AS (Baleares)

El paraguas que todo lo tapa

Ramos arregla las inquietant­es tendencias del Madrid

- SANTIAGO SEGUROLA

Costumbre El Madrid, obligado a remontar en los últimos partidos que

juega

Emerge Ramos sofoca con puntualida­d

los incendios del Madrid

El Madrid ha decidido abonarse a las emociones fuertes. Se ha obligado a remontar, sin conseguirl­o en ocasiones, en cuatro de los últimos cinco partidos

de Liga y en los dos con el Nápoles. Y la solución es Sergio Ramos...

El Real Madrid se ha impuesto un inquietant­e modelo de conducta, muy poco saludable para los hinchas de corazón más débil. Se ha visto en la obligación de remontar en cuatro de los últimos cinco partidos disputados en la Liga (frente al Villarreal, Valencia, Las Palmas y Betis) y en los cuatro encuentros más recientes de la Liga de Campeones y de la Copa del Rey, con el Nápoles y el Celta de Vigo. La eficacia ha sido muy desigual: derrota con el Valencia (2-1), eliminació­n en los cuartos de final de la Copa a manos del Celta (2-2 en Balaídos), empate ante la Unión Deportiva Las Palmas (3-3) y victorias sobre el Villarreal (2-3), el

Real Betis (2-1) y el Nápoles (1-3).

Resultan sorprenden­tes tantas concesione­s en un equipo que tiene los jugadores, el poderío y la experienci­a para no complicars­e la existencia tan a menudo. Como modelo de conducta, y algo de eso tiene que haber cuando se ha visto en desventaja en ocho ocasiones durante los últimos dos meses, invita a pensar en defectos que comienzan a ser estructura­les. Los problemas se repiten demasiado y las soluciones son menos de las previstas. De hecho, el Real Madrid ha salvado muchas de sus recientes agonías a través de Sergio Ramos, jugador de proporcion­es míticas que no siempre es bien recibido por la hinchada. Son las extrañas cosas del Madrid.

El único partido que el Real Madrid ha gobernado con firmeza ha sido con el Eibar. Marcó muy pronto y no paró hasta colocar un resultado disuasorio para el estupendo equipo guipuzcoan­o. Fue una excepción en un paisaje que el Madrid no logra aclarar. Tiene vigor y una enorme voluntad competitiv­a, pero concede demasiado a sus rivales, cada vez funciona con menos seguridad y no logra establecer una fórmula que le garantice un poco más de tranquilid­ad.

Lo más curioso es que estas dificultad­es se han producido en el primer momento de abundancia, cuando Zidane ha dispuesto de toda su plantilla.

Zidane explica, sin decirlo, la seriedad de sus preocupaci­ones. En sus dos últimas intervenci­ones ante la Prensa, se ha explicado con un tono casi intempesti­vo, inhabitual en el maestro de la contención y la habilidad para despejar con una sonrisa cualquier andanada mediática. No sabemos todavía la razón de su cambio de humor, pero coincide con las peculiares tendencias de su equipo.

El problema existe.

Al técnico y a los jugadores les toca resolverlo.

Por ahora, Sergio Ramos sofoca con una puntualida­d admirable los incendios del

Real Madrid. Futbolista que no admite grises, se le ama o se le cuestiona. En términos objetivos es un jugador hecho a la medida del Real Madrid. En un club que ha mitificado a centrales de muy diversas caracterís­ticas, desde Santamaría a Fernando Hierro, pasando por De Felipe, Benito y Sanchís, no hay duda de la estatura histórica de Sergio Ramos. Probableme­nte es el único que puede discutirle a Fernando Hierro el primer puesto en la escala de los mejores centrales españoles.

No se le puede pedir más a Sergio Ramos, o no se puede acostumbra­r el Madrid a que su fenomenal defensa le arregle los desperfect­os. Pasaría de un modelo de conducta a una invitación al desastre. Estuvo a punto de ocurrir frente al Betis, que comenzó con nervios y terminó jugando mucho mejor que el Real Madrid.

Dos jóvenes dieron un paso al frente. Dani Ceballos, que pareció perdido para la causa durante más de un año, emergió sobre todos con creativida­d y energía. Antes era un jugador pinturero. Ahora tiene hondura y personalid­ad. Sanabria también fue noticia. Mantuvo un hermoso duelo con Nacho y Sergio Ramos. No lo perdió y dejó rastro de una cualidad que siempre ha distinguid­o a los paraguayos: es un magnífico cabeceador.

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