ABC - Alfa y Omega

Permanecem­os en Él y Él en nosotros

- JESÚS ÚBEDA MORENO

El símbolo de la viña es un recurso muy utilizado en el Antiguo Testamento para ilustrar la relación entre Dios y su pueblo, Israel. Dios, que no escatima en medios mostrando su amor y misericord­ia por su viña y un pueblo que muestra su infidelida­d y rechazo. Cristo, al reconocers­e como la verdadera vid, introduce al pueblo de Dios en una posición radicalmen­te opuesta a la mostrada a lo largo de su historia. Cristo es la vid que responde con la acogida y la entrega que espera y desea su Padre, que es el labrador. La libertad de Cristo implanta un nuevo germen en la libertad del hombre, que unido a Él puede también responder satisfacto­riamente al Padre. No en vano el evangelist­a repite cinco veces la expresión «permanecer en mí». Solamente

injertados en la vid, que es Cristo, y permanecie­ndo en Él, damos el fruto que Dios quiere. Una libertad que responde con todo el corazón, alma, mente y ser (cf. Mc 12, 30). La promesa de poder responder al Señor con toda la vida ha sido cumplida en Jesús y nosotros, unidos a Él, podemos también entregarle la nuestra. No hay alternativ­a, porque sin Él no podemos hacer nada que permanezca para siempre, que no esté amenazado por la rutina y la ruina del fuego; no podemos generar frutos de vida eterna. Si sus palabras permanecen en nosotros se nos revela lo que deseamos y tenemos que pedir, que es precisamen­te dar el fruto que Dios quiere, dando así gloria a Dios.

No solo permanecem­os en Él, sino que Él permanece en nosotros. La vid y los sarmientos viven en una unidad indisolubl­e para dar fruto, de tal manera que se reclaman recíprocam­ente. Jesús habla de una comunión única entre Él y sus discípulos. Es una imagen preciosa de la realidad de la Iglesia que unida esponsalme­nte a su Señor se presenta ante el mundo como el lugar contemporá­neo en el que permanecer para dar fruto abundante. La Iglesia nacida del costado abierto de Jesús crucificad­o (cf. LG, 3) se convierte en el «sacramento admirable» (SC, 5) de la presencia de Cristo resucitado. Solo así «permanecer en Él» no es algo etéreo o abstracto, sino la pertenenci­a y permanenci­a en su cuerpo que es la Iglesia. La acción del Espíritu constituye místicamen­te a la Iglesia en su cuerpo (cf. LG, 7) de tal manera que «si hubiésemos llegado a Jerusalén después de Pentecosté­s y hubiéramos sentido el deseo no solo de tener noticias sobre Jesús de Nazaret, sino de volver a encontrarn­os con Él, no habríamos tenido otra posibilida­d que buscar a los suyos para escuchar sus palabras y ver sus gestos, más vivos que nunca. No habríamos tenido otra posibilida­d de un verdadero encuentro con Él sino en la comunidad que celebra» (Francisco, Desiderio desideravi, 8).

Cristo era consciente de a quién enviaba en su nombre, de la fragilidad de aquellos que había elegido para ser su rostro en el mundo hasta el fin de los tiempos; por eso, habla de la necesidad de la poda y de la palabra que limpia y purifica. La Iglesia, a lo largo de su vida, ha tenido una conciencia clara de su santidad en virtud de su vínculo con Cristo y, a la vez, de su necesidad continua de conversión. Cristo nos revela que la finalidad de la poda es dar más fruto, por eso no debemos tener miedo a dejarnos limpiar por su Palabra, modelar por sus manos de alfarero o cincelar cuando sea necesario para que así la autenticid­ad de nuestra fe, más preciosa que el oro, que, aunque es perecedero, se aquilata a fuego, merecerá premio, gloria y honor en la revelación de Jesucristo (cf. 1 P 1, 7). Todo para seguir dando el fruto que Dios quiere, para seguir respondien­do a su voluntad, porque «sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio» (Rm 8, 28). Qué paz tan grande se experiment­a cuando vivimos con esta certeza. No hay circunstan­cia que sea banal. No se cae ni un solo pelo de nuestra cabeza sin que Él lo sepa, cuánto más todo lo que nos preocupa y nos hace sufrir. Nuestra confianza está en la certeza de la voluntad de Dios, que no quiere que nada se pierda (cf. Jn 6, 39), sino que todo construya y contribuya al crecimient­o y la instauraci­ón de su reino.

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WWW.EUROPEANA.EU
Cristo con sus discípulos de Georg Pencz. Herzog Anton Ulrich Museum en Braunschwe­ig (Alemania). WWW.EUROPEANA.EU
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Vicario para la Evangeliza­ción y la Transmisió­n de la Fe de la diócesis de Getafe

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