AS (Aragon)

Juan A. Corbalán

- RICARDO GONZÁLEZ LA ENTREVISTA

¿Le Ilusiona recoger el Premio AS junto a algunos de los mejores deportista­s españoles del último medio siglo? —Los que hemos hecho deporte sabemos que la gloria es efímera, por eso cuando se acuerdan de ti tantos años después tiene un calado especial. Significa que hicimos algo muy importante, más de lo que la gente pueda entender. Me siento orgulloso de aquella generación y de toda la labor que de forma artesanal se empezaba a realizar en el baloncesto español y que ha dado sus frutos. Es emocionant­e recibir este Premio junto a otras seleccione­s y deportista­s que han dejado tanta huella. Recuerdo, por ejemplo, el 12-1 a Malta, la situación límite de aquel partido y el enorme impacto en la sociedad española. Fue un milagro. Muchos

Ahora ejerce como médico, pero en 1984 capitaneó a la Selección que logró la plata olímpica en Los Ángeles y que AS ha premiado en su 50 aniversari­o.

de los premiados van ligados a mi infancia. A Iribar lo he llevado en los cromos, era el Chopo

vestido de negro, el modelo de portero vasco serio y cabal. —Iba para futbolista, ¿no?

—Sí, no lo hacía mal como delantero. Jugué hasta los 15 años y mis ídolos eran Gárate y Santillana. Cuando me retiré del baloncesto estuve un lustro en el equipo de veteranos del Real Madrid de fútbol con Benito, García Cortés, Isidro, Amancio… Tendría unos once años cuando junto a diez chavales del equipo de fútbol probé el minibásque­t, una novedad entonces, y logramos ser campeones de Madrid con el San Viator, mi colegio.

—Se le recuerda como el prototipo de base cerebral, pero llegó al Madrid como alero anotador, ¿cómo fue aquello? —Sí, muy anotador, además. Recuerdo que en la Selección juvenil, cuando ya estaba en el Madrid, sumé en algún partido la mitad de los puntos del equipo. Me fichó Lolo Sainz para el Madrid en 1970, en el verano que cumplía 16 años. Con él me fui puliendo, me domesticó como a un caballo. Me decía: ‘Juan, si no hay un contraataq­ue claro, aprende a esperar’. Y así fue con compañeros como Brabender y Szczerbiak, dos de los mejores tiradores mundiales. El baloncesto actual me hubiera hecho un jugador más encestador, pero entonces si eras el pequeño debías dirigir. En todo el tiempo que pasé en el Madrid, los bases nunca tuvimos una sola jugada para nosotros. —Y en 1972, aún con 17 años, debutó con la Selección.

—Sí, antes incluso que Ricky Rubio, y más o menos a la par con Carlos Sevillano y Nino Buscató. Me estrené en un torneo en el Palau Blaugrana en el que España se enfrentó al Barcelona (ganaron los azulgrana por 82-81, aunque Corbalán no actuó hasta el día siguiente, 27 de abril, ante Brasil). Debuté en la Selección sin tener ficha en Primera División porque era júnior. En el Madrid jugaba alguna vez en el Pabellón, pero no viajaba. —Tras la cuarta plaza del Mundial 82, llegó la plata del Eurobasket 83 y la final olímpica, el ciclo triunfal.

—Viví aquello como una gran conquista después de que llamáramos a la puerta durante mucho tiempo. Pero una cosa era llamar y otra abrir: para ganar una medalla tenías que encontrart­e en semifinale­s sí o sí con la Unión Soviética, con Yugoslavia o con EE UU. En 1983 batimos a la URSS y en 1984 a Yugoslavia. Contábamos con un equipazo, pero de ahí a ganar había un abismo y lo logramos dos años seguidos. Jugamos al límite y nuestro mejor

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