AS (Aragon)

Un rebote de tres puntos

Un gol de fortuna de Costa permite a España encabezar el grupo Partido pelmazo en el primer tiempo La Roja se durmió y acabó pidiendo la hora

- LUIS NIETO

Se hace camino al andar en un Mundial y de ello pretende autoconven­cerse España, que acabó ganando un partido que fueron dos. El primero resultó un pelmazo insoportab­le, un asalto frustrado al furgón blindado de Irán. El segundo, un tiroteo impensable y peligroso. A los iraníes los mató la bala perdida de un rebote en Diego Costa. Y a España le salvó la buena vista de un asistente, que anuló un gol a Ezatolahi, y la falta de puntería de Taremi. El último gesto de la Selección fue el de pedir la hora. El resultado y el liderato (por juego limpio) no revocaron la preocupaci­ón.

Desde que España adquirió la condición de gran potencia, hace ya una década, abundan partidos así, aunque no en una versión tan extrema. Irán llegó con tres puntos a la cita y se dispuso a escuchar con atención el monólogo, levantando una doble alambrada en el borde de su área, dándole la espalda al balón y al campo hispano, ignorando a De Gea. Quedó un partido de balonmano, reducido a veinte metros, con Diego Costa emparedado y condenado al aburrimien­to, y una España moviéndose como un péndulo en las inmediacio­nes de aquella barrera esperando una flaqueza casi imposible. Cierto es que faltó fluidez en el tráfico y un punto de velocidad para fomentar el desorden ajeno, pero cualquiera que hubiese pasado por allí habría caído en una profunda desesperac­ión.

Irán no quiere ser amena, sino histórica, y la radical austeridad de su juego se convierte en una enorme molestia. Para sacar a la selección de Queiroz de la madriguera, Hierro dobló la banda derecha con Carvajal y Lucas Vázquez. Ese flanco tuvo poca significac­ión en el partido contra Portugal y el selecciona­dor buscó equilibrar la balanza. También retrasó a Silva e Iniesta para facilitar las maniobras de infiltraci­ón por dentro. Incluso Ramos se ofreció como medio centro para aumentar el peso en la creación. E hizo de Isco un jugador recurrente, por apelar a la vía del ingenio. Nada resultó de salida.

Todo cemento le pareció poco a Queiroz. Dejó en el banquillo a Masoud, su jugador con mejor pie, y

a Jahanbaskh­sh, el pichichi de la liga holandesa. Y no se ruborizó por aquel cerrojazo infame y, a la vez, comprensib­le.

También España cometió pecados. Porque los dos laterales de largo alcance no doblaron a Lucas ni Isco. Ni siquiera para enviar centros a aquel puré de defensas sin más pretensión que el despeje. Y tampoco hubo sorpresa en la llegada. Ni una apelación a la furia, aquella receta tradiciona­l que a veces llega donde no alcanza el tiquitaca. Ni un volantazo táctico sobre la marcha. En aquella mecedora de pases horizontal­es, previsible­s, sin alboroto, se sintió confortabl­e Irán.

Un remate de Silva alto en posición forzada y otro lejano del canario que desvió la zaga iraní interrumpi­eron brevemente la preocupant­e afonía ofensiva. Ni una sola intervenci­ón de Beiranvand antes del descanso. La cámara sólo se detuvo en él cuando Diego Costa, atacado de los nervios por falta de tarea, le pisó tan leve como imprudente­mente cuando se disponía a sacar. De De Gea no hubo noticias.

Un cambio de ritmo trajo también un cambio de rumbo en la segunda mitad. Aun con los mismos, España fue otra, en movilidad y empuje. Una mejoría con efecto inmediato. Reponiéndo­se de un susto de muerte, un tiro de Ansarifard al lateral de la red, España encontró por primera vez a Costa, que de rebote, tras un buen desmarque, pareció acabar con aquella tortura, pero el gol sacó también el lado oculto de Irán, que tuvo más colmillo del que se presumía. Taremi echó fuera un cabezazo forzado y a Ezatolahi le anularon un gol por fuera de juego. España había caído en el equívoco de creer que había echado la cortina al encuentro. Cogido el aviso, la Selección quiso defenderse de la única manera en que sabe hacerlo, con la pelota. Para darle templanza entró Koke, pero la dinámica era otra y las ocasiones, iraníes. Con el susto en el cuerpo llegó La Roja a la orilla. Con un resultado que le acerca a octavos (basta con un empate) y un juego que le aleja del título.

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