UNA ANÉCDOTA SIMPLE Y GRATIFICADORA
A SIMPLE AND GRATIFYING ANECDOTE
Días atrás, cuando llegaba yo a la reja delantera del Consejo Nacional de Artes Plásticas, en la avenida 3ra. de Miramar, tuve la muy agradable experiencia de ser interceptado por una señora que, en tono muy amable, dijo tener una especial admiración por mi obra artística, que la sentía como cosa propia, y notaba que en sus formas había mucho de los más genuinos sentimientos y las preocupaciones de los cubanos. Me felicitó por lo que entrego a la cultura del país, y por manifestarme como desearían hacerlo muchos coterráneos. Me confesó también que había estudiado Historia en la Universidad de los sesenta, y que creía recordarme de entonces…
Si lo que ella me expresó hubiera venido de un crítico, colega del arte o curador sincero, no me hubiera tocado tan hondo. En ellos puede ser normal ese tipo de interpretación. Pero se trataba de una profesional desprovista de «vestidura mediática», de esas personas que denominamos «comunes» o «desconocidas» por ser parte de los sectores populares que sostienen la vida de la nación y hacen posible el ejercicio creativo de los artistas. Y aunque no era la primera vez que me ocurría algo así, tuve alivio de conciencia al advertir que la iconografía que he venido conformando con afán comunicativo y amor había logrado proyectarse -siquiera- en la subjetividad de las gentes más disímiles que habitan esta esforzada, a
veces dolida, épica y siempre deseosa sociedad. De inmediato recordé aquella frase de Antonio Machado tan escuchada en mis tiempos juveniles: «Escribir para el pueblo… ¡qué más quisiera yo!».
Ahí me quedó claro que no produzco imágenes preconcebidas solo para consumidores externos que pueden comprarlas, que el sentido de mi pintura o mis performances no radica en responder a cánones provenientes de la lógica «neutral» del producto «estetizado» destinado al mercado transnacional, y que tampoco puedo fabricar la «cosa» fría y el «adorno elegante» adecuado al diseño de interiores, pero carente de la sustancia humana compleja que trasmite vibraciones de una época, señales de la historia vivida y valores de la sicología nacional.
Entonces me sentí libre de la mentalidad dependiente que enajena, de la repetición de estilemas que nos torna siervos de la mercancía, del pragmatismo que mata las fibras auténticas de cultura, del papel de sucedáneo y seguidor que empobrece al espíritu, y asimismo de servir al ajeno y olvidar a los connacionales. Respiré al comprender que mis realizaciones en lienzo y el espejo que integraron la muestra A teatro abierto, ya terminada en la Galería Artis718, nacieron para dialogar con las personas de Cuba, e igualmente con aquellas del resto del mundo que no han perdido la sensibilidad y el dilema humanista.
A few days ago, when I arrived at the front gate of the Consejo Nacional de Artes Plásticas (National Council of Plastic Arts,) on 3rd Avenue in Miramar, I had the very pleasant experience of being gently intercepted by a lady. In a very friendly tone, she said she felt a special admiration for my artistic work with which she related to. She added that in its forms she found many of the most genuine feelings and concerns of Cubans. She
congratulated me for what I contribute to the country’s culture, and for expressing myself the way many people would like to. She also confessed that she had studied History at the University in the sixties, and that she thought she remembered me from those times...
At that very moment, I felt free from the dependent mentality that alienates us, of the repetition that makes us servants of merchandise, of the pragmatism that kills
the authentic fibers of culture, of the role of substitute and follower that impoverishes the spirit, and also of serving others and forget compatriots. I felt relief in understanding that my canvas works and the mirror exhibited in the A teatro abierto exhibition, close to its end in the Artis718 Gallery, were born to dialogue with the people of Cuba, and also with those of the rest of the world who have not lost their sensitivity and the humanist dilemma.