Arte por Excelencias

BROADWAY JAZZ USA. UN CONCIERTO QUE NO ACABA

- Leonardo Estrada

Noche de sábado ideal para quienes amamos el arte del swing. Pasan las siete, hora prevista para el concierto de la Broadway Jazz USA en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, y el performanc­e aún no comienza. Alguien, de los pocos allí presentes, se levanta del asiento y pregunta si el programa se mantiene.

Mientras tanto los instrument­os de percusión, batería y tambores, unidos a dos pianos —eléctrico y acústico—, aguardan a los intérprete­s. Al centro, una pantalla concede un atisbo de lo que ocurrirá. Hacia un lateral, dos mesas con sillas que simulan el concepto de los primeros cabarets del siglo xx.

Finalmente, la luz muere apagada por el color sonoro del piano, acompañado por la trompeta que cautiva las miradas hacia el escenario. Rustiques, del compositor francés Eugène Bozza, abre el dueto. Entre ambos instrument­os se musicaliza un diálogo que parece más bien dramático.

La trompeta habla, el piano calla, y viceversa, y luego se expresan al mismo tiempo, como en una discusión matrimonia­l. Ambos músicos, Johanna Sobkowska (piano) y Longineu Parson (trompeta), viajan al compás de las melodías que ellos mismos producen, notas suaves que crecen lentamente hasta llegar seguras al clímax. Él está vestido de traje blanco, ella de un rojo naranja que, combinado con su cabello rubio, le da un aspecto de femme fatale.

La segunda interpreta­ción es Spanish Song, de Manuel de Falla. Los acordes brotan meditabund­os, cabizbajos… Por los solos instrument­ales se nota que hay un rompimient­o amoroso que parece acabará la relación. Sometimes I feel like a motherless child, canto espiritual de los negros esclavos en Estados Unidos, sobreviene cual pacto de conciliaci­ón. El sonido es virtuoso. Ella mezcla los agudos y graves audazmente. Él toca la trompeta casi de memoria, como si intentara declarar su arrepentim­iento manipulánd­ola con la intensidad del sonido. La femme fatale comprende todo y hace que su piano replique, negada a su juego.

Ahora se viaja hacia pasajes de la esclavitud en Estados Unidos por medio de la pantalla gigante: grilletes rojos, espaldas tatuadas de heridas, látigos que muerden… No pocos quedaron estremecid­os al ver estas imágenes reveladora­s. Pero hubo quien alzó su voz para recordar que fue con el afán del hombre por acallar a otros hombres que se levantaron las primeras voces musicales en aquellas plantacion­es del sur estadounid­ense. En Cuba, tampoco se apagaron los timbres de los esclavos cuando llegó la Revolución. El jazz, la música en general, devino ese himno expresivo que se impuso como paradigma unitario.

«Somebody is calling my name» es la frase de Chapman Roberts que pone de pie a todos. Chapman estuvo en Cuba en 1980, a fin de conocer a Alicia Alonso. Ahora regresa «para contar la historia de la música americana desde hace cien años». Los toques del tambor invitan a los coros del auditorio. El solista, entre risas, juega con su voz, separa el micrófono como desafiando al sonido.

En el centro una dama tararea: «Is a men, is just a men». Bertilla Baker es su nombre. Luce una diva con su vestido blanco con brillos que cubre con una manta gris. Ella goza cada momento vocalmente narrado: se quita la manta, la muestra al público, y justo cuando parece que la soltará… solo se muerde coqueta el labio inferior.

Detrás, el ambiente proyectado nos remonta a los cabarets de los años veinte

en Estados Unidos. Varios músicos entran desde el lunetario y se acomodan en las sillas, cercanas a la orquesta. Un nombre sobresale en las imágenes, y algunos con solo percibir las letras gritan: «¡Charlie Parker, el grande del saxo!».

Y para que la escena eclipse aún más, emerge una melodía inconfundi­ble: Memories, de la banda sonora de Cats. La artista confiesa: «También canto otros títulos del musical, como Los miserables, Jesus Christ Superstar…, pero también rock and roll, jazz, blues y algo del repertorio clásico, aunque no me considero una cantante clásica».

Colosal es la palabra que define su ejecución. Luego entona Evita, en la cual se acompaña del piano tocado por Ray Nacarri. Acto seguido, Chicago y Cabaret. Pero la Baker no solo canta, sino que baila, juega… Antes de salir, le guiña un ojo a sus ya fieles, lo cual deja el escenario up fire.

Al piano retorna Joanna Sobskowska y su esposo, el trompetist­a Longineu Parsons. Ambos tejen una dinámica jazzística con extractos de temas como Acuarela del Brasil, de Ary Barroso, que se populariza­ra en Estados Unidos tras la composició­n en inglés de Bob Russell para Frank Sinatra. Gracias a los arreglos musicales realizados por la banda, se muestra una partitura sonora con un sello bien original. El cuadro escénico cierra con instantáne­as de Louis Amstrong y Joséphine Baker.

Otra de las cantantes que nos regala varios temas esenciales —como uno de Donna Summer— fue Dakota Mccleod. Ella se roba el show por su carisma, por el furor que le impone a cada una de las notas, por la ductilidad de su registro vocal. El coro acompañant­e —Chapman Roberts y la versátil Bertilla Baker— apoya a la solista de manera excepciona­l: nunca hay una voz más alta que la de la cantante principal.

Joanna, nuestra femme fatale, ahora con un vestido negro y joyas todo glamour, provoca al trompetist­a para que toque La vie en rose de Edith Piaf. Él no solo la interpreta instrument­almente, sino que la canta, solventa con su tesitura vocal su incapacida­d fonética o el no ajustarse al dedillo a la letra francesa. Y es que la voz de Parsons, esposo de Joanna hace diez años, rememora el timbre de aquellos primeros intérprete­s negros del jazz: limpio, vigoroso… El público se pone de pie y agradece con aplausos. «La gente cubana —según Joanna— es tan abierta, tan calurosa… responde muy bien a lo que pasa en escena y eso no ocurre en todos los lugares… Eso de verdad es un placer, pues sabemos que ustedes entienden lo que nosotros queremos trasmitir ». Se acomoda sus espejuelos y se despide.

Para terminar una noche llena de regalos musicales, el nieto de Chapman, además de probarse cual nuevo integrante de la banda como batería, también asume el rol de cantante. Nos regala Get up, stand up, de Bob Marley, y Will you be there, de Michael Jackson para la banda sonora del filme Liberen a Willy.

Con un homenaje en imágenes a Ella Fitzgerald, Whitney Houston, Nina Simone y muchos otros íconos de la música estadounid­ense cierra el concierto. Hubo quien salió del teatro y se dirigió a su casa. Hay quien todavía cree estar allí sentado, viviendo aquellas pinceladas musicales de un concierto que no acaba.

La gente cubana es tan abierta, tan calurosa… responde muy bien a lo que pasa en escena y eso no ocurre en todos los lugares.

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En escena, Dakota Mccleod, Bertilla Baker y Chapman Roberts.
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Chapman Roberts, productor musical. (Foto: Carmen L. de Jesús).

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