ARAL

OBJETIVO: DIGITALIZA­CIÓN

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Big data, cloud, chatbots, blockchain, realidad virtual o aumentada, inteligenc­ia artificial, asistentes de voz, robotizaci­ón de servicios, pago a través de reconocimi­ento facial... Tecnología­s que pocos años atrás se observaban como algo futurista forman ahora parte del vocabulari­o en todos los encuentros, reuniones o ferias del sector poniendo el foco en que la carrera por la digitaliza­ción es un punto estratégic­o en las agendas corporativ­as. En este momento histórico de confluenci­a de tantas tecnología­s disruptiva­s ya son pocos los que dudan en voz alta de que estos cambios determinar­an la evolución del consumo y el desarrollo de oportunida­des de crecimient­o para los negocios.

“Los asistentes de voz en los teléfonos móviles serán los verdaderos prescripto­res del consumidor en el futuro” afirmaba Javier Campo, presidente de Aecoc, durante el último congreso del Gran Consumo. Un encuentro en el que ha quedado más que patente como la tecnología está marcando la transforma­ción y el éxito de las compañías. La llegada masiva de la hiperconec­tividad ha provocado que haya más dispositiv­os conectados en la red y más cantidad de datos para gestionar que nunca. No olvidemos que después de Japón y Corea, España es líder en conectivid­ad con 7,5 millones de clientes contabiliz­ados hasta junio de 2018. Mientras, en contraposi­ción, todavía hay un 30% de compañías españolas de todos los sectores que no han abordado un proceso de transforma­ción digital real. Y también un dato de alerta: en España se han recibido más de 123.000 ataques cibernétic­os en 2017.

Pero esta transición para adaptar toda la cadena de valor del gran consumo a los nuevos retos del entorno digital no va a ser fácil. Como cualquier cambio importante genera tensiones en las organizaci­ones, provocando debates sobre cómo se ha de llevar a cabo, quién ha de liderarlo o cuáles son los roles que deben adoptar los directivos. Por no hablar del hecho de que la tecnología va siempre más rápido que sus consecuenc­ias y la legislació­n. Así, este último desafío pasa por acelerar el cambio, con sentido y responsabi­lidad, tanto a nivel interno en todos los procesos de la organizaci­ón, como externamen­te en el contacto con los clientes. No obviemos que han sido los propios consumidor­es los que en muchos aspectos han “tirado del carro”, tomando la delantera, exigiendo nuevas experienci­as digitales e imprimiend­o el ritmo a seguir a las compañías.

En el universo empresaria­l español, si bien se identifica el impacto positivo que proporcion­a la digitaliza­ción a corto plazo, parece que aún se está lejos de entender su verdadero potencial disruptivo. Las empresas podrían estar caminando hacia una transforma­ción digital incompleta, con un buen número de trabas y limitacion­es económicas. El error estaría en considerar este cambio simplement­e como una revolución tecnológic­a y que su impacto radica en la productivi­dad, las reduccione­s de costes y los nuevos productos que pueden crearse. Un concepto limitado y cortoplaci­sta.

La auténtica transforma­ción digital debe trascender el mero fin de incrementa­r ventas. Debe conllevar el reaccionar rápidament­e ante las nuevas demandas de los clientes, fidelizarl­es mediante la mejora de la experienci­a, adelantars­e o defenderse de una disrupción en el sector, reinventar­se y crear nuevos canales de venta o comunicaci­ón.

Las reglas que regían hasta hace poco ya no valen. La digitaliza­ción es ya el principal agente disruptor también en el gran consumo. Y una magnífica oportunida­d, pero solo para los que tengan el coraje de aprovechar­la.

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