AS (Aragon)

Los gigantes por los que trasnoché

- TOMÁS RONCERO ■

Fue una noche mágica en las alturas de Barcelona. Y me refiero a la emoción que corrió por mis venas ‘vintage’ cuando me encontré con Epi (¡leyenda!), Romay, Iturriaga, Llorente, Beirán, Arcega, Margall,‘Lagarto’ De la Cruz o Solozábal. Gente grande, en el sentido literal de la palabra y en el humano. Ellos nos hicieron creer a una legión de adolescent­es que había vida más allá del fútbol. Ellos lograron que en aquel verano inolvidabl­e del 84 cambiásemo­s los decibelios de las discotecas por el sonido de la plata olímpica labrada tras nuestro primer gran triunfo sobre Yugoslavia. Jugar la final con la tropa de Michael Jordan fue un premio cuyo desenlace ya era conocido. Pero la proeza ya estaba firmada. Dejaron huella. Y con ellos creció una legión de fieles al deporte de la canasta. España pasó por el aro gracias a ellos...

Pero no fue una medalla aislada producto de una gran generación de jugadores. La semilla estaba sembrada y bien que lo recordé cuando me abracé a Garbajosa y Carlos Jiménez. Dos de nuestros estandarte­s de la plata olímpica de Pekín 2008. Nunca pusimos a los chicos del Dream Team en mayores apuros que en aquella final en la capital china. A falta de un minuto, ahí les teníamos. Fruto de una generación que parecía producto de un ‘baby boom’ programado. Pau Gasol desterró para siempre los complejos. De nuevo dejamos huella.

La foto de familia de Montjuïc fue el aperitivo perfecto para dignificar un deporte que ha logrado lo más difícil. Que en cada cita olímpica los partidos de la selección de básquet sean lo más visto, lo más reclamado, lo más publicitad­o. Puede no interesar la Liga ACB (de hecho, no interesa con el actual formato), pero cuando juega la Selección y salen por la pantalla amiga de TV los aros olímpicos, toda la familia se arrima a ver qué pasa. Ahora también se nos han incorporad­o nuestras chicas, que en Río se metieron en la final ante las americanas con una fiereza que nos conmovió a todos. El olimpismo español sólo tuvo un lugar negro en Barcelona 92: el equipo masculino de básquet. Pero esa herida está curada con creces. Sólo recordamos alegrías. Gigantes.

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