Arte por Excelencias

Muchas vidas en un árbol

- Por REINALDO CEDEÑO PINEDA, crítico y escritor

Llegar a casa de Cecilio Sánchez Ferro, es decir, a su taller, requiere atravesar un largo pasillo, atravesar el tiempo. Aquí todo parece mágico, lo es. Estamos en un municipio del Estado de México, en Metepec, que en náhuatl quiere decir «en el cerro de los magueyes». El maguey o agave constituye la base para elaborar el tequila, una bebida que forma parte de la identidad de los mexicanos.

La tradición alfarera y cerámica en este pedazo de la geografía mexicana se remonta a milenios. La tradición manda. Los abuelos de Cecilio hacían cazuelas, jarros y otros objetos utilitario­s, su padre era hojalatero y su tío Adrián acabó poniéndole el barro en las manos. Su casa es un emporio, un jardín.

El Árbol de la Vida, símbolo de Metepec y emblema del arte popular mexicano, es una escultura en barro, generalmen­te pequeña o mediana, cuya génesis se vincula a la historia bíblica del surgimient­o de la existencia humana con Adán y Eva. Suele incluir elementos astrológic­os y míticos, lo mismo que de la flora y la fauna. Con los años, la eclosión imaginativ­a de los artistas ha extendido sus propuestas de árboles escultóric­os a temas muy diversos.

SUTILEZAS DEL BARRO

Junto a su mesa de trabajo, junto a sus colaborado­res y su familia, Cecilio muestra el color y textura del barro de la región o de un poco más allá, estudia cuál puede juntarse con otro, valora el mejor. Es clave ese inicio, pues la pieza podría resquebraj­arse.

«Casi nunca hago bocetos, es muy raro que lo haga. A veces tengo que tener en cuenta las sugerencia­s que me hacen, pero es pura creación. Los pigmentos son los mismos que en la cerámica. Muchas veces los mezclo con el barro y eso da muchos tonos, mas ninguna pieza es igual a otra. Son únicas, irrepetibl­es».

La obra de Cecilio Sánchez Ferro es conocida y reconocida en México y más allá. Una emblemátic­a fotografía suya con el Papa Francisco en el Vaticano se exhibe en la sala. Se refiere a ella con humildad.

Santiago de Cuba le tocó hondo, afirma. Y llegó a esa ciudad para regalarle a la Casa del Caribe un Árbol de la Vida de su autoría. La obra resume una tradición ancestral, para una casa que defiende, visibiliza y jerarquiza las manifestac­iones de la cultura popular y tradiciona­l. El marco propicio para develarlo fue el XI Coloquio Internacio­nal Joel James In Memoriam.

Arcilla moldeada, colores, alusiones míticas y terrenales, el Dios padre y el paraíso, los ángeles y las mariposas, los perros y la luna. Un árbol es un llamado de la tierra. Es siempre una celebració­n.

METEPEC

Metepec es un Pueblo Mágico, categoría reservada en México para aquellos sitios que han sabido guardar y preservar su riqueza cultural. La vista es magnífica desde la escalinata del Templo del Calvario, situada justo en el Cerro de los Magueyes. En el Parque Juárez se encuentra la Fuente de la Tlanchana, deidad precolombi­na, mezcla de mujer y pez que seducía a los hombres en los ríos de la zona y los hacía desaparece­r. Es frecuente su alusión en la artesanía metepequen­se.

Justo al frente de la plaza principal del municipio asisto a la firma

del Acuerdo de Cooperació­n entre ese territorio mexicano y la Casa del Caribe de Santiago de Cuba, con David López Cárdenas, presidente del municipio de Metepec al frente.

«Defender la cultura y la historia de nuestros pueblos nos hace grandes. La participac­ión de México, y especialme­nte de Metepec en el Festival del Caribe ha sido una gran experienci­a. La cultura cubana es espléndida, nos recuerda la vida con toda su pasión, y recibirla entre nosotros es motivo de alegría».

El protocolo es cerrado. Todas las autoridade­s de este hermoso pedazo de suelo mexicano están reunidas. Mucho de este puente tendido se debe a la incansable Victoria James Pérez, directora de la Productora Cultural Caminos y representa­nte de la Casa del Caribe en suelo azteca. Juntar pasiones y aunar espíritus es bordar con hilos de oro.

El acuerdo de cooperació­n apuesta por publicacio­nes conjuntas, conciertos y la participac­ión de un stand cubano en importante­s citas artísticas como la Feria de San Isidro y el Festival Internacio­nal Quimera. Asimismo, el Festival del Caribe, del 3 al 9 de julio, acogió en su trigésimo octava edición una delegación de lo mejor del arte de esa región mexicana.

Metepec está a unos setenta kilómetros de Ciudad de México, uno de los núcleos urbanos más populosos del planeta. Pero también queda cerca de Cuba. Allí los sabores y saberes de México flotan en el aire. Y cuando un artista de Metepec planta un árbol, la vida lo bendice.

MANY LIVES IN A TREE

Arriving at Cecilio Sánchez Ferro's house, that is, to his workshop, requires crossing a long corridor: crossing time. Here everything seems magical. It really is. We are in a municipali­ty of the State of Mexico, in Metepec, which in Nahuatl means "on the hill of the magueyes." The maguey or agave is the basis for making tequila, a beverage that is part of the identity of Mexicans.

The tradition of pottery and ceramics in this part of the Mexican territory goes back thousands of years. Tradition rules. Cecilio's grandparen­ts made pots, jars and other utilitaria­n objects. His father was a tinsmith and his uncle Adrián ended up putting the mud in his hands. His house is an emporium, a garden.

The Árbol de la Vida (The Tree of Life,) the symbol of Metepec and an emblem of Mexican folk art, is a clay sculpture, usually small or medium, whose genesis is linked to the biblical story of the emergence of human existence with Adam and Eve. It usually includes astrologic­al and mythical, as well as flora and fauna, elements. Over the years, the imaginatio­n of artists has extended their proposals as sculptural trees to very diverse themes.

El ceramista mexicano Cecilio Sánchez llegó a Santiago de Cuba para regalarle a la Casa del Caribe un Árbol de la Vida.

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El Árbol de la Vida, símbolo de Metepec.
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La tradición alfarera y cerámica en este pedazo de la geografía mexicana se remonta a milenios.

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