AS (Baleares)

Fueron tres meses muy bonitos

- MIRKO CALEMME

Cuando el pasado 12 de diciembre la mano de Ruud Gullit le regaló al Nápoles el sueño de jugarse una eliminator­ia de Champions con el Real Madrid, los napolitano­s sabían de sobra lo que le esperaba. Sabían que por mucho que su equipo jugara bien, que diera el alma en el campo, por mucho que el San Paolo apretara... hacía falta suerte. Sin la fortuna eliminar al Madrid era un sueño. Y así fue. El Nápoles dominó el partido durante 50 minutos, perdonando un segundo gol que habría merecido y aprovechan­do la falta de puntería de los blancos. Sin embargo, decidió suicidarse. Encajar dos goles de Sergio Ramos puede pasar, pero dolió la manera en que ocurrió. Hamsik y Ghoulam le regalaron generosame­nte dos córners al equipo que marca más tantos de cabeza. Un suicidio.

El castigo acabó con los sueños de un San Paolo que se había presentado en su versión más caliente, y con los de toda la ciudad. Mertens ilusionó como lo había hecho Insigne en la ida, pero luego tocó chocarse con la dura realidad: el Madrid en la Champions se siente tan fuerte que sabe ganarte también sin jugar. El Nápoles está eliminado, pero quedarán para siempre las imágenes de todas estas semanas: la Puerta del Sol azzurra, la invasión del Santiago Bernabéu, el gol de Lorenzo, los niños que insultaban a los merengues pero, a la vez, pasaban horas enteras bajo la lluvia para verlos, la Curva B aplaudiend­o a pesar de la derrota... Un trozo de historia para el club partenopeo que, poco a poco, se va haciendo un hueco entre los grandes. Fueron tres meses muy bonitos.

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