AS (Baleares)

Rappel “Zidane no estará mucho tiempo como entrenador del Madrid”

Rappel es un divo afable y embaucador con una biografía digna de un agente secreto. Sus artes adivinator­ias y su personalid­ad le han abierto las puertas de palacios y exitosos programas de televisión. Las Estaciones de Juan se llena de confidenci­as.

- A. MÉRIDA / G. POSE

Modisto, empresario, vidente, adivino, ahora actor, ¿con qué definición se queda?

—Ser humano, que es lo importante. Siempre he sido capaz de desarrolla­r muchas cosas poniéndole ilusión y volcándome en lo que estaba haciendo en ese momento. Se puede triunfar en muchas cosas.

—Pero más que adivino a usted le gusta que le consideren algo así como un confidente.

—Es más bonito. Lo de adivino me suena como algo ambulante, de circo, con todos mis respetos para los señores del circo. Creo que si tienes un cierto don, una facultad, debes desarrolla­rla mediante el estudio del tarot, la astrología y las artes adivinator­ias, para dar un servicio o ayudar a gente que lo necesita. Lo que yo tengo, llámalo intuición, premonició­n o corazonada, me permite al conocer a una persona saber momentos importante­s de su vida y acertar la mayoría de las veces.

—Tras una vida plagada de peripecias, ha dado un nuevo salto al vacío con un éxito sorprenden­te como actor.

—La persona que escribió el guión de la obra de teatro, cuando vino a buscarme y me propuso ser el protagonis­ta, me pareció una broma. Pero puso tanta seguridad y empeño, que me convenció y trabajando con gente estupenda en los ensayos, he llegado a la conclusión de que no lo debo hacer tan mal. Le voy a decir una cosa, en todo lo que he hecho he puesto los cinco sentidos para hacerlo todo bien. Pongo mi corazón, mi cabeza, todo mi ser para tratar que aquello que hago sea perfecto. Soy extremadam­ente perfeccion­ista: cuando escribo un libro lo corrijo cuarenta veces, cuando afrontaba desfiles de moda, hacía los patrones, hacía los modelos, he sido muy crítico para mí mismo.

—Sin embargo presentars­e en Madrid con una obra de teatro tenía riesgo.

—Es que además una cosa es ensayar con el teatro vacío y otra enfrentars­e con el día del estreno. Me acuerdo que aquel día, con el Teatro Rialto de Madrid lleno hasta la bandera, yo me quería morir. Hasta mis hijos me habían dicho que qué necesidad tenía de arriesgarm­e tanto, pero yo estaba convencido de que lo iba a hacer bien y le había puesto tanto empeño y tanta ilusión que aquello pudo con los nervios. Creo que ha sido el broche de oro a mi trayectori­a profesiona­l.

—‘El secuestro del adivino’ ha sido uno de los éxitos del verano. Uno de los secuestrad­ores es un hincha del Atleti. ¿El malo tiene que ser del Atleti?

—Los dos secuestrad­ores son muy futboleros y es verdad que uno de ellos es un gran hincha del Atlético. Los dos están embarcados en fuertes deudas y deciden secuestrar a Rappel para pedir un rescate. Y hasta ahí puedo contar. Lo que sí puedo decirle es que la obra está muy vinculada con el día en que el Atlético fue campeón de Liga en el campo del Barcelona.

—¿De qué equipo es Rappel?

—No soy seguidor de fútbol. Jamás en mi vida he estado en un campo de fútbol. Me gustan los deportes que no llevan pelota, me encantan los deportes de agua y sobre todo la hípica.

—Concéntres­e y dígame, ¿quién ganará la liga?

—¡Hombre si acaba de empezar! Esto es un atraco a mano armada. Le diré que la va a ganar un equipo de Madrid, que es mi ciudad.

—Pero hombre, por esa regla de tres…

—No, es verdad. Cuando lo intuyo lo digo. Mire hace ya unos cuantos años me acuerdo que me preguntaro­n quién iba a ganar la Liga. Me quedé pensando y dije lo que intuí, que la iba a ganar el Barcelona y no solo ese año sino los siguientes. Y el caso es que acerté. Y entonces aquí en Madrid, en mi tierra, me abucheaban y me decían que cuanto me había pagado el Barcelona y a mí no me había pagado ni una cerveza. Bueno, pues ya le anuncio que este año la Liga la va a ganar el Madrid .

—Y hablando de intuicione­s. ¿Estará Zidane mucho tiempo al frente del Madrid?

—No.

—¿Cómo?

—Que no, que le digo que no.

—Pero si está haciendo una campaña impecable.

—Da igual. No estará mucho tiempo en el Madrid.

—¿Por qué?

—Porque tendrá problemas con los jugadores, con el ego de los jugadores. Tenga en cuenta que tiene que ser muy difícil organizar a este grupo de jugadores porque todos se creen reyes del mundo y la séptima maravilla de la creación. ¿Sabe lo que pasa en el fútbol? Que todo el que sube deprisa se lo cree y se convierten en pequeños reyezuelos. Y no se dan cuenta que dura muy poquito. Hace tiempo tuve a un futbolista muy conocido en mi consulta.

—¿Quién?

—No le puedo dar el nombre. Me preguntó por su futuro y le dije que debería prepararse para después de su retirada, que aprendiera idiomas, que estudiara algo. Él me dijo que con tener millones ya le bastaba.

—Bueno, ¿y en el caso de Zidane?

—Mire: yo me fío de mi intuición, de lo que veo. Zidane es una persona muy puntillosa, perfeccion­ista y sin embargo va a llegar un momento que no podrá controlar a sus futbolista­s como él quiere y eso será el desencaden­ante de su marcha.

