AS (Baleares)

Estadios que suman puntos

- AXEL TORRES

“Ayer visité por primera vez El Sadar y me pareció que no había nada de tópico ni...”

Aveces hablamos de “campos que ganan partidos” porque una transmisió­n es muy larga, porque hay que escribir casi todos los días y porque en la radio habrá que decir algo que no haya dicho el que ha intervenid­o justo antes. La mayoría de equipos del mundo sacan más puntos en casa que fuera, pero en la Europa del siglo XXI el “factor campo” ya no marca tantas diferencia­s como en los orígenes del fútbol, cuando se inventaron conceptos como “la media inglesa” o normas como el valor doble de los goles a domicilio a raíz del mérito superlativ­o que se le daba a todo aquello que se conseguía con el público en contra. Ahora hay mucho de tópico en aquello de los infiernos y las encerronas, pero algunos feudos conservan su carácter numantino y siguen multiplica­ndo el rendimient­o de sus anfitrione­s. En la Liga española, El

Sadar es indudablem­ente uno de ellos.

Ayer lo visité por primera vez, y me pareció que no había nada de tópico ni de cantinela mil veces repetida en la fama que le precedía. Es difícil ver a un Barça más atascado, más incapaz de mover el balón con sentido, que el que se observó en la primera parte de Pamplona. Tuvo mérito Jagoba

Arrasate con su planteamie­nto inteligent­e cerrando los espacios por dentro, pero la historia del partido no puede entenderse sin resaltar la electricid­ad que emanaba de las gradas y que contagiaba a los jugadores rojillos, pegajosos e intensos hasta el extremo.

Pero el gran milagro del Sadar llegó después, cuando el 1-2 y el enorme desgaste físico local hacían presagiar un desenlace claramente decantado hacia el lado del campeón. Osasuna estaba muerto, ya llegaba tarde a la presión y a las ayudas, pero resucitó con un cambio, con un tiro y con mucha fe. Jagoba introdujo a Villar, éste convirtió en una ocasión el primer balón que tocó y el estadio volvió a creer que era posible empatar pese a que no quedaba energía. La grada levantó a un conjunto agotado y lo empujó hacia un arreón que acabó con el penalti del 2-2. La inercia la invirtió el ambiente.

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EL SADAR. Los jugadores celebran el gol con la grada.

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