AS (Baleares)

El Madrid mete la cabeza en la Liga

Un testarazo de Casemiro le deja a tres puntos del Atlético tras un discreto partido ● Courtois, crucial Los centrocamp­istas sujetan al equipo blanco y los delanteros no existen ● El Valladolid mereció más pero falló en el remate

- LUIS NIETO REMATES REPORTAJE GRÁFICO PHOTOGENIC Y AGENCIAS

El Madrid se acostó a tres puntos del líder Atlético. Una buena noticia que le costará explicar, un triunfo con un gran portero y ningún delantero, tres puntos que salieron a su encuentro sin más merecimien­tos que el todocampis­mo de Modric y Casemiro. Y así, casi sin creer en ello, cuando esperaba que la Champions le limpiase de pecados, la ola le devolvió a la Liga, una vida extra para cuando deje de ser un equipo a medias por las lesiones. El Valladolid hizo lo que debía y ni con eso le alcanzó.

La cosa en el Madrid, porque venían mal dadas, comenzó por los de siempre y ha derivado en los que hay. Zidane decidió, viendo las estrechece­s de la trastienda, repetir hasta la exageració­n con los buenos. Ahora se conforma con los sanos (once de campo, servicios mínimos). Y entre ellos no están los tres tenores de la plantilla: Ramos, Hazard y Benzema. Carácter, fantasía y eficacia, la santísima trinidad. Imposible no acusarlo. Tanto percance ha permitido trepar de muy abajo a arriba a Vinicius y, sobre todo, a Mariano, que de cuarto nueve ha pasado a primero cuando Mayoral y Jovic emprendier­on la fuga y se lesionó Benzema. Su ingreso en el equipo no es un cambio de piezas, es meter en el área una hormigoner­a donde solía haber un Rolls. Con lo poco que produjo el equipo su empeño fue inútil.

El Valladolid también anda repleto de bajas y corto de puntos, pero está acostumbra­do al corredor de la muerte. No tanto con Sergio, que le hizo cruzar de orilla hace tres años y lo ha mantenido sin taquicardi­as en las dos últimas temporadas. Pero ahora aprieta la soga y el técnico optó por abrigar al equipo con un quinto centrocamp­ista y quitarle compañía a Sergi Guardiola. En su cabeza estaba que el Madrid se ha indigestad­o este curso con equipos que proponían poco y se cerraban mucho. Cádiz o Alavés habían sido capaces de hacerle perder primero la paciencia, luego la disciplina y, finalmente, los puntos.

Sin embargo, la alineación decía una cosa y el equipo, la contraria, porque al intento del Madrid de bajarle la temperatur­a al duelo respondió el Valladolid con una acometida loca. En un minuto tuvo que hacer tres paradas Courtois, la primera y la tercera, de reglamento, a tiros de Orellana y Alcaraz; la segunda, milagrosa, a zapatazo de Janko. El Madrid salió como si nadie le hubiera contado los sucesos del Wanda, como si la Liga estuviera igual de lejos que hace dos semanas. El equipo pareció contagiado de ese clima de la semana de Champions, con ese Haaland o Mbappé que, como las bicicletas, son para el verano; con ese vivir en el futuro con el presente aún

manga por hombro. El Valladolid tuvo más fútbol y más hambre. De lo primero se ocupó Orellana, al que su carácter le ha estropeado parte de su carrera pero que, a los 35 años, anda aún sobrado de habilidad. De lo segundo, la voluntad del equipo por presionar arriba, por ir a todas las disputas, por replegar con orden ante las contras del Madrid. Dos acabaron en Mariano y en gol, pero con el ariete en claro fuera de juego ambas veces.

Con todo, Modric era la mano que mecía el partido con ese amplio repertorio que maneja: es capaz de acelerar y frenar, de salir con un quiebro o guardarse el balón. Una buena batuta en una orquesta poco afinada, porque Asensio aún no sabe si es ópera o zarzuela y porque Vinicius sigue sin concretar lo que empieza. La mejor oportunida­d del Madrid fue un clásico y una premonició­n: centro de Kroos y cabezazo alto de

Casemiro. Más que nunca, Zidane está en manos de sus centrocam- pistas, todos buenos pero ninguno llegador, de esos que ofrecen doce goles por campaña.

El asunto no mejoró de salida para el Madrid. Poca presencia en campo ajeno y manotazos esporádico­s del Valladolid. El más notable, un error clamoroso de Mendy que le puso en bandeja una volea a Orellana. El chileno empalmó con violencia, pero sin ninguna colocación. Fue al muñeco y el muñeco no se movió.

Sergio entendió que la situación invitaba a ir más allá y para eso metió a Jota, un futbolista de ocurrencia­s, por Janko, un exterior de músculo. El Madrid no sólo viajaba ya desarmado sino también desorienta­do, sin la pelota con la que se había defendido más o menos en la primera mitad. Zidane interpretó lo mismo, que por ahí no se iba lejos y tiró de lo poco que tenía:

Isco, el ángel caído, y los filiales Arribas y Hugo Duro. Y cuando estaba a punto de renovar su trío de ataque, volvió el clásico: otra rosca de Kroos a balón parado y el cabezazo providenci­al de Casemiro, picado y cruzado. Letal. Un gol sin previo aviso, en pleno desierto.

Los nuevos le dieron al Madrid un punto más de posesión, por la movilidad de Arribas, mientras el Valladolid se tomaba el final a la tremenda, con Weissman y Kodro, dos rematadore­s de cuna, ya metidos en el ajo.

Pero el gol lo había cambiado todo. Al Valladolid le costó más proponer y al Madrid menos protegerse, la parte más salvable de una noche oscura. Un triunfo, en definitiva, para engañar al tiempo mientras recobra la salud.

 ??  ?? Casemiro, en el momento de marcar de cabeza, a pase de Kroos (que sacó la falta) el único tanto del encuentro que dio la victoria al Madrid.
Casemiro, en el momento de marcar de cabeza, a pase de Kroos (que sacó la falta) el único tanto del encuentro que dio la victoria al Madrid.
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