Sainz agranda su leyenda
Carlos Sainz es uno de los grandes deportistas españoles de la historia. También del mundo. Ya lo era antes de conquistar su tercer Dakar, pero es una buena oportunidad para recordarlo. El mismo año que celebrará el trigésimo aniversario del primero de sus dos Mundiales
de Rally, allá por 1990, Sainz ha vuelto a dominar las dunas, en una soberbia exhibición de pilotaje, estrategia y navegación, que ha acompañado con cuatro victorias de etapa. Tiene 57 años, una edad en la que la mayoría de campeones cuentan sus gestas como batallitas del pasado. El madrileño es una leyenda de ayer, pero también de hoy. Sainz ya ganaba títulos internacionales a primeros de los 90, cuando el deporte español no era lo que ahora y vivía de un puñado de nombres: de Indurain, de Arantxa, de Blanca, de Bruguera, de Olazábal, de Cacho… y de Sainz. En aquellos tiempos nos hizo familiarizarnos con un deporte poco popularizado en España y con nombres como Kankkunen, Auriol, Biasion y McRae. Hoy, 30 años después, esos rivales se han transformado en Peterhansel y Al Attiyah.
Sainz llegó a este Dakar relegado en los titulares por Fernando Alonso, pero era sabido que mientras el mérito del doble campeón de la Fórmula 1 procedía de la valentía de pasar de los circuitos a los raids, el madrileño aspiraba realmente a todo. Una vez más. Alonso lo ha hecho bien para un debutante, 13º en la general y segundo en la 8ª etapa, pero Sainz competía en otra liga, la de los mitos del desierto. El piloto de Mini afrontó la última etapa con una ventaja de diez minutos, que gestionó con maestría, y con la etiqueta amenazante del “trata de arrancarlo, Carlos”, que le privó del título de rally a 500 metros de la meta en 1998. Aquel suceso forma parte de su excepcional historia, de una leyenda de mala suerte, pero sigo pensando que Sainz es un hombre afortunado. Su palmarés le delata.