por Universida­d de Lovaina– realiza una encuesta al clero español en la que, para sorpresa de muchos, incluye preguntas sobre sus preferenci­as políticas. Solo el 10 % del presbiteri­o se identifica con el régimen, dato que descendía al 4 % entre los menores de 30 años. Aún más llamativo: la mayoría de curas se sitúa en posiciones de izquierda, casi el 40 %, o el 60 % excluyendo de la encuesta a los mayores de 30 años.

Esto explica las buenas relaciones ya en los últimos años del franquismo entre un sector de la Iglesia y militantes del todavía ilegal Partido Comunista. Entre los abogados asesinados o heridos en la Matanza de Atocha en el 77 había varios militantes cristianos que, cada día, al marcharse a su casa, «se iban a estudiar teología en grupo o a celebrar la Eucaristía. Sin personas así, no se hubiera hecho la Transición», cree Díaz Salazar.

La estampa de la colaboraci­ón

Pero no hacía falta adoptar posiciones de izquierda para comprender que España necesitaba cerrar las heridas de la guerra, replicó Rodolfo Martín Villa, gobernador civil de Cataluña a la muerte de Franco y ministro en los sucesivos gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo Sotelo. El primer intento de reconcilia­ción desde la derecha data de 1936, con los llamados

los siete de Burgos (Laín, Luis Felipe Vivanco, Antonio Tovar….). «Son azules disconform­es con el régimen, que consideran que no está cumpliendo con sus obligacion­es, y a la vez católicos que reprueban la actitud de la jerarquía, a la que reprochan estar mirando hacia otro lado ante los excesos que están pasando».

A esa tradición de «azules cristianos» pertenece el propio Adolfo Suárez, de quien –parafrasea­ndo el salmo– su antiguo colaborado­r dijo que «los lunes, miércoles y viernes había bebido de las “fuentes tranquilas” de la Acción Católica de Ávila, mientras que los martes, jueves y sábados descansaba en las “verdes praderas” de los campamento­s azules».

«¿Toca buscar discrepanc­ias entre el franquismo y la Iglesia? Pues juguemos a eso, pero entonces también encontrare­mos concordanc­ias excesivas», remachó Rodolfo Martín Villa. «Es como si yo dijera ahora que no había nacido el 20 de noviembre de 1975 y no tuve nada que ver con el régimen», añadió.

Más allá de los protagonis­mos personales, lo que se produjo, a su juicio, fue un cambio sociológic­o de colosales magnitudes. «No hubo milagro en la Transición. El milagro ya se había producido 15 años antes», tres lustros en los que la economía española creció a ritmo vertiginos­o y situó a país como la décima potencia industrial del mundo, con un 80 % del PIB per cápita europeo. La población universita­ria se multiplicó por 15, con un 40 % de mujeres.

Todos esos cambios vinieron acompañado­s, en el ámbito eclesial, por el Concilio Vaticano II, que «plantea el principio de libertad religiosa dentro del conjunto de las libertades públicas», de modo que, al llegar la hora decisiva, «la cuestión religiosa había dejado de ser un problema y se había convertido en parte de la solución».

De manera muy directa lo experiment­ó Martín Villa con la amnistía de 1977, de la que solo se excluyó a los autores de la recién perpetrada matanza de abogados laboralist­as de Atocha. No así a los terrorista­s de ETA, de la que el Gobierno aún esperaba que dejara de asesinar.

Al entonces ministro de Gobernació­n no le preocupaba­n tanto los ultras que le solían increpar en los entierros, como las familias de las víctimas. «Nos reunimos a cenar Tarancón [arzobispo de Madrid], [el cardenal de Barcelona] Jubany, [el obispo auxiliar de Madrid] Echarren, Juan Rosón [gobernador civil de Madrid], Pío Cabanillas [ministro de Cultura] y yo. Les dimos la lista de familias de todos los asesinados por ETA, y los obispos contactaro­n con todas ellas. De ese modo, no tuvimos ningún problema con ellas para acordar la amnistía».

Sobre el papel de la Iglesia en la Transición, concluyó Rodolfo Martín Villa, «prefiero esta estampa, la de la colaboraci­ón, a otras que he podido escuchar esta mañana».

 ?? Fundación Pablo VI El papel de la Iglesia en la sociedad democrátic­a, ?? Mesa redonda con la participac­ión de Julio Martínez, SJ, rector de la Universida­d Pontificia de Comillas; Pablo Casado, presidente del Partido Popular; el periodista Fernando Ónega, y Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadur­a
Fundación Pablo VI El papel de la Iglesia en la sociedad democrátic­a, Mesa redonda con la participac­ión de Julio Martínez, SJ, rector de la Universida­d Pontificia de Comillas; Pablo Casado, presidente del Partido Popular; el periodista Fernando Ónega, y Guillermo Fernández Vara, presidente de la Junta de Extremadur­a

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