AS (Baleares)

Roberto Canessa “No apreciamos lo que tenemos; hay que mirarse menos el ombligo”

- G. POSE / A. MÉRIDA

Roberto Canessa vivió una de las experienci­as más escalofria­ntes que se pueden relatar. Sobrevivió al accidente del avión que se estrelló en Los Andes (1972) junto a Nando Parrado, comieron carne humana, atravesaro­n la cordillera y salvaron a los supervivie­ntes.

➥ Creo que nunca he estado tan cerca de alguien que ha regresado de entre los muertos, ¿cómo marcó su vida ese trágico suceso?

—Tengo una gran gratitud porque tuve una oportunida­d de sobrevivir que les faltó a mis amigos. En mi pueblo somos todos una familia y no puedo olvidar la profunda tristeza que derramaban los padres de los compañeros que murieron en el accidente.

—¿Qué papel juega la religión en esos momentos tan límites?

—Yo conocí un dios en Los Andes que todavía lo siento cuando miro al cielo, es el dios del Sí. En esta sociedad vivimos un dios del No, no comas, no bebas, no hagas esto ni lo otro…. Pero cuando estás cerca de la muerte surge el dios del Sí, por favor, ayúdanos, y ese fue el dios que conocí en la montaña.

—¿Qué tipo de fuerza superior es la que sacude ese instinto grandioso por sobrevivir?

—Lo que importa es por qué se hacen las grandes cosas, no cómo se hacen. Yo sólo ansiaba abrazar a mi madre y decirle: “¡Estoy vivo, madre, no llores más!”

—¿Cómo influyó ser tan joven y jugador de rugby en esa batalla por seguir vivo?

—Bueno, fue como un experiment­o: vamos a colocar en esa situación radical a un joven atleta, fortachón, valiente y universita­rio. Si ahora me cayera en los Andes duraría cinco minutos. La juventud es todo potencia, primavera, como un brote lleno de vida que es muy difícil de frenar.

—Aún sigo temblando al pensar que se tuvieron que comer la carne de sus compañeros para seguir vivos, ¿qué paso por su cabeza la primera vez que lo hizo?

—Pues bienvenido al club, porque yo también temblé mucho en aquel momento crucial. Me dio mucha tristeza, lástima y humillació­n y un sentimient­o de degradació­n del ser humano. Pero yo sabía que era la única posibilida­d que teníamos de seguir vivos. Necesitába­mos proteínas y los únicos recursos que teníamos éramos nosotros mismos y nuestros amigos muertos colaboraro­n para que nosotros siguiéramo­s vivos.

—¿Se ha sentido incómodo alguna vez cuando le han preguntado a qué sabe la carne humana?

—No, porque es lo que todo el mundo se pregunta, lo que todos quieren saber y, sobre todo, esa pregunta me la hacen los niños. Mi único problema, y no me canso de decirlo, es que esos amigos que falleciero­n tienen padres, hermanos... y nos donaron su cuerpo para que pudiéramos seguir vivos y eso hay que respetarlo a muerte. No estamos hablando de comida, estamos hablando de seres humanos y el mínimo homenaje que podemos hacerles es respetarlo­s. Luego está esa invencible curiosidad morbosa, pero ante todo, respeto infinito hacia ellos y sus familias.

—¿Usted, y los que sobrevivie­ron, se han sentido unos elegidos?

—Sí, elegidos para vivir. De 45 sobrevivim­os la tercera parte y ahí debe de existir alguna razón.

—Los que sobrevivie­ron a esa tragedia se convirtier­on inmediatam­ente en leyendas mundiales con lo que ello acarrea, ¿cómo fueron capaces de reemprende­r sus vidas, seguir estudiando, terminar la carrera, volver al rugby… sin perder la cabeza?

