AS (Baleares)

Dos porteros y un animal charrúa

- PATRICIA CAZÓN

El Bernabéu está aún por llenarse, el derbi aún por jugarse, pero la grada ya silba, atrona.

Oblak calienta. Enfrente,

Courtois, frente al pasado. Le saludó Saúl con un tiro desde fuera del área o Koke, una vez compañero de habitación, pintándole su nombre al balón. Se sentiría ahí muy cómodo el Atleti. Si el Madrid se acercaba como un púgil testando, sin golpear fuerte, sin daño, dos veces intentaría­n los rojiblanco­s un gancho de izquierda, y las dos se toparían con ese que un día fue suyo. Tibu lo llamaban, Courtois es sólo ahora, como para todos los demás. Es la vida, la gente que viene y se va, como las mareas, sólo lo que pesa se queda, esa vida que va pasando en el rodar del balón mientras el reloj descuenta. No hay nada que

Simeone controle mejor. Hasta Ceballos.

Lopetegui tiraría de esa carta para achicharra­r el plan del Cholo como la carne en una barbacoa, y darle el juego al Madrid. Precipitó el tiempo. Y que dos rojiblanco­s sacaran cabeza.

Giménez, derramando su sangre charrúa en la hierba, para llegar a cada balón, y salvar, brutal,un día más. Giménez y Oblak, ese que calentaba cuando el Bernabéu aún se llenaba, el que se quedó con la portería de

Tibu: conseguirá que sus paradas se conviertan en un adjetivo. Las Oblakianas.

Asensio ayer puede contarlo. Los guantes de los porteros dejaron al derbi sin gol. Y ese animal. Galeano le habría dedicado un capítulo en su

Fútbol a sol y sombra.

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