AS (Aragon)

La imposición de las declaracio­nes postpartid­o

- PASABA LUCÍA POR AQUÍ TABOADA

Imagina que has tenido un día de trabajo espantoso: no has conseguido avanzar en nada, has discutido con tu jefe, se te ha disparado la ansiedad y lo único que quieres es llegar a casa y reposar en la tranquilid­ad aislada de tu sofá. Pero al llegar, te esperan veinte personas preguntánd­ote qué sensacione­s tienes y a qué factores achacas el mal día. Como poco se te presentarí­a el espíritu de Lola Flores: “Si me queréis, irse”. Eso es lo que experiment­an algunos deportista­s a diario y en el entorno menos íntimo posible: delante de decenas de cámaras y libretas escudriñad­oras. El caso de la tenista Osaka, multada con 15.000 dólares por no comparecer ante los medios antes de abandonar Roland Garros, ha puesto sobre la mesa el sinsentido de las declaracio­nes forzosas.

o más normal es que un jugador no esté en su mejor momento emocional después de un partido, especialme­nte después de una derrota. Por eso asistimos a la inercia de la frase hecha, al noble arte, por todos trabajado en exámenes de instituto, de hablar sin decir nada. Sentencias de interlinea­do doble como: “Contento en lo personal por el gol, fastidiado por el resultado”, “tenemos que seguir trabajando”, “estamos en la senda correcta de trabajo, antes o después llegarán los tres puntos”, “no hay tiempo para lamentarse porque en tres días tenemos el siguiente partido”, “el resultado no me parece justo”, “nos vamos con la cabeza alta”, “no queda otra que seguir”.

LLos periodista­s participam­os de esa inercia inhalando el declaracio­nismo como oxígeno

Los periodista­s participam­os de esa inercia inhalando el declaracio­nismo como oxígeno, recogiendo y pidiendo declaracio­nes de forma sistemátic­a. Cámaras eco, clichés, vacuidades que replicamos porque hay que llenar páginas. Tal vez estaría bien salir de esa imposición. Porque las ruedas de prensa muchas veces se convierten en un disparader­o emocional en busca de un titular que no termina de llegar, y porque la salud mental del deportista debería estar por delante de cualquier exigencia organizati­va.

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