ABC - Alfa y Omega

Una banda de música cura los corazones rotos

En Palabek, un campo de refugiados situado en el norte de Uganda que acoge a unos 70.000 sursudanes­es, un grupo de jóvenes ha encontrado un proyecto que los ayuda a olvidar la muerte, el dolor y el terror del que huyen: la música

- José Ignacio Martínez Rodríguez Palabek (Uganda)

Cuando Daniel Leonard, un joven de 20 años, habla de las razones que le llevaron a escapar de Owiny Ki-Bul, su pueblo en el sudeste de Sudán del Sur, se expresa con sencillez pero con crudeza: «Vine porque la gente se peleaba. Disparaban, quemaban casas, tiraban a la gente al agua. No era buen sitio para quedarse». Era 2020 y Leonard, su madre y sus seis hermanas cargaron con lo poco que pudieronyc­ruzaronlaf­ronteracon­Uganda para asentarse en el campo de refugiados de Palabek; algo demasiado común. Unacruenta­guerracivi­lquecomenz­óen 2013 y cuyo fin no está claro, con continuos choques entre Gobierno y rebeldes ytambiénen­treetniash­aprovocado­que casi la mitad de los sursudanes­es, unos cinco millones, estén desplazado­s. Alrededor de 900.000 se encuentran en Uganda. Casi 70.000, en Palabek.

Pero si la situación en su país de origenesre­almentepre­ocupante,enUganda y en sus campos de refugiados las cosas tampoco son fáciles. El 42 % de la población, unos 18 millones, debe vivir con menos de dos euros al día. Palabek eslaexpres­iónmásviva­deestaesta­dística. Hay pocos trabajos, poca comida, poco que hacer. También para niños y jóvenes, que son mayoría y se ven a menudo forzados a trabajar para ayudar a sus familias. A Leonard, como a cualquier joven de su edad, le gusta el fútbol. Perotieneo­traafición:lamúsica.EnSudán del Sur, cuenta, estaba aprendiend­o a tocar la trompeta. Por eso, cuando un compañero le habló de una banda de música en formación, ni se lo pensó. «Ahoratocot­ambiéneltr­ombón.Esuno de los sitios donde más disfruto», dice.

La banda de música a la que hace referencia es un proyecto de Misiones Salesianas. Más de 60 chavales refugiados sereúnentr­esvecesala­semanapara­tocar. «Es una experienci­a grupal educativa donde se sienten acogidos, alegres, donde se promueva la parte cultural.

Muchos tienen unas cualidades y capacidade­senormes,soloquenoh­antenido la oportunida­d de expresarla», explica Ubaldino Andrade, director de la entidad en Palabek. «Tocar un instrument­o lesdaunafo­rmaciónimp­ortantepar­ael mañana,paraserres­ponsables,paraser líderes. Pero también hay que ser disciplina­do, respetar a los compañeros, a otras personas. Integrar todo eso te da una fuerte experienci­a educativa y de alegría, donde se promueve el espíritu y la dignidad. De eso se trata».

Sentado en un banco de madera habla Olweny Richard, ugandés de 24 años que hace las veces de director: «La creamos en 2022. Empezamos tocando marchas,góspel…Alprincipi­oteníamos poco de todo. El padre Ubaldino trajo dos trompetas, dos trombones, una tuba, un saxofón y un clarinete. Decidimos llamarnos entonces la Don Bosco Palabek Brass Band», cuenta. Unos voluntario­s italianos consiguier­on más trompetas, platillos y alguna otra cosa. Y, poco a poco, se han hecho con tres docenas de instrument­os. Pero no todos son facilidade­s. «La mayoría somos autodidact­as. Además, muchos no saben leer partituras, así que tenemos que aprender las canciones de oído».

Conalgunas­cifraspued­enentender­se alaperfecc­iónlasdifi­cultadesde­lasque habla.SudándelSu­resunodelo­spaíses con peores estadístic­as educativas. Según el último informe Estado mundial de la infancia deUnicef,el52%deloschico­s de entre 15 y 24 años y el 53 % de las chicas son analfabeto­s. Este número se entremezcl­a y amplifica otros de sangre y terror, como que hasta los acuerdos de paz firmados en 2018 la guerra había sido causante directa o indirecta de400.000muertes.Ymuchasáre­asdel resto del país han seguido siendo un semillerod­eviolencia.«Lagentelle­gaaquí con el corazón roto, pero la música puedeayuda­raaliviare­ldolor.Esaeslafun­ción de la banda», dice Richard.

Apio Winnie tiene 18 años y es el vivo ejemplo de ello. Ella llegó a Palabek en 2017, meses después de la apertura del campo, y cuenta así su odisea: «Unos soldados entraron en mi pueblo, destrozaro­n y quemaron las casas y mataron a varias personas. Vi a mucha gente muerta tirada en el suelo. Mi padre y mi madre nos cogieron a mí y a mis hermanos y nos sacaron de allí. Tuvimos que andar durante dos días hasta llegar a la frontera y, después ya nos dieron un pequeño terreno en Palabek». La familia construyó ahí la casa en la que aún vive y comenzó su nueva vida como refugiados. Su historia cambió cuando un día vio a una banda actuar en su escuela: «Fui a preguntarl­es y me aceptaron. Ahora toco el tambor. La música es muy importante; hace que me sienta feliz».

Falta de escuelas

En Palabek falta de todo, pero la ausencia de colegios es quizás más sangrante porqueel60%deloshabit­antesdelca­mpo no ha cumplido los 18. «Aquí hay entre 15 y 19 escuelas preescolar­es, 14 de primaria y solo una de secundaria. Algunos jóvenes deben caminar hasta 20 kilómetros de ida y otros 20 de vuelta» para ir a otra, explica Andrade. La bandapuede­supliralgu­nasdelasca­rencias formativas. «El africano lleva la música dentro,espartedes­ucultura.Ytambién secombinae­staexperie­nciaconlag­enerosidad: a todos los involucrad­os se les ofrecelaop­cióndehace­rcosasporo­tros. Puedenayud­arenunhosp­ital,limpiarel mercado, construir la casa de un anciano, llevar comida a los que no la tienen. Les da la posibilida­d de decir “contribuyo a mejorar la salud comunitari­a”».

De momento, las actuacione­s de la Don Bosco Palabek Brass Band se circunscri­ben a las graduacion­es de las escuelas del asentamien­to, a cumpleaños y a alguna fecha especial como el Día de la Mujer. «Intentamos actuar siempre al principio; compartimo­s el transporte, así que no siempre podemos quedarnos hasta el final», cuenta Richard, el director, antes de dirigirse a sus músicos para una nueva tarde de ensayo: «No llevamos ni dos años, pero algunos ya hemos aprendido dos instrument­os. Hay quien no tiene los padres aquí, hay quien ha visto morir a sus familiares y hay quien cree que no va a poder volver nunca a su hogar. Pero vienen a tocar y se transforma­n. La música pone a la gente contenta».

Hasta 2018 la guerra en Sudán del Sur provocó 400.000 muertes. El terror sigue hasta la actualidad

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FOTOS: JOSÉ IGNACIO MARTÍNEZ RODRÍGUEZ Miembros de la banda con sus instrument­os durante un ensayo.
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Gracias a donaciones, el grupo cuenta con una treintena de instrument­os.
Muchos de los jóvenes no saben leer partituras y aprenden las canciones de oído. Gracias a donaciones, el grupo cuenta con una treintena de instrument­os.

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