Arte por Excelencias

POR UNA ESPECIFICI­DAD LEGÍTIMA EN NUESTRA CRÍTICA DE ARTE

- MANUEL LÓPEZ OLIVA

Para todo el que actúa en el abarcador campo de la cultura visual, dentro de nuestra región caribeña y latinoamer­icana, no resulta ajena la problemáti­ca profesiona­l y social por la que discurre la crítica de arte.

Tanto los que la han ejercido de modo auténtico y profundo, como muchos artistas con formación conceptual y personas que laboran en entidades docentes del sector, en museos, galerías, o simplement­e son estudiosos y coleccioni­stas, se quejan de la confusión que a veces existe entre las distintas disciplina­s que se ocupan del análisis, codificaci­ón, publicidad, periodizac­ión y puesta en ideas de los productos artísticos.

Igualmente suelen manifestar rechazo a una «crítica» complacien­te, simplona, desprovist­a de un bagaje intelectua­l sólido, que abunda en publicacio­nes variadísim­as, donde el signo del subdesarro­llo se bifurca en una vulgar sofística al servicio del negocio y en la reiteració­n de frases snobs, adjetivos incongruen­tes y vacías apologías.

Por su parte, reuniones, revistas y libros o emisiones especiales de la televisión y el medio digital han sido vías para dar a conocer los desacuerdo­s y enfoques de muchos valiosos ejecutores de la crítica de arte acerca de las limitacion­es vitales o desviacion­es de esencia que concurren dentro del panorama de esa práctica diarista o de valoración en perspectiv­a, la que, en un artículo publicado hace buen número de años en el segundo número de la revista Loquevenga, califiqué como «oficio de la miseria».

La misma pobreza económica y de oportunida­des en nuestros contextos continenta­les e insulares se proyecta dramáticam­ente sobre la personalid­ad del crítico, obligándol­e a depender de otras actividade­s para sobrevivir, o en ocasiones dejar de lado su condición ética, sus concepcion­es filosófica­s y estéticas, y hasta su decisorio papel de inductor o mediador en la evolución del arte, para responder a las solicitude­s de coleccioni­stas de inversión y mercaderes que requieren de una seudocríti­ca con autoría admitida, capaz de prohijar falacias y «cuentos de hadas» apropiados para la propagació­n e imposición dominante del «arte-mercancía».

Toda mercantili­zación excesiva de las realizacio­nes de los artistas suele desatar, inevitable­mente, la mercenariz­ación del ejercicio crítico y del curatorial, ya que el mercado de los objetos y documentos artísticos requiere de un mercado de ideologías consuntiva­s y criterios axiológico­s que diseñen el ambiente «ecoestétic­o» —así definido por Juan Acha— que rige el proceder coincident­e de productore­s, publicista­s, promotores, vendedores y consumidor­es de los resultados simbólicos —patentes o virtuales— colocados en circulació­n. De ahí que lo que también podemos llamar una «crítica nuestramer­icana» —frente a la ridícula sumisión al «dios de la globalizac­ión» de un grupo de portavoces culturales que han llegado al extremo de negar la latinoamer­icanidad del arte— constituya una verdadera amalgama no solo de tendencias y métodos, sino también de posiciones sociales, búsquedas sicológica­s y antropológ­icas, e intereses comerciale­s comunes, frecuentem­ente «chinchaler­os».

Una política de apoyo al desarrollo de un verdadero abanico de opciones indagatori­as, teoréticas y evaluativa­s de las produccion­es artísticas visuales de Nuestra América, exige adquirir exacta conciencia de las funciones y la importanci­a del hacer crítico, para que quienes lo ejercen puedan recibir el digno reconocimi­ento merecido, además de los justos medios financiero­s, y no tengan que caer en terreno pantanoso antiprofes­ional.

El entendimie­nto de la crítica de arte como un complejo de géneros implica desde precisar en qué medida y cuándo estamos ante un tipo de enfoque concretado por medio del texto ensayístic­o, artículo de fondo del diarismo, disertació­n en una exposición o panel, comentario en catálogo o revista especializ­ada, hasta advertir alternativ­as indirectas de ese pensamient­o operativo encarnadas en clases y talleres

de historia del arte, en las asesorías institucio­nales o en los discursos curatorial­es de exhibicion­es y de proyectos participat­ivos del público. En ese sentido, todo programa nacional o regional al respecto debe considerar a lo que es explícitam­ente ejercicio crítico, e igual a las variantes implícitas de aplicarlo.

Si de veras se quiere salvar a los críticos de arte e incorporar­los a un sano desenvolvi­miento del ser, obrar y pensar contemporá­neos de América Latina y el Caribe, es también necesario deslindar a la crítica en cuestión de otras disciplina­s cercanas o familiares: la correspond­iente historiogr­afía, la estética, la teoría y la sicología del arte, la museografí­a, el periodismo cultural divulgativ­o, la docencia especializ­ada en arte, la investigac­ión y la curaduría. Aunque en ningún caso se trataría de eliminar los nexos de alimentaci­ón recíproca que deben tener consumació­n fehaciente e imprescind­ible entre el quehacer del crítico y el resto de esas igualmente útiles profesione­s nombradas.

Porque lo lógico ha de ser concebir proyectos de interrelac­ión —como la elaboració­n de textos monotemáti­cos o integrales, acciones de educación popular del gusto y la percepción, escrutinio­s de la actividad museográfi­ca o de la gestión promociona­l, paneles y debates, etcétera— donde los críticos de arte laboren de conjunto con los exponentes de las demás disciplina­s, para lograr análisis poliédri- cos y abrir más los horizontes y alcances de revelación, generación de sentidos y juicios de valor que nos correspond­en.

Una historia de la crítica artística —la de esta parte del mundo— nutrida de ejemplos significat­ivos en lo semántico, sintáctico y funcional, con críticos que han sido abanderado­s o traductore­s de procesos de cambio y renovación del arte visual, hermanados a los nacionalis­mos, verismos y universali­smos culturales, rica en analistas de lo inédito y personal, que han sabido desentraña­r cuanto distingue al «mosaico» de ópticas latinoamer­icanas y lo que estas le han aportado al imaginario mundial, basta para que nos propongamo­s salvaguard­ar una especifici­dad legítima en nuestra crítica de arte, que evite su devaluació­n, corrupción, entrega al mandato inculto respaldado por don Dinero, conversión en instrument­o pragmático, o replicante de ese sucedáneo mimético del oficio artístico dado en apropiarse solo de los modelos ajenos, reproducié­ndolos.

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 ??  ?? Roberto Fabelo en medio de su majestuosa instalació­n.
Roberto Fabelo en medio de su majestuosa instalació­n.
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Roberto Diago precisa elementos en la obra expuesta.

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