EL ENRIQUECIMIENTO ESPIRITUAL DE LA BUENA MÚSICA
En estos tiempos que corren, la llamada música comercial domina gran parte del mercado en todo el mundo. Promocionada mediante gigantescas campañas de marketing a cargo de famosas casas discográficas, nos hacen creer en la falsa ilusión de que el gusto por la buena música se ha depreciado tanto en favor de la peor música comercial como si ya a nadie le interesara cultivarse el espíritu. Sin embargo, hace tan solo semanas, en el capitalino Centro Cultural El Submarino Amarillo, espacio donde cada noche el legado del rock anglosajón es homenajeado por diferentes grupos cubanos de rock, se presentó el eminente pianista Frank Fernández para compartir la escena con el grupo Sweet Lizzy Project y provocar así un acontecimiento cultural de proporciones insospechadas.
En Cuba no hay persona que sea indiferente a la impactante obra del Maestro. Reverenciado en los exclusivos escenarios de la música de concierto en todo el mundo, acompañado por prestigiosas orquestas sinfónicas, estar presente en un concierto de Frank Fernández es la oportunidad de quedar estupefacto ante el dominio del virtuosismo de sus manos en el teclado del piano. Al mismo tiempo, representa el riesgo de quedar atrapado por el embrujo que desde su alma profunda nos descubre el verdadero significado de la palabra pasión. Paul Mccartney ha expresado recientemente que si Los Beatles alcanzaron cumbres cimeras en la evolución de la música popular fue porque mientras sus contemporáneos se limitaban a mantenerse en el estilo en que surgieron, los Chicos de Liverpool no se quedaban satisfechos con las fórmulas que los llevaron al éxito originario, sino que cada nuevo disco constituía un desafío a superar.
Si bien el elemento natural del maestro Frank Fernández, como sucede con los músicos de altura, es la música de concierto, no ha dejado de recoger ningún guante que le tiren al piso, por inmenso y desconocido que nos pueda parecer el reto. Hacer referencia a la Nueva Trova, mencionar su nombre, constituye una cita obligatoria por su trabajo como arreglista y pianista en la obra de figuras legendarias como Silvio Rodríguez, Noel Nicola y Vicente Feliú. Cubano de pura cepa, un maestro del son como Adalberto Álvarez confía ciegamente en la capacidad improvisadora de Frank en el terreno del son del mismo modo que Los Muñequitos de Matanzas, verdaderas estrellas de la rumba en el contexto del género, le pidieron grabar un disco juntos. Muchas más son las aleaciones del talento de Frank Fernández con diferentes manifestaciones de la música cubana, pero la posibilidad de alternar con un grupo de rock constituía una irresistible invitación que no se podía ignorar.
De entre las decenas de agrupaciones que conforman el complejo artístico del Submarino Amarillo, Sweet Lizzy Project figura entre las propuestas más aclamadas por el público habitual de dicho centro nocturno, no solo por su refrescante apariencia juvenil, sino por señorear a partir del nivel profesional que los distingue. En sus versiones a clásicos del rock anglosajón, además de aprehender la esencia de una pieza original, la recrean a partir de sus perspectivas personales, dando lugar a una obra absolutamente atractiva.
En la noche del concierto, Frank les concede el derecho de abrir el espectáculo como parte de la casa, momento revelador al conjugar los covers con temas de su propia creación desde una coherencia estilística reconocida por los cáli-