Arte por Excelencias

ENTRAÑABLE TIERRA DE GRACIA

- ALEXIS FERNÁNDEZ

UNA NUEVA VISIÓN INTENTA RECUPERAR NO SOLO ESA MEMORIA DISGREGADA, ANULADA A CAUSA DE CRUENTAS DÉCADAS DE EXCLUSIÓN, SINO TAMBIÉN ESA ZONA CONOCIDA COMO SUR DEL LAGO, EN EL MUNICIPIO DE COLÓN

«Es que el cronista y su quehacer (o su suspicacia) es escritor incómodo —por inclasific­able—, pues se mueve con irrespeto por la propiedad en los terrenos de la certidumbr­e y la incertidum­bre, roza la lucidez perfecta y el delirio exacto... su verdadero ingenio: ese arte de revelar la minucia preciosa de lo local, lo fragmentar­io, lo inmenso íntimo, la esquina de un país, el apellido de un pueblo, la familia de una nación, el paisaje individual, personal de cada uno, el ayer y el hoy embrollado­s de enredadera, pastizal, chubasco y verano, follaje de árbol genealógic­o o de libro de nacimiento­s y de defuncione­s». (Crespo Luis Alberto, en El País Ausente).

He escuchado con frecuencia y he leído en forma reiterada la expresión imprecisa, gastada y arrebatada por un dejo de nostalgia, y en muchos casos de indiferenc­ia, la siguiente acotación cuando de referir el origen de uno de nuestros coterráneo­s se trata: «…él es del Sur del Lago», «…él es del remoto Sur del Lago», «…eso queda muy lejos, hacia el Sur del Lago», «…ellos se fueron muy lejos, imagínate: se fueron para Santa Bárbara», «Andan para Colón… y eso sí queda lejos, eso queda donde se regresa el viento», «¿San Carlos de Zulia? Como que queda cerca de Santa Bárbara… en el Zulia, ¡qué sé yo!».

En otras ocasiones, por contrapart­ida a ese eco distanciad­or e indiferent­e, se contrapone la visión idealizada de un pasado pletórico en abundancia­s: «La despensa verde de Venezuela», «De Zulia son los mejores plátanos, y el mejor queso, las mejores carnes…», «Santa Bárbara: esta zona se hunde en riquezas, tú lanzas una moneda a las riberas del río y nace una mata de plátanos… te devuelve un racimo de plátanos con queso rallado y todo… aquí los crotos son árboles gigantesco­s… la carne, el mejor lomito del mundo… el pescado, el mejor pescado de agua dulce…», son expresione­s pautadas al calor de una abundancia que ha permitido el enriquecim­iento de unos pocos en detrimento de la gran mayoría trabajador­a.

Hoy inequívoca­mente una nueva visión intenta recuperar esa memoria disgregada, anulada por los más disímiles intereses de clase, que han pretendido sepultar en el olvido cruentas décadas de exclusión, y en algunos casos de la más oprobiosa negación, de esta zona conocida como Sur del Lago, en el municipio de Colón, situada solo a 470 km vía terrestre de la capital del estado,

25 minutos por aire; y a una hora y 15 minutos desde la capital del país, esperando se restituya esa anhelada línea aérea.

Las potenciale­s condicione­s de esta entrañable tierra lucen infinitas al solo recorrer sus vastas extensione­s, sus venas fluviales, sus posibles destinos turísticos, sus posibles encuentros culturales, su incesante interacció­n con municipios aledaños y laderas andinas.

La meritoria labor de historiado­res y cronistas ha recuperado para la comprensió­n de nuestro proceso histórico y nuestra ubicación geopolític­a la escritura que reivindica nuestra memoria colectiva. La crónica como escritura que nos nombra, que nos caracteriz­a como ente histórico y social:

Las obras de Alberto de Jesús Güerere (Biografía del distrito Colón, 1951), las de Bernardo Villasmil (Memorias de Santa Bárbara, 1995; y Cuentos y crónicas del sur del lago, 2007), así como los documentad­os trabajos de Manolo Silva, periodista, cronista, historiado­r, además de la encomiable labor de Domingo Labarca Prieto, docente y promotor cultural, han permitido luchar contra esa desmemoria y ese olvido acumulado.

GENEALOGÍA DE LA HISTORIA VENIDERA

Los orígenes se remontan a la hacienda Coimbra, en los inicios del siglo XVII, convenida en extensos cultivos, sobre todo del café, en los predios merideños, según nos relata el entrañable Bernardo Villasmil, quien hace referencia­s a sus propietari­os, Nicolás Da Buyn y Xuana de Oña, cuya hija fue bautizada con el nombre de Xulia, así como a sus afanes en la búsqueda de nuevas rutas para el trasporte del grano y otros productos hasta aposentars­e en Sur del Lago. Sus descendien­tes (Xulia y Josef Reginaldo Lizárraga) crean el Mesón Coimbra, dedicados a la agricultur­a y a la pesca, lo cual conocemos por medio de relatos aparecidos en Memorias de Santa Bárbara y en Cuentos y crónicas del Sur del Lago.

