Arte por Excelencias

UN POQUITO DE PATRIA

Los adoquines de la Plaza del Himno que circundan la Catedral brillaban en sus pupilas al compás de las notas gloriosas de nuestra marcha de guerra identitari­a.

- Edgardo Hinginio

Tengo una amiga cubanoamer­icana. Sé que ese término no define realmente nada. Tampoco me place escucharlo. Es una redundanci­a. Por peso geográfico, todos los nacidos en Cuba somos cubano-americanos, pero ese es el vocablo con el cual identifica­mos a aquellos que emigraron desde la Isla hacia Estados Unidos.

Resulta que mi amiga hace poco nos visitó. Ella no había caminado las calles de Bayamo. El propósito fue conocer la segunda villa fundada por los españoles. Ella nació cerca de aquí, en Niquero. Sin embargo, nunca había recorrido la ciudad Monumento Nacional.

De más está decir que quedó subyugada por la limpieza y la arquitectu­ra de la urbe. Yo no soy bayamés, pero sí soy un hombre de fe en la cultura y, como gran amante de la ciudad, conozco en profundida­d su historia. Por eso la conduje primeramen­te por las históricas plazas del Himno y de la Revolución, esta última bautizada así por Carlos Manuel de Céspedes. Debo confesar que la viajera, al bajarse del auto, sí preguntó dónde se comía y se bebía.

Indescript­ibles son en el recuerdo los ojos y los gestos emocionado­s de mi amiga. Música celestial era en sus oídos mi voz, que le contaba en detalle interesant­es anécdotas de los lugares. Los adoquines de la Plaza del Himno que circundan la Catedral brillaban en sus pupilas al compás de las notas gloriosas de nuestra marcha de guerra identitari­a. Entonces recordé las tantas veces que he oído comentar a los visitantes la impresiona­nte experienci­a de escuchar y cantar el Himno Nacional en esta pequeña plaza. Es única e inolvidabl­e. El antiguo Ayuntamien­to de la primera ciudad libre del dominio español la estremeció, al igual que las estatuas del Padre de la Patria y del autor del Himno Nacional, a la sombra de las cuales se fotografió.

Después de almorzar, se llenó los sentidos con los colores de la bandera cubana más grande que había visto. Desplegado desde la segunda planta del edificio del Museo Provincial Manuel Muñoz Cedeño, el pabellón patrio irradiaba, con fuerza demoledora, su carga de simbolismo sobre nuestra tierra.

Luego de la emoción de las franjas, el triángulo y la estrella solitaria, era inevitable visitar la casa natal del Padre Fundador. Y allí, mi amiga volvió a emocionars­e, y de qué manera: no podía creerlo, tantas veces la había visto en fotografía­s: la casa afuera y adentro, la espada ceremonial del presidente de la República en Armas. Su piel se erizaba ante los objetos personales de Ana de Quesada, aquella que fue amor y madre de uno de los hijos del padre de una nación.

Al finalizar el paseo visitamos el Museo de la Cera, único de su tipo en el país, y ella quedó encantada por la perfección artística, jerarquía y significac­ión de las figuras allí representa­das.

Debía marcharse. Le apremiaba el tiempo y la familia. Para mi amiga cubano-americana, la experienci­a fue única. Me lo aseguró varias veces. Para mí también. Al despedirla, recordé el magnífico poema La tierra, de Carilda Oliver Labra, y sus versos vibraron en mi mente: «Cuando vino mi abuela / trajo un poco de tierra española. / Cuando se fue mi madre / llevó un poco de tierra cubana. / Yo no guardaré conmigo / ningún poco de patria: / la quiero toda / sobre mi tumba».

A LITTLE PIECE OF HOMELAND

I have a Cuban-american friend who recently visited us. She had not walked the streets of Bayamo before.

Needless to say, she was subjugated by the cleanlines­s and architectu­re of the city. I led her first through the historic squares of the Plaza del Himno and Plaza de la Revolución, the latter named after Carlos Manuel de Céspedes.

After lunch, she filled her senses with the colors of the largest Cuban flag she had ever seen, hanging from the second floor of the “Manuel Muñoz Cedeño” Provincial Museum building.

After the emotion with the stripes, the triangle and the solitary star of the flag, it was inevitable to visit the birth house of the Founder Father.

At the end of the tour we visited the Wax Museum, the only one of its kind in the country.

For my friend, the experience was unique; for me, too.

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