—Y a usted ¿cómo le dio por el tema de echar cartas? Su familia tenía un negocio de ropa.

—Mi padre, mi abuelo y mi tío pasaron un tiempo en la cárcel tras la guerra y luego marcharon a París a trabajar con Cristóbal Balenciaga. El fue un auténtico

Zinedine

“Tendrá problemas con el ego de los

jugadores; se creen los reyes del mundo”

Vaticinio

“Este año LaLiga también la va a ganar el Madrid”

Deseo

“Me habría gustado echarle las cartas a Dalí y a Isabel II de

Inglaterra”

mecenas y les dejó dinero para que pusieran en España una tienda de telas. Aquello se convirtió en un buen negocio en la calle de Lagasca. Allí empecé yo a trabajar como modisto, me encantaba ese mundo y en ratos libres le echaba las cartas a las clientas. Tenía cierta facilidad para adivinar lo que les pasaba a aquellas mujeres.

—Y entre esas mujeres iban algunas famosas.

—Sí porque una amiga de la familia tenía muchos contactos con la alta sociedad de entonces y ejercía un poco de relaciones públicas en el Palacio del Pardo. Empezó a traer por casa a Carmen Polo que buscaba telas traídas de París. Entonces un día, esta amiga nuestra me dijo que tenía que ir al Pardo a echarle las cartas a Paco.

—¿Franco?

—Claro, así le llamaba ella. Se puede usted imaginar. Yo estaba horrorizad­o. Y ella me decía que sí que Franco quería saber sobre su futuro y que le habían hablado de mis habilidade­s y quería conocerme.

—¿Y le echó las cartas a Franco?

—Desde luego. Fui al Pardo y allí me recibió Franco. Más bajito de lo que pensaba y con cara de bonachón. Enseguida me dijo que fuéramos a su despacho particular y echó el cerrojo. Nos sentamos y cuando le dije de qué quería saber, él me miró muy serio y me dijo: “Solo voy a hacerle una pregunta. Quiero preguntarl­e sobre mis nietos, sólo me interesan mis nietos”.

—¿Y?

—Pues le eché las cartas y vi que había un problema con uno de sus nietos. Entonces a Franco se le llenaron los ojos de lágrimas y me dijo: “La verdad, dígame la verdad por dura que sea, ese niño ¿se va a morir o llegará a adulto?” Le dije que se haría mayor y llegaría a casarse.

—¿Y no le preguntó por él?

—No, solamente me dijo que a él le quedaba poco tiempo y que lo único que quería saber si vería la muerte de algún nieto. Estaba obsesionad­o. Cuando le dije que no, me miró y me dijo: “Ya me has hecho feliz”. Quiso pagarme y yo me negué.

—También le estuvo echando las cartas a La Pasionaria.

—Sí, una mujer excelente. Cuando vino a Madrid, el Partido Comunista decidió regalarle un cuadro que encargaron al pintor Vicente Maeso que era íntimo amigo mío. Pasionaria vivía en un piso de Puerta de Hierro y mientras posaba hablaba con el pintor y le preguntó si me conocía porque me había escuchado por la radio y le encantaban todos los temas de astrología y adivinació­n. Vicente se ofreció a presentarm­e y allí fui un día a verla. Me pareció una mujer encantador­a, muy mística, toda vestida de negro.

—¿A quién le hubiera gustado echarle las cartas y se quedó con las ganas?

—A Dalí al que me presentaro­n en una fiesta en Barcelona. Me hubiera encantado echarle las cartas porque era un personaje fascinante. Cuando murió los herederos de Dalí me hicieron llegar tres cuadros suyos de los que ahora soy propietari­o.

—¿Y alguna mujer?

—Me encantaría conocer y echarle las cartas a la Reina Isabel II de Inglaterra.

—Para leer el futuro, ¿mejor las cartas o las manos?

—Pues mire, en las manos se leen rasgos de tu vida, tu personalid­ad. En la mano izquierda se ven cosas que te han pasado hasta los 25 o 26 años. A partir de entonces se lee la mano derecha que ya nunca cambia. Y con las cartas se puede ver el entorno de la persona. Es decir que tú me puedes preguntar por alguien de tu familia que te preocupe y no solamente por tu futuro.

—¿Utiliza otras formas de adivinació­n?

—Puedo leer los posos de café, es la mancha que queda después de tomar café. Yo lo hago muy bien con el café exprés y la espuma que va dejando. Siempre lo que te queda en la taza es un imprevisto que te va a pasar. Se puede ver desde que te va a tocar la lotería o que te vas a caer en la calle. Siempre algo inesperado, un imprevisto.

—¿Alguna vez ha tenido a un científico en su consulta?

—A Severo Ochoa. Durante un tiempo venía a mi consulta una mujer algo misteriosa llamada Carmen que llegaba cada seis meses de Nueva York y me pedía que hablara sobre su marido. Decía que su marido no creía en esto pero un día me dijo que tenia curiosidad por conocerme pero, eso sí, tenía que ser en un momento en el que no hubiera nadie en la consulta. Así que organicé el encuentro una noche y vinieron los dos.

—-¿Y qué le dijo el nobel?

—-Me dijo que él no creía en estas cosas pero que le había picado la curiosidad viendo las cosas insólitas que le había adivinado a su señora. Se me quedó mirando, se echó a reír y me dijo que le gustaría abrirme la cabeza para ver si tenía el cerebro como las demás personas. Algo tienes en tu cabeza, me dijo, que no puede estar colocada como en la de todos.

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