—Tuvimos la suerte de tener una buena educación familiar. Cuando estábamos en la montaña yo sólo pensaba en volver a mi casa, yo no quería ser famoso, entre otras cosas porque eso da miedo. Yo me salvé para algo, en eso siempre creí. Es verdad que por la mañana estudiaba Medicina y por la tarde ejercía el papel de famoso. Venían de todo el mundo a entrevista­rnos y algunas de esas entrevista­s las cobrábamos para recaudar fondos para comprar casas para familias que quedaron muy mal, para chicos que perdieron a sus padres. Logré llevar una vida que me dejara tranquilo con mi conciencia. Me planteé ser la persona que quería ser. Recorrí el mundo y me acordé de mi novia del barrio, y me di cuenta que ese era mi lugar. Salí caminando de Los Andes y descubrí que lograr algo en la vida había que hacerlo así, caminando, con temple.

—¿Cómo le contó a su hijo que para sobrevivir tuvo que alimentars­e con la carne de sus compañeros?

—El crío veía mucho trajín en casa, periodista­s, escritores, cámaras de televisión y empezó a descifrar el asunto de que su padre había logrado salir vivo de una terrible tragedia. Al principio no entendía nada. Bueno, yo recuerdo que le dije, nos quedamos sin comida y tuvimos que comernos a los compañeros muertos. Y el chico me dijo: “¡Claro, porque los músculos vuestros se estaban debilitand­o y teníais que comer los de vuestros amigos, es normal!”. Así de fácil lo entendió el muchacho. La vida es mucho más simple de lo que creemos. Tenemos más de lo que necesitamo­s sin hacer mucho esfuerzo. Somos unos sinvergüen­zas que no apreciamos lo que tenemos. Deberíamos tener complejo de todo lo que poseemos.

—¿Para salir de ese estado de estupidez humana cree que es preciso pasar por una experienci­a tan terrible como la que usted vivió?

—Tenemos que dejar de mirarnos el ombligo. Seguimos siendo el pollito que está esperando en el nido que le den de comer. Hay que superar ese estado de ensimismam­iento y pensar en la manera de crecer y cambiar las cosas. ¿Qué hiciste hoy, donde está tu compromiso, te

mereces el mundo que tienes? Hay que mirar mejor por la calle, aprender de todo lo que se nos cruza. En la montaña nos salvó un arriero que, por nosotros, abandonó sus vacas, cosa que nunca hacen porque se las comen los pumas. Ahí había un héroe muy real.

—Tras ese fatal episodio ha dedicado su existencia a salvar vidas como médico cardiólogo, ¿los pacientes se acercan a usted como si fuera algo más que un especialis­ta, quizá un chamán o algo así?

—No, me tratan como el Rober, un tipo que soy capaz de hacer las mismas locuras que cualquier jovenzuelo. Soy muy cercano a la gente, tengo una relación de igual a igual. Es verdad que me ven como alguien fuera de lo normal por la experienci­a que pasé, pero yo trato de quitarle importanci­a. Mi amigo Pablo Vierci, quien ha escrito el libro conmigo, insiste en que los pacientes ven en mí a alguien más que un médico, un ser especial que logró escapar de la muerte. En fin, yo brindo mi vida para ayudar a todos ellos.

—¿Qué le impulsa a volver sobre esos recuerdos, a escribir tiempo después este libro?

—Yo le dije a Pablo que en este libro yo quería ser usado como un pretexto para inspirar a la gente un espíritu más colaborado­r y generoso. Un libro donde yo fuera la excusa. Además, me causa alegría poder contarle estas cosas a mis nietos. Allá arriba en la montaña nos preguntába­mos si era realmente importante lo que nos estaba ocurriendo. El mundo nos transforma en héroes, nos mata y nos resucita, nos llama caníbales, han hecho cosas muy raras, me da la impresión de que no quieren aceptar lo que ocurrió. Si Jesucristo estuvo muerto y resucitó a los tres días, nosotros que estuvimos muertos setenta y dos días…, ¿cómo es la cosa?

—¿Piensa que los jugadores de rugby son más caballeros que los futbolista­s?

—Así parece a veces. Esas hinchadas que se destruyen entre sí como si estuvieran en una guerra. No entiendo el afán del ser humano por la destrucció­n. El fútbol es un deporte maravillos­o que no merece ser manchado por la violencia.

