25 años del
Hoy es el 25 aniversario del quinto Tour de Miguel Indurain, que valora con AS esos días y los actuales
Tal día como hoy hace 25 años Miguel Indurain (Villava, 16 de julio de 1964) conquistaba su quinto Tour de Francia. En los Campos Elíseos, aquel 23 de julio de 1995 se enfundó por última vez en París el amarillo, una prenda que lució 60 días a lo largo de su trayectoria deportiva. El navarro, de pocas palabras y menos afán aún por el protagonismo, aceptó comentar con AS lo que significa para él esta efeméride: “Lo que creo es que el tiempo pasa muy rápido. Parece que sucedió ayer… y han transcurrido ya 25 años. Se trata de un bonito recuerdo, y más en este 2020, porque en la televisión han repuesto varios reportajes históricos con lo del COVID-19. Algunas anécdotas las olvidas y con otras te quedas. Viene bien para refrescar la memoria”.
Pese a que el quinto completó su colección de títulos en la cita gala, récord compartido con Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault (pero consecutivamente para Indurain, 1991, 1992, 1993, 1994 y 1995), escoge el primero como el que más le marcó: “Aunque me costó muchísimo ganar todos los Tours, el más emocionante fue el primero. Entrar vestido de amarillo en los Campos Elíseos resulta impresionante. Antes llegué triunfal con Perico, pero él de jefe y yo de ayudante. Cuando los focos te apuntan, verte de vencedor en París se convierte en la realidad que sueña todo ciclista desde chaval. La primera vez es la más ilusionante, en la que descubres una cosa en cada etapa, aunque quizá en ese momento disfrutes menos. Con los años pillas el truco, sabes cómo moverte dentro y fuera de la carretera. Para 1995 estaba más experimentado y resabiado”.
Con la misma naturalidad explica lo que representaba el maillot jaune para él. Miguel alcanzó su primer amarillo en 1991, en Val Louron, tras una escapada junto a Claudio Chiappucci: “Suponía un honor y una responsabilidad. Me gustaba ir de líder, lo era todo. Requería mucho trabajo defenderse y el protocolo de alrededor, pero formaba parte de la profesión”. De 60, sólo guarda los cinco jerséis de París:
“Tengo enmarcado el primero, el de 1991. Los demás se los regalé a mis amigos, compañeros y auxiliares del Banesto. Sin ellos habría sido imposible”. Conservar el de 1995 exigió su habitual dominio en la contrarreloj (se apuntó las dos CRI largas, en Seraing y Lac de Vassivière), su solidez en la montaña y el respaldo sin fisuras de su equipo. Antes de la crono de Seraing lanzó uno de sus movimientos más ambiciosos en el territorio de la Lieja. Habitualmente generoso, consiguió valiosas diferencias sobre sus adversarios y ahí sí que no se dejó contra Johan Bruyneel, al que condujo a remolque a la victoria y al liderato en su país. Como agradecimiento, la ONCE orquestó una emboscada camino de Mende con Laurent Jalabert al mando de las operaciones, aunque Banesto e Indurain sofocaron la rebelión: “Seguramente, una de las jornadas más delicadas de mi carrera”. José Miguel Echávarri, director en sus cinco Tours, se lamenta de que no exista un triunfo parcial con el maillot amarillo fuera de su coto de caza: “Me habría encantado y habría redondeado su palmarés. Sólo le disfrutamos en las contrarreloj, en línea no alzó los brazos como patrón de la ronda”.
Sufrir. Los que mejor le conocen de aquella época, como Vicente Iza, masajista y camarada, valoran su capacidad de sufrimiento y de análisis, unido a un carácter férreo, pero sosegado: “Miguel era un chico tranquilo, muy centrado y cerebral, que estudiaba a los rivales y el libro de ruta para tomar decisiones acertadas. No se equivocaba apenas. Aunque también sacaba la mala leche y se enfadaba cuando correspondía. Y luego aguantaba lo que le echaran cuando le atacaban. No exteriorizaba sus debilidades y disimulaba fenomenal, a pesar de que en alguna ocasión se encontrara al límite o cruzara la línea de meta totalmente agotado. La clave residía en el trabajo duro, que le inculcó su familia desde niño. No sólo era el número uno por unas condiciones innatas excepcionales, se