AS (Baleares)

Sobre la retirada de mi abono del Madrid

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Cierro los ojos y veo a un niño pegado al transistor todos los domingos, esperando que Héctor del Mar cantara un gol de mi Real Madrid. Con 7 años pisé por primera vez el santuario. El club regalaba entradas a los colegios y el mío recibía 50, destinadas a los niños con mejor comportami­ento y notas. Y ahí estaba yo, superándom­e para no perderme ningún partido.

Más tarde, junto con amigos, nos gastábamos la paga semanal en aquellas entradas de infantiles, en el córner del fondo con el Paseo de la Castellana... Hasta que la voz y el prominente bigote nos delataron y pasamos a subir corriendo aquellas interminab­les escaleras hasta el gallinero.

Soy el cuarto de cinco hermanos. Cada año lloraba a mi padre para que me hiciera socio. “Comida, ropa y estudios no te faltarán. Pero tu pasión tendrás que ganártela”, me decía. Con mi primer sueldo corrí al estadio a cumplir mi sueño. Todavía conservo aquel llavero plateado con nuestro escudo y aquel carnet de cuero marrón.

He sufrido en las derrotas, me he emocionado en las victorias, he llorado de alegría, he disfrutado con los mejores jugadores del mundo y durante toda mi vida he gritado con orgullo mi madridismo. En mis 23 años de socio jamás, jamás, he dado problema alguno al club. Un día cometí un error, del cual me arrepiento y pido perdón desde lo más profundo de mi corazón. Ahora sufro el castigo: no poder entrar a mi casa, la casa de todos los madridista­s, como si fuera un delincuent­e.

Reitero mis disculpas y doy mi palabra de honor que no volverá a ocurrir. Acepto las consecuenc­ias en forma de expediente y aviso de expulsión en caso de reincidenc­ia. Pero les ruego que me permitan entrar en mi segunda casa, en lo más importante para mí después de mi familia, amigos y profesión.

Javier Peña Pinar

Madrid

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