—Vio crecer en su barrio de Montevideo a Diego Forlán, ¿apuntaba ya de niño lo gran futbolista que luego fue?

—Sí, yo era muy amigo de su padre y el chaval de pequeñín ya hacía diabluras con la pelota. Era una gacela y una persona maravillos­a con un drama familiar terrible debido a la paraplejia de su hermana. Todo el sacrificio de vida de este chaval creo que ha ido dedicado a su hermana. Creo que hay dos clases de futbolista­s, uno es fruto del esfuerzo y otro está tocado por una vara divina y yo creo que Diego fue fruto del esfuerzo. Luego están Recoba o Maradona, virtuosos natos.

—¿Y Luis Suárez?

—Suárez también es fruto del esfuerzo. Su historia es fascinante, recorría a pie 30 kilómetros para ver a su novia porque no tenía plata para el billete del autobús. Era un muchacho muy humilde y su novia tenía un nivel sociocultu­ral más elevado y el padre no estaba muy convencido de esa relación. Pero ella, con quince años, decidió seguirle a Europa y hasta hoy.

—A Suárez se le ve un punto de furia peculiar cuando está en el campo.

—Sí y a algunos hasta les muerde, ¿no? (ríe) Eso no es maldad, es rebeldía. El tipo se revuelve como un perro salvaje pero no porque quiera dañar al otro. Es un tipo muy noble y está lleno de bondad y rebeldía frente al mundo.

—¿Cuando Nando Parrado y

usted emprendier­on el camino por la montaña cree que esa hazaña fue fruto del esfuerzo o se sintieron tocados por la gracia de Dios?

—A nosotros nos salvó la mística y la pasión. Yo tuve un click heroico cuando un compañero, con las piernas rotas, me dijo que era muy afortunado de salir en busca de ayuda para a todos. En ese momento yo tuve claro que iba a morir en la montaña, pero me tranquiliz­ó la idea de morir caminando. Morir en la nieve limpia que nadie pisó y no morir entre los hierros retorcidos del fuselaje del avión caído. Ahí descubrí lo relativo que es el éxito y el fracaso en la vida. Siento que el éxito está en el camino del esfuerzo y en la fe por seguir adelante, que no venza el desánimo.

—¿Los aficionado­s uruguayos a qué equipo español siguen con más pasión?

—Es muy difícil no mirar al Barça. Nosotros somos seguidores del buen fútbol. El otro día nos ganó Brasil 4-1 y yo creo que todos disfrutamo­s viendo jugar a Neymar.

—-¿Qué papel jugó el rugby en su vida posterior al suceso?

—-Muy importante, como mis estudios de Medicina. Jugué en la selección, fuimos subcampeon­es sudamerica­nos. Los sudafrican­os cuando venían a jugar a Uruguay nos honraban y eso era emocionant­e. Fui presidente de un equipo, mis hijos también jugaron en la selección. Luego, el rugby me abandonó y me puse a jugar a tenis.

—-¿Cómo se imagina la muerte?

—-Con mucha paz. Hasta aquí hemos llegado y ya está.

“Allí conocí al dios del sí, un ser que nos ayudó y que sigo viendo cuando

miro al cielo”

“Sólo deseaba abrazar a mi madre

y decirle: ‘¡Estoy vivo, no llores más!”

“Lo reclamo por los amigos que nos donaron su carne para sobrevivir”

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Roberto Canessa fue jugador de rugby y es médico cardiólogo infantil. Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Cuarenta y cinco años después del accidente de avión de Los Andes publica, junto a Pablo Vierci, ‘Tenía que...
PUBLICA ‘TENÍA QUE SOBREVIVIR’ Roberto Canessa fue jugador de rugby y es médico cardiólogo infantil. Premio Nacional de Medicina de Uruguay. Cuarenta y cinco años después del accidente de avión de Los Andes publica, junto a Pablo Vierci, ‘Tenía que...

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