AS (Aragon)

La Copa que se jugará en una baldosa

- HÉCTOR MARTÍNEZ ■

De un tiempo a esta parte, la FIFA cambió de gafas. No queda otra, el mundo al que estábamos acostumbra­dos ya no es el mismo y el fútbol no es ajeno a esa globalizac­ión a golpe de tuit. La solución está clara: hay que abrir la mirada. No ocurre sólo en el fútbol, esa misma línea es la que siguen otros deportes de calado como la Fórmula 1 y MotoGP, a los que Europa se les ha quedado pequeña y buscan un nuevo estirón en Sudamérica o Asia; o como la NBA, que exporta algunos de sus partidos fuera de Norteaméri­ca. Nasser Al Khater, Sakis Batsilas y Matthias Krug hablaban, detallaban, elogiaban, vibraban ayer con Qatar, con todo lo que aguarda en aquel estado soberano en apenas cinco años. Pasarán volando.

Hablamos de un Mundial que rompe la baraja, un más difícil todavía, porque la gran fiesta del fútbol se disputará entre noviembre y diciembre (algo inédito en la historia de los Mundiales) y en un estado de apenas 2,7 millones de habitantes (sólo Uruguay, en el campeonato que acogió y ganó en 1930, tenía menos). Al Khater nos dibuja el Mundial que está por venir, un campeonato nacido de la nada (desierto) y que se jugará en una baldosa: la mayor distancia entre los estadios más alejados será de 16 kilómetros, es decir, como si todo se jugase entre Madrid y Alcorcón o entre Barcelona y Sant Boi de Llobregat.

Tenemos la oportunida­d de ganarnos una reputación como país”, apuntó mediado el almuerzo Al Khater. Ese ya es motivo suficiente para que Qatar pise el acelerador rumbo a 2022. No hay mejor trampolín ni piscina que una Copa del Mundo de fútbol y los países vecinos harían bien en verlo de ese modo. Los celos no conducen a nada. Tampoco en el fútbol.

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