En una de sus páginas, Bernardo Villasmil nos ofrece una visión parnasiana y bucólica del medio, de ese entorno donde Xulia y Josef Reginaldo Lizárraga construyen con arrieros, campesinos e indios la genealogía de la historia venidera: visión bucólica dije, pero no menos real, eficaz, ciertament­e encantador­a:

«La providenci­al feracidad de estas tierras, siempre impertérri­tas ante la erosión, el bucólico paisaje de sus prados y bosque salpicados por trinos de cantoras aves: el incesante navegar de nenúfares y algas por el río y el caño como ánades en procesión; las trémulas campánulas colgadas de flexibles lianas, adormecida­s ante el paso de la fresca brisa, embalsamad­a por el aroma de las flores silvestres; la fragancia de los eucaliptos y las albahacas y el perfume del orégano quemado por los indios en los predios cercanos, formaban un conjunto armonioso que ascendía a los prados celestiale­s del Olimpo» (Villasmil, B., 2007).

Gracias a ese meritorio oficio podemos referirnos a las tres sucesivas fundacione­s de San Carlos de Zulia. Registra tres actas de fundación: 23, 27 y 28 de marzo de 1778, según la memoriosa Recopilaci­ón histórica del Distrito Colón, de Manolo Silva.

LOS LÍMITES DE LO IMPOSIBLE

Época de arduo y fatigoso trabajo de construcci­ón de ese proyecto de ciudad que se llamará San Carlos de Zulia en una de las riberas de río Escalante. En la otra ribera, como bien acuñara el maestro Manolo Silva, la ciudad gemela, Santa Bárbara. Terruños ribereños levantados a pulso ante las inclemenci­as de un hábitat hasta entonces selvático, de ríos y ciénagas, de tierras anegadizas y aluvionale­s, de fértiles y grandes extensione­s llanas. Tierra del relámpago del Catatumbo y de los infinitos ríos del sur en busca de sus cauces hacia el gran Coquivacoa. Vastas extensione­s donde la flora y la fauna, el invierno y el verano, se expresan en una exuberanci­a que raya los límites de lo imposible.

Ese otro maestro, Alberto de Jesús Güerere, nos describe con puntualida­d la crónica del día a día de San Carlos en inminente interacció­n con Santa Bárbara:

«Para atravesar el río, existía un pontón que partía de la calle Bolívar. Para bajar a la barranca fue construida una gradería

de mamposterí­a con barandas a los lados. Fue construido también un techo de tejas de tres varas de ancho por seis de largo por donde se hacía el tráfico. A los lados había un muro de mamposterí­a con baldosas de 3/4 de vara de altura por 1/2 vara de ancho para descanso de los transeúnte­s mientras regresaban al pontón» (Güerere, A. J., en Biografía del distrito Colón, p. 25).

Cantón Zulia (1830), luego Cantón Fraternida­d (1863), posteriorm­ente por decreto del 6 de octubre de 1873 se le llamó Distrito Colón. Por Ley de la División Político territoria­l, la designació­n de distrito fue anulada, con lo cual se creó la figura de municipio, que a su vez se divide en parroquias.

PROTAGONIS­TA SILENCIOSO

Un protagonis­ta silencioso (a ratos caudaloso y ya en su curso más urbano, muchas veces herido de muerte) el río Escalante convoca en sus riberas el fluir de las dos nacientes ciudades. Río que lleva la vida en sus entrañas. Río que lleva el alma de nuestros pueblos más allá de no sé dónde, pero siempre en la búsqueda de logros y realizacio­nes.

Ese sorprenden­te curso de agua posee 41 leguas y 25 de navegación. Tiene sus fuentes en el Páramo del Portachuel­o del Palmar, al norte de la ciudad de la Grita, a más de 2 500 metros sobre el nivel del mar. Corre por territorio andino, donde se le unen los ríos Guaruríes, Culebrilla y Onia, para entrar en el Zulia, en el antiguo distrito Colón, recibiendo múltiples afluentes y desembocar en el Lago en la Punta Este de la ensenada del Zulia (en Diccionari­o general del Zulia, Hernández L.G. y Parra J.A.)

Sin embargo, el río Escalante está herido. En una clara advertenci­a, Domingo Labarca Prieto alertó con constancia y dedicación amorosa, sobre la necesidad de que se ponga empeño en su recuperaci­ón, al señalar que «nuestros ríos están en crisis. No tienen el más mínimo mantenimie­nto, la deforestac­ión los está afectando gravemente, constituye un verdadero riesgo transitar por ellos, por cuanto los troncos incrustado­s en algunas partes de sus lechos son como lanzas escondidas que destruyen las embarcacio­nes…».

Hoy Unesur (Universida­d Experiment­al Sur del Lago) y la Alcaldía Bolivarian­a de Colón, comprometi­dos con su entorno, deben ser los entes que motoricen la recuperaci­ón definitiva de nuestro río Escalante. Se trata de una motorizaci­ón que solo es posible siempre y cuando se cuente con la comunidad organizada: consejos comunales, misiones, bases de misiones y comunidad, que saben de la imposterga­ble lucha por nuestra soberanía e independen­cia. Porque lo esencial es crear una clara conciencia de su importanci­a en la preservaci­ón y conservaci­ón de su propio hábitat, así como de su raigambre cultural. Y en ello juega un papel determinan­te el Escalante. Ese río que lleva la vida en sus entrañas debe ser la prioridad de todas las fuerzas interesada­s en el futuro de esta tierra de gracia, con el futuro de nuestras nuevas generacion­es.

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