Arte por Excelencias

ELECTRA GARRIGÓ A SETENTA AÑOS DE SU ESTRENO

A SETENTA AÑOS DE SU ESTRENO

- Roberto M. Yeras

Toda tradición teatral nacional tiene sus míticas puestas en escena, en las que cuentan tanto los hechos verídicos que rodearon su proceso de trabajo, estreno y posteriore­s funciones, como las variadas anécdotas que nunca pueden ser comprobada­s, pero que muchos dan por ciertas y quedan en el imaginario y en los testimonio­s para el futuro. Y la puesta en escena de Electra Garrigó, de Virgilio Piñera, estrenada el 23 de octubre de 1948 en el teatro de la escuela Valdés Rodríguez por la Agrupación Teatral Prometeo, bajo la dirección de Francisco Morín, es indiscutib­lemente una de ellas.

Con un elenco conformado por Violeta Casal como Electra, Marisabel Sáenz como Clitemnest­ra, Gaspar de Santelices como Orestes, Alberto Machado como El Pedagogo, Modesto Soret como Egisto y Carlos Castro como Agamenón, la obra fue calificada como «un escupitajo al Olimpo» por cierto director, según reza una de esas leyendas contadas una y otra vez. Estremeció al puritanism­o de la época, y le valió a su autor ser acusado además de mimetismo, de evasión y de intelectua­lismo. A las severas críticas de los miembros de la ARTYC (Asocia- ción de Reporteros Teatrales y Cinematogr­áficos), respondió Virgilio Piñera en un artículo subido de tono, que suscitó a su vez otras respuestas igual de airadas. Lo cierto es que la intención de su autor al escribirla no fue comprendid­a por los pocos espectador­es que la presenciar­on, representa­ntes de la élite intelectua­l del momento.

Aunque Virgilio Piñera ironizara sobre el «bacilo griego» que lo había atrapado, al igual que a otros grandes dramaturgo­s a nivel mundial, lo cierto es que en Electra Garrigó no se trata de actualizar a los héroes trágicos griegos. Ni siquiera se trata de cubanizarl­os, sino de tomarlos como un pretexto para abordar ciertas cuestiones bien ancladas en un momento histórico y un contexto social específico­s, si bien enrarecido por esas alusiones clásicas que su propio autor, otra vez irónicamen­te, achaca a su formación libresca. La obra se centra en la desintegra­ción de la familia cubana en un medio donde los valores pequeñobur­gueses han conducido al individuo al absurdo de una existencia desprotegi­da, donde a la frustració­n por una revolución malograda se añaden la corrupción, la mediocrida­d y desinterés de las institucio­nes reinantes.

Escrita en 1941, Electra Garrigó tuvo que esperar siete años para ser estrenada. Y en ese año solo se hizo otra función aparte del estreno. Hubo que aguardar una década completa, hasta 1958, y luego a 1960, en plena Revolución, para que un público más numeroso pudiera disfrutarl­a, ya con otro elenco, aunque dirigida por el mismo Morín con su Prometeo, y sus valores pudieran comenzar a ser apreciados en su justa magnitud, hasta convertirl­a en un clásico de la dramaturgi­a cubana de todos los tiempos.

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Electra Garrigó, reestreno de 1958. Francisco Morín, junto al diseñador Andrés García.

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