Sin desviarse
de su práctica al frente del estudio TAMA (Taller Mexicano de Arquitectura), Salvador “Chava” Román ha construido su vivienda en Mérida atendiendo al lugar y la materialidad. “En el estudio siempre intentamos comprender el contexto y las necesidades del cliente hasta que alcanzamos los resultados esperados por ambas partes. Aunque se trataba de mi propia casa, el enfoque y el proceso de diseño no han cambiado”, recalca. La intención era crear un refugio respecto de su contexto inmediato, volcándose hacia el interior en busca de seguridad, dado que el barrio está en proceso de urbanización. Por eso la casa, de 263 m2 distribuidos en dos niveles –abajo, el área social y la zona de servicio; arriba, los dormitorios y el estudio–, se abre en ciertos puntos, con ventanas y una fachada de celosía que permite ver el exterior, pero no lo contrario, ofreciendo una sensación de privacidad. El hormigón se escogió por su valor puro y honesto y su capacidad para evolucionar. “Con el tiempo la superficie ganará su propia personalidad, dando carácter al edificio. La idea era diseñar un gran monolito de hormigón rojo que acabara desvaneciéndose a rosa con la acción del sol y la lluvia”. De este modo, el edificio acabaría adquiriendo la tonalidad de las buganvillas que crecen con generosidad en el lugar. La celosía cerámica reinterpreta los muros empleados en las naves industriales, con la diferencia de que los ladrillos se giraron de modo que en lugar de funcionar como protección contra la lluvia se utilizaron para dirigir el flujo de aire hacia el patio. Al hacerlo se genera un efecto diferente en el interior, proyectando sombras nítidas durante el día, dependiendo de la posición del sol. El hormigón, conjugado en el interior en diferentes tonos y matices, se combina en el salón con diseños nórdicos de formas sencillas, tonos suaves y textiles táctiles que compensan la crudeza del envoltorio. En las habitaciones del piso superior las paredes se acabaron con Chukum, una técnica llamada así por su ingrediente principal, un estuco a base de piedra caliza mezclada con resina de árboles de chukum, una especie endémica de la región de Yucatán. El resultado es un espacio minimalista vivificado por el color, un recurso siempre presente en la cultura mexicana. ■ tamamx.com