AS (Aragon)

Messi, cuatro de siete

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Cuatro goles de siete disparos. A la familia Seisdedos la llaman así porque un antepasado mató a seis tipos de dos tiros. Seis de dos. A Messi habrá que llamarlo Cuatrodesi­ete. Disparó siete veces, marcó cuatro goles. Un respeto. Hay algo que decir, además, de este goleador que parece dibujado por Fontanarro­sa: no se va a arriba, es siempre él, no hay otro que parezca más humilde, más interior como persona, más alejado del ruido que supone ser el mejor del mundo en su especialid­ad. Trabaja para un circo propio, nadie le manda. La especialid­ad de Messi no es tan solo el gol, o el gambeteo: la especialid­ad de Messi es el silencio. Así, en silencio, se encarama cada vez que quiere a lo más alto de la tabla de los goleadores. El rito, pase lo que pase, sigue siendo el mismo, abrazo a los compañeros, saludo a la abuela. En el juego mismo el rito es también repetitivo: se pasa a sí mismo, como si se estuviera driblando ante el espejo, y luego dispara. ¿Por qué no lo atajan? Porque los futbolista­s no son habitualme­nte como él. Y tampoco tienen sus recursos: van tras él para agarrarlo, pero él es de vaselina, como lo eran Zidane y Di Stéfano. Jugadores así hay cada tantas décadas.

El Eibar lo sufrió anoche. Los defensas en ambos lados, decía don Luis Suárez en la SER, estuvieron fatal. En el Barça estuvo espectacul­ar Paulinho (dos goles en tres días), y fue bueno el Suárez júnior (Denis). Pero como Messi no hay otro. Si está él no hay otra historia.

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