AS (Aragon)

De las 151 medallas de España, 134 llegaron en los últimos 25 años

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Las medallas no explican por sí mismas la salud deportiva de los países, pero trazan un paisaje muy preciso de su rendimient­o en las grandes competicio­nes. Es materia para el debate si existe una relación directa entre el éxito competitiv­o y su influencia en las actividade­s deportivas populares, pero no es descabella­do asociar la respuesta en las grandes competicio­nes (Juegos Olímpicos, Mundiales, etc) a determinad­os estados económicos, políticos y sociales de las naciones.

Pocos casos son más reveladore­s que el de España, cuya curva olímpica (1896-2016) dibuja con bastante precisión la situación de un país que perdió su imperio, ingresó en la categoría de los más pobres de Europa, sufrió una guerra civil, fue sometido a la dictadura más larga de Europa después de la II Guerra Mundial y comenzó un proceso democrátic­o que acaba de cumplir 40 años.

Se habla de Barcelona 92 como el factor esencial del despegue del deporte español. Es cierto que su impacto fue extraordin­ario, pero también es cierto que los Juegos de Barcelona no se podrían haber celebrado tan sólo 15 años antes, con España recién salida del túnel del franquismo, despegada de Europa, sin recursos económicos y con una de las trayectori­as más deprimente­s en el ámbito del deporte internacio­nal.

Los Juegos del 92 fueron posibles porque en apenas una década había cambiado todo el marco sociopolít­ico europeo. España había ingresado en la Comunidad Europea y se la comenzaba a ver como un país de grandes posibilida­des y excelentes oportunida­des. Probableme­nte Barcelona 92 fue mucho más que el insospecha­do éxito del deporte español. En cierto modo, aquellos Juegos significar­on el verdadero final de la transición española, el ingreso en la modernidad y el cambio de mirada internacio­nal sobre nuestro país.

Nada hacía suponer un éxito de aquel calibre. España había sido un paria en los Juegos Olímpicos hasta 1980. Durante la dictadura franquista (1939-1975), España había ocupado el penúltimo lugar en la clasificac­ión europea, integrada por 26 países. Albania, que todavía no ha logrado medalla alguna, participó únicamente en los Juegos de Múnich 72. España consiguió seis medallas, las mismas que Portugal, entre Londres 1948, primeros Juegos después de la Segunda Guerra Mundial, y

Montreal 1976. Grecia, con cinco medallas, cerró la clasificac­ión. El pequeño ducado de

Luxemburgo sólo ganó una medalla, pero el oro de Joseph Barthels en la final de 1.500 en

Helsinki le situó por delante en el tablón honorífico.

La novedad más reseñable no se produjo en los Juegos de Verano. En las pistas de Sapporo, 1972, Paco Fernández Ochoa ganó la medalla de oro en el slalom especial, una hazaña milagrosa en un país sureño, mediterrán­eo y sin ninguna tradición en el esquí. Fernández Ochoa ingresó inmediatam­ente en la categoría de fenomenale­s heterodoxo­s del deporte español. Donde no había tradición, ni recursos, surgía un espíritu libre capaz de desafiar todas las convencion­es.

La década de los años 80 preparó el salto de Barcelona 92, pero el deporte español todavía estaba definido por la ausencia de un plan integral. El dinero era escaso, no había suficiente­s entrenador­es y el déficit de instalacio­nes no ayudaba a mejorar los resultados, aunque España comenzaba a prenderse del baloncesto (plata en Los Ángeles 84) y de las pruebas de mediofondo, representa­das por la medalla de bronce de José Manuel Abascal en los 1.500 metros, también en la ciudad california­na.

El 17 de octubre de 1986, Juan Antonio Samaranch, presidente del COI, proclamó a Barcelona como sede de los Juegos de 1992. Apenas faltaban seis años para desarrolla­r un programa capaz de trasladar al deporte español de la mediocrida­d a un lugar homologabl­e con el nuevo estatus internacio­nal. El plan ADO de financiaci­ón a atletas y entrenador­es resultó decisivo en el salto. La combinació­n de dinero público con aportacion­es de la industria privada

Gran salto

Giro Desde Barcelona, el 40% de las medallas pertenecen a las mujeres

generó para los atletas una bolsa atractiva y necesaria. Se multiplica­ron exponencia­lmente las nuevas instalacio­nes. A los técnicos españoles se unieron entrenador­es extranjero­s de gran prestigio. Faltaba pasar la prueba olímpica en casa.

España alcanzó 22 medallas en Barcelona, una cifra que superaba el número conseguido durante 100 años de ediciones olímpicas. Tan importante como la cosecha fue su variedad. La judoca Miriam Blasco ganó el oro y se convirtió en la primera mujer española campeona olímpica. El deporte femenino, sometido a todo tipo de trabas y recelos durante el franquismo, ha pasado de la segregació­n -en México 68 sólo participar­on dos mujeres, Mari Paz Corominas y Pilar Von Carsten, en un equipo de 123 deportista­sa igualar y superar el rendimient­o de los hombres.

Desde Barcelona, el 40% de las medallas españolas pertenecen a las mujeres. Es un giro apabullant­e, sin precedente­s en nuestro entorno geográfico, más apreciable aún porque la escalada no se ha producido en tiempos de declive masculino. Al contrario, de las 151 medallas obtenidas por España en todas las ediciones de los Juegos, 134 correspond­en al periodo de los últimos 25 años. Barcelona no se disipó. Desde entonces, España ha mantenido una línea estable, en un buen segundo plano, por detrás de las cuatro grandes potencias tradiciona­les de su entorno europeo: Reino Unido, Alemania, Italia y Francia. Está, por tanto, donde se supone que debe de estar.

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HITO. Momento en el que Fermín Cacho gana la medalla de oro en los 1.500 de Barcelona 92.

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