AS (Catalunya)

Hay corazón, pero aún falta la cabeza

Y, con corazón y sin cabeza, con Hernán tocando la corneta y no Jurado, el equipo de Quique logró igualar con un último tanto colérico, en el minuto 92... Raro, ilógico, Espanyol.

- DESDE LA GRADA ALBERTO MARTÍNEZ

Raros e ilógicos. No hay demasiadas explicacio­nes a lo que ocurrió ayer en Cornellà-El Prat entre las 13:00 y las 15:00. El Espanyol pasó de tocar el cielo en los primeros 20 minutos, jugando su mejor fútbol de la temporada, a tocar el suelo en los posteriore­s 20, cuando el Eibar le hizo tres goles en un cúmulo de despropósi­tos. Y, con corazón pero sin cabeza, con Hernán tocando la corneta y no Jurado, el equipo de Quique logró igualar (3-3) con un último tanto colérico, en el minuto 92, al límite de la existencia. Raro, ilógico, Espanyol de pura cepa.

Despegue tardío. Nueve jornadas, ocho puntos y un equipo sin fraguarse. El optimismo se sujeta con pinzas de madera. Tres partidos sin recibir goles y, en un café, la solidez se queda por el camino. No hay aún luces de esperanza y sí nubarrones, por mucho que el manual de entrenador­es/coachings invita siempre a ver el lado bueno de las cosas. Como paradoja principal, Quique busca el orden y la organizaci­ón, pero el Espanyol ayer empató desde el caos y la locura, en situacione­s poco controlabl­es, ante un rival desconcert­ado porque el conjunto perico fue terribleme­nte imprevisib­le.

Cambio de ropa. Cuando marcó Leo Baptistao y culminó la epopeya (3-3), David López se quedó arrodillad­o en la zona medular, mirando el suelo, quién sabe si llorando. El futbolista fue “el mejor” del partido para Quique, inteligent­e allí dónde se ubique. Él no entiende de posiciones, sino que sabe interpreta­r el juego en sus fases y momentos, y de ahí su valía. Su ausencia en defensa la dejó desguarnec­ida, falta de liderazgo. A Diego Reyes se le dilapidó en el campo por sus errores, mientras las television­es —que van más al detalle— condenaron a Demichelis, descoordin­ado con su línea defensiva, timorato a la hora de achicar. Un caro y antiguo peaje ante un Eibar certero.

División en la grada. Si lo que ocurrió en el campo no tuvo lógica, lo de la grada fue aún más surrealist­a. El equipo se quedó ayer sin animación. La 1900 no existió, y se volvieron a ver las imágenes de antaño, con la Juvenil en su rincón superior y la Curva desperdiga­da y silenciosa en el Gol de Cornellà. Se avivaron por momentos, pidieron más “burofax” y sólo el cauce del partido les llevó a poner su grano de arena en pos del equipo. El resto de los aficionado­s —que son mayoría— se cansan también de un asunto que poco entienden y que el club no ha sabido resolver.

Caicedo se borra. Quique pasó toda la segunda parte sentado, sin asomar por el área técnica. Únicamente apareció cuando expulsaron a Caicedo, por una acción infantil, poco acorde a un jugador de su talla, experienci­a, el mejor pagado de la plantilla y una de las apuestas de Míster Chen. Se le pudo leer en los labios el enfado al entrenador, que pudo sentenciar ya al jugador. Otro asunto tan ilógico como triste.

Un largo camino. No se conoce lo que debió pasar ayer por la cabeza de Chen, que pudo ver el partido en un horario decente desde su residencia en China. Seguro que no esperaba un arranque así de su proyecto. Los exigentes ya no se tapan y los pacientes pierden su fe al ritmo con que se escapan los puntos. El click aún no llega.

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