Mientras Alaphilippe y Moscon se quedaban, Valverde crecía
en su debut mundialista. Ya llegará su momento.
El de ayer era de Valverde. Que dio la cara cuando todo se decidió, en el temido infierno austriaco llamado Gramartboden, con su rampón al 28%. Para entonces, los ataques italianos y holandeses habían descartado a buena parte de los aspirantes: Kwiatkowski, los Yates, Roglic (una caída le mermó), los colombianos, Nibali...
Francia.
Sólo la potente Francia parecía intacta. Aunque pecó de impetuosa. El ritmo de Bardet, siempre valiente, sirvió para dar caza al peligroso Valgren, que llegó a Gramartboden destacado, pero también para descolgar a su teórico jefe, Alaphilippe. Lo hecho, hecho estaba. Así que Bardet se vio con los galones como para seguir hacia delante. Mirar atrás sí que hubiera sido un error imperdonable. Más cuando Moscon, la entonces única baza italiana, también cedía. Sólo el guerrero Woods y un Valverde al que se le iba poniendo cara de ganador, le seguían. Un podio casi decidido que sólo amenazaba Dumoulin, que hacía eses en la pared infernal pero avanzaba mucho en cada pedalada.
El holandés llegó a estar en la pelea por las medallas, pero Valverde ya se sabía favorito y no dio opción al resto. Arrancó pronto, con convicción, y murió encima de la bici hasta que no se vio sobre la línea de meta. Entonces miró al cielo y rompió a llorar mientras su masajista, Juan Carlos Escámez, le abrazaba. Cada miembro de la Selección que llegaba, se unía a la piña. Lo habían logrado. Alejandro Valverde ya era de oro.
Infierno