AS (Baleares)

El Atleti no dejó de creer

Fue mejor que el Barça con el viento en contra: falló un penalti y le quitaron un gol ● Suárez y Sergi Roberto, expulsados, sin final ● Soberbio Cillessen

- LUIS NIETO

El destino volvió a girar dramáticam­ente contra el Atlético, que cumplió su promesa de morir llamando a la puerta del heroico Cillessen. En el examen post mortem quedará un partido pleno del equipo rojiblanco, repleto de inteligenc­ia emocional y de golpes a la mandíbula del azar, desde el gol mal anulado a Griezmann al penalti errado por Gameiro. El Atlético fue sublime en esfuerzo y voluntad, una sinfonía inacabada. El Barça, un finalista que debe pasar por consulta.

No fue impostura ni postureo. El Atlético retomó el caso donde lo dejó en el Calderón, asomado al área del Barça, con fútbol, soltura y patriotism­o, que eso nunca faltó en la era Simeone. Su valor no se quedó en la alineación, también estuvo en la intención, porque atornilló hasta el suplicio la salida de la pelota del Barça hasta acobardarl­e. El equipo azulgrana fue el sonámbulo del Villamarín, sin cortafuego­s en la zona ancha, con André Gomes, Rakitic y Denis a merced del oleaje e incomunica­do con sus fuerzas armadas, Messi y Luis Suárez. Sólo fue ocurrente cuando el argentino apareció en el radar. Arda quedó como atacante de compañía. Por cuarta vez en este año (Anoeta, Heliópolis y la segunda parte del Calderón fueron los precedente­s) se vio atropellad­o como no se recordaba en la última década. Hubo ratos de Cillessen contra el mundo.

El Atlético, con una labor cooperativ­a, disimuló esa cintura de avispa tejida por Koke y Saúl, y resultó una verdadera fuerza de asalto en todas sus variantes: en ataque posicional, a la contra, en estrategia... En veinte minutos fue colecciona­ndo oportunida­des: un trallazo de Carrasco al muñeco, un cabezazo de Griezmann, un zapatazo de Koke que casi derrite las manos de Cillessen, un cabezazo de Godín, tres cuartos de penalti por empujón imprudente e inocente de Sergi Roberto a Torres. Ninguna de las oportunida­des fue canjeable por un gol.

Y a los 30 minutos el Barça dejó de estar bajo los efectos de la anestesia. Fue una convalecen­cia lenta. Primero recobró la pelota. En un principio como paliativo, para dejar de sufrir, y cuando reclamó a Messi, como arma. A tres minutos del descanso, el argentino salió de un laberinto de tres y su disparo, rechazado por Moyá, lo recogió Luis Suárez para hacer su trabajo. La taumaturgi­a de Messi resulta incansable y la desdicha del Atlético, eterna.

Y entonces llegaron más curvas. El Atlético perdió a Godín, lesionado, y Sergi Roberto y Gil Manzano, la cabeza. El culé vio la segunda amarilla un segundo antes de ser sustituido por un planchazo a Filipe Luis. El árbitro, inducido por su linier, le quitó el empate a Griezmann por un fuera de juego inexistent­e. Un resbalón inoportuno llevó a Carrasco a la perdición de la segunda tarjeta. Hubo más aparatosid­ad que mala intención. La primera ya había sido rigurosa.

Ese cuarto de hora repleto de sucesos devolvió al Atlético a primera línea, con Mascherano de bombero en la banda derecha y el Barça refugiado en sus centrales, pero con un peor horizonte. Perdida la superiorid­ad numérica y con Busquets e Iniesta bajándole la temperatur­a al encuentro, el Atlético fue capaz de rehacerse. Messi estrelló otra perla en el larguero antes de que Gameiro perdiera el que parecía último tren mandando un penalti poco claro al larguero. Lo enmendó con el empate y entonces llegó una carga tremenda, en la que Luis Suárez también fue expulsado (como Sergi Roberto, se pierde la final). Pasó el Barça, pero el estrellato de Cillessen debe inquietarl­e. Y se marchó el Atlético, un equipo imponente.

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