AS (Baleares)

En San Juan ya se veía la luz al final del túnel

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Parecía difícil, pero he experiment­ado una nueva forma de dormir. Tras hacerlo en tienda de campaña, autobuses, barracones militares y suelos de palacios de congresos, mi penúltima noche de Dakar la pasé al raso en San Juan. Planté mi colchoneta en el suelo y pasé las escasas horas de descanso hasta que sonó el despertado­r a las 3:30 de la madrugada con las estrellas como techo. Y con un calor asfixiante, todo hay que decirlo. Por suerte, Río Cuarto nos ha recibido con más fresquito, eso sí, tras cambiar dos veces de avión para poder llegar, y tenernos una hora metidos en el primero sin aire acondicion­ado.

Nadie se puede imaginar los que se añora en el Dakar cosas tan nimias como una cama, una almohada o un baño. O dormir más de cinco horas diarias. O no cargar como una mula de campamento en campamento. O comer en condicione­s. Y, sobre todo, volver a ver a la familia y amigos. Pero por fin ya vemos la luz al final del túnel. El palizón toca a su fin, y lo cierto es que se ha pasado volando. Es tal el ritmo de vida que se lleva durante dos trepidante­s semanas, que casi ni nos hemos dado cuenta del paso del tiempo. Atrás quedan calor, frío, altura, inundacion­es, derrumbami­entos… pero sobre todo tres centenares de valientes jugándose el bigote por los desiertos de Sudamérica.

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