Da rabia beber sin alegría
El fútbol se hizo para las peñas y para las multitudes, para el graderío habitado, no para ese esqueleto que vimos ayer tarde en el Nou
Camp. En la tradición liguera, este Barça-UD Las Palmas, el equipo que fue de Germán y de Guedes, y que ahora sigue siendo de Juan Carlos Valerón, merece el honor de los gritos y de las celebraciones, pues en cierto modo el sistema mental del juego grancanario, heredero también de Molowny y de Carnevali y de Tonono, tiene en la tradición del equipo azulgrana no sólo un continuador sino un serio competidor. Pues ahí estaban los dos, solos como almas en pena. Una grada vacía no es ya sólo un insulto a la televisión, que vive de esa animación variopinta de turistas e hinchas colorados de pasión; una grada vacía es un insulto a la esencia misma del fútbol, que vive de la emoción colectiva, perdiendo o ganando. Y ese insulto ha sido organizado por la directiva del Barça para quedar bien con dios, que es el fútbol y quienes lo practican, y el diablo, que es quienes se burlan de él y lo utilizan para cualquier cosa. En este caso, para nutrir a la política de abrazos que el fútbol no tiene por qué dar.
Hicieron muy bien los futbolistas en querer jugar, y lo hicieron medianamente, teniendo en cuenta ese silencio atroz que deben sentir allá abajo, en una olla opaca a la que no llegaban ni la inspiración ni el fuego de la grada. Jugaron como si estuvieran sordos; sus zapatazos se escuchaban como retumbos de tambores del final de una guerra en la que ya no quedan soldados sino bosques. Y marcó el Barça tres goles tristes. Me acordé de un verso ilustre de un poeta leonés, Victoriano
Crémer, que me aprendí de memoria al tiempo que me hice del Barça, en la adolescencia: “¡Dios, qué vida, da rabia beber sin alegría!” El fútbol así es para los directivos. El fútbol es ruido y furia, como la novela de William Faulkner.