AS (Aragon)

España controló la carrera en un trabajo coral impecable

- JUANMA LEIVA INNSBRUCK

Yal final Alejandro Valverde lo logró. El ansiado oro mundial. Ese que llevaba toda una vida persiguien­do. Un objetivo para el que parecía estar ante su última oportunida­d a sus 38 años: “Creía que no llegaría nunca”.

Pero el ciclismo se lo debía. Su constancia y su punta de velocidad, esa que le ha labrado un palmarés de leyenda, hicieron el resto. Esta vez le tocó al francés Bardet (plata), al canadiense Woods (bronce) y al holandés Dumoulin (cuarto) morder el polvo en la recta de meta de Innsbruck. El murciano sabe como nadie qué se siente. Fue su séptima medalla... pero la primera de oro.

El colofón a un palmarés de ensueño para el que se volcó toda una Selección magnífica. Valverde hizo lo más difícil, sí, pero si llegó hasta ahí con sus opciones intactas fue por el trabajo coral de todos sus compañeros. Esos que acudieron a la concentrac­ión de Sierra Nevada de mala gana y salieron con una sonrisa en la boca y una idea fija: “Lo daremos todo por el Bala”. El gran mérito del selecciona­dor, Javier Mínguez.

Equipo

Bloque.

Porque, lejos de los fallos de entendimie­nto del pasado, la estrategia fue tan impecable como sencilla: saltar a todos los cortes. Ahí estuvo Castroviej­o poniendo ritmo, Fraile y Herrada secando los primeros intentos importante­s, De la Cruz continuand­o el trabajo, Izagirre y Nieve acompañand­o al murciano en los momentos claves, labor que no pudo hacer un Enric Mas desfondado

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