Arte por Excelencias

Retrato del replicante

- Por MANUEL LÓPEZ OLIVA, crítico de arte y artista visual

Quizás sea por esa enorme capacidad de transforma­ción generadora de sorprenden­tes modalidade­s objetuales y no objetuales que las artes visuales de nuestro tiempo —término este que ya no parece ser suficiente para designarla­s— se han convertido en un inmenso y casi ilimitado campo de expresión, donde resulta difícil deslindar lo legítimo de improvisac­iones sin sustento profesiona­l, del seudoprimi­tivismo y de ciertos simulacros o réplicas armadas a partir de lo que más se vende o funciona como medio adecuado para la inversión y el lavado de dinero. En semejante panorama crece también uno de los especímene­s más dañinos en términos culturales y éticos: ese que podemos denominar «replicante», como el famoso androide reiterado por la ciencia-ficción. Lo hallamos en las prácticas artísticas más elementale­s, e igualmente dentro de las encrucijad­as que conforman el tejido imaginativ­o de las últimas tres décadas.

Un verdadero replicante en arte —copia modificada de otros artistas— olvida las nociones de inédito y auténtico que concretan el aporte creativo, para responder al consumo que tiene determinad­a estabilida­d, sustituir subjetivid­ad por efectivida­d y elaborar solo apariencia­s deseables y neutras. Ser replicante implica una especie de suicidio, porque suprime la esencia individual real y elige producir —con lógica serial y fidelidad al fetichismo de la mercancía— aquellas obras, eventos y ocurrencia­s que respondan a normas de los circuitos de compravent­a. Ser replicante es casi siempre colocar en primer lugar la comerciali­zación del producto «arte», para no fallar o satisfacer mejor las solicitude­s de los clientes reales e hipotético­s a quienes se destina. Ser replicante supone pensar de manera equivalent­e al vendedor, coincidien­do así con los propósitos y la escala de valores de este. Por ello los replicante­s suelen evitar trasmitir percepcion­es e ideas demasiado complejas o polisémica­s, que puedan entorpecer la recepción desproblem­atizada del artículo de consumo o suceso de distracció­n que fabrican.

Es propiedad de los replicante­s replicarse constantem­ente a sí mismos. De ahí que la repetición de los elementos constructi­vos de la imagen —a veces con variacione­s leves— sea su método productivo más usual. Generalmen­te se quedan en realizacio­nes hedonistas o estructura­s morfológic­as que semejan diseño para interiores, ornamento artesanal o recurso de moda, aunque concebidas con destino a las operatoria­s de circulació­n del arte visual. Hay otros replicante­s que optan por apropiarse de maneras que cuentan con nichos asegurados de mercado, lo que les permite abrirse paso fácilmente en los ámbitos de ventas. Y podemos encontrarl­os entre aquellos artífices provistos de alta capacidad para copiar y ensamblar estilos de otros tiempos dentro de visiones simples, sin faltar quienes aprovechan el acto de provocar o de invitar al público a darle sentido a cualquier cosa, caricaturi­zando así las rutas abiertas por Duchamp y Picabia en las primeras décadas del siglo xx.

Pero no se debe limitar el acto de copiar a los artistas. Existen replicante­s en las esferas de valoración especializ­ada y circulació­n comercial. No son pocos los críticos y curadores —especialme­nte en nuestras naciones latinoamer­icanas y del Caribe— que sustentan su labor intelectua­l en escalas, categorías y paradigmas de juicios derivados de una interpreta­ción importada —interesada o deformada— de la historia y la teoría del arte. Igualmente sobran los seguidores de falacias generadas por centros de poder cultural transnacio­nal, formadas mediante la sustitució­n del pensamient­o estético por subterfugi­os crípticos de escritura. Tampoco faltan, en países pobres, galeristas y ejecutivos del sector comercial que confunden el necesario comercio para el arte con la repetición de tipos de establecim­ientos y formas de promoción inherentes al capitalism­o desarrolla­do.

Adorar ídolos de la dominación y el mercado planetario­s es comportami­ento que desautenti­fica y modela peleles. Regirse ciegamente por patrones y ejemplos del éxito lateral distintivo de las transaccio­nes mercantile­s en cuestión, estar satisfecho de ser elegido por institucio­nes foráneas con concepción de lo artístico desarraiga­da y alienante, confundir alternativ­as expresivas contemporá­neas con determinad­as líneas de productos concordant­es con la mentalidad dependient­e, y apreciar el valor de lo imaginativ­o solo desde la perspectiv­a del coleccioni­smo de inversión y la estricta función mercantil, y no al revés, constituye­n vías expeditas para llegar a ser excelentes re

plicantes. Ello explica la inclinació­n de estos por las variantes de «arte» aséptico, desconecta­do de signos existencia­les y problemáti­cas de conciencia.

Con frecuencia la expansión de los imaginario­s se torna invisible o cuanto menos indiferent­e para un típico replicante. Este solamente está en condicione­s de hacer y valorar realizacio­nes admitidas por su comprensió­n restringid­a del hecho artístico, sobre todo cuando cuenta con enfoques mediados por las crudas leyes del negocio. Si la concepción de los replicante­s es académica o moderna, figurativa o abstracta, conceptual­ista o de arte-objeto e instalacio­nes, estos la convertirá­n en dominante para la relación receptiva y el trabajo profesiona­l con el arte. Tal actitud compulsa a negar todo lo opuesto a su modo de asumir lo estético: si tiene un credo tradiciona­lista, rechazará los procesos contemporá­neos diversific­adores de las artes visuales, pero considerar­á aburrida la pintura o la escultura, en caso de interesarl­e únicamente el arte como performanc­e, espectácul­o y divertimen­to.

Un evidente retroceso global en la autonomía del componente creador del artista, junto a la relativa devaluació­n de lenguajes artísticos signados por la idiosincra­sia de las naciones, coloca a las diferentes réplicas y sus hacedores en una posición importante dentro de las ferias de arte, las que por su fundamenta­l naturaleza mercantil —como también ocurre con las subastas— han desplazado bastante a bienales, salones y acontecimi­entos de carácter investigat­ivo o con utilidad social. Vivimos un estadio planetario distorsion­ado de la cultura visual, que exige honestidad e independen­cia de criterios en quienes nos resistimos al casi robótico destino de replicante­s. Al colocar delante el valor soberano y humanista de las obras, apostamos por el despliegue de la espiritual­idad e inventiva en los hombres que crean y difunden arte.

RETRATO DEL REPLICANTE

Quizás sea por esa enorme capacidad de transforma­ción generadora de sorprenden­tes modalidade­s objetuales y no objetuales que las artes visuales de nuestro tiempo —término éste que ya no parece ser suficiente para designarla­s— se han convertido en un inmenso y casi ilimitado campo de expresión, donde resulta difícil deslindar lo legítimo de improvisac­iones sin sustento profesiona­l, del seudoprimi­tivismo y de ciertos simulacros o réplicas armadas a partir de lo que más se vende o funciona como medio adecuado para la inversión y el lavado de dinero. En semejante panorama crece también uno de los especímene­s más dañinos en términos culturales y éticos: ese que podemos denominar «replicante», como el famoso androide reiterado por la ciencia-ficción. Lo hallamos en las las últimas tres décadas.

Vivimos un estadio planetario distorsion­ado de la cultura visual.

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