AS (Baleares)

La cuesta de Gareth Bale

- CARLOS MARAÑÓN

"Lo tomas por sus goles, ya que sus carreras y sus centros no se valoran, o lo dejas"

Cayó agosto, ya mengua el día. Finiquitas­te las vacaciones, vuelves al curro con 438 correos por contestar, dejaste la cuenta corriente tiritando por los libros de texto y las extraescol­ares y tu equipo es penúltimo en la tabla con un mísero punto, sin marcar un gol. Justo cuando empezabas a acostumbra­rte de tu mala sombra, el fin de semana de la vuelta al cole, llega la jornada de seleccione­s y te remata. Lo raro es que todavía no haya un estudio serio (qué sabrán de fútbol en el MIT) sobre cómo afecta a la ingesta de ansiolític­os un España-Islas Feroe en plena cuesta de septiembre.

En estos días me deprimo tanto como cuando escucho a algún futbolista (no digo media punta por no faltar) hincharse diciendo que prefiere dar pases de gol antes que meterlos, tratando la esencia del fútbol, el único objetivo consagrado en sus reglas, como la urna con las cenizas del padrino que no sabes dónde poner. Messi jamás lo diría. Ni Pelé, Di Stéfano o Maradona. Tampoco Cruyff ni Cristiano. George Best quizá, pero sólo al salir del pub. ¿Por qué, de pronto, el gol mancha? Como ya sólo lo valora el mercado en euros, parece que haya que buscar nuevos adornos políticame­nte correctos para un deporte que no necesita artificio.

Por eso me gusta Gareth Bale. El futbolista despojado. Jugador sin relato, sin padrinos, sin matices, o está bien o está mal. Sin gracia, incluso. También sin excusas, ni siquiera para dejar de atacarle cuando la caga: su absurda incapacida­d para hablar castellano, su falta de empatía (también conocida como tribuneris­mo), sus cruces de cables en el campo. No lo necesita, lo tomas por sus goles, ya que sus carreras y sus centros no se valoran (no como a Vinicius), o lo dejas. Aunque, chicharros aparte, quizá sólo me cae bien porque cada vez se parece más a Katharine Hepburn en su papel en 'La impetuosa': alta, elegante, andrógina, jugaba tan bien a todo que al final no sabía si estaba en una cancha de tenis o en un campo de golf. Con suerte, Spencer Tracy se comería a Jonathan Barnett de un bocado.

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SIN ARTIFICIOS. Gareth Bale, con el Madrid.

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