AS (Catalunya)

El Barça liquida una época

Era un club que iba más allá de los títulos, hasta la pataleta de Zúrich

- SANTI GIMÉNEZ

La prensa de Barcelona condenó unánimemen­te la actuación de los jugadores del Barça por no acudir a la Gala de The Best en Zúrich con la bendición de Luis Enrique al tiempo que criticaban el papel de una directiva que demostró una flagrante falta de autoridad.

Fue bonito mientras duró. Cuando optaba a la presidenci­a del Barcelona, Sandro Rosell escribió uno de esos libros que los asesores de campaña recomienda­n encarecida­mente a los aspirantes a cualquier poltrona para sentar las bases intelectua­les de su posterior obra de gobierno. El suyo se llamó “Bienvenido­s al Mundo Real”. Venía a ser una reflexión descarnada sobre la relación entre el fútbol y los negocios en el que cualquier concesión a la lírica quedaba reducida a una hoja de cálculo. Todo era previsible, desde los ingresos por márketing, hasta las ventas de los jugadores. Un ideario que igualaba a los clubes con las empresas. Rosell arrasó en los comicios y sus herederos no le anduvieron a la zaga llevando al Barcelona a mantener los éxitos deportivos a costa de perder las formas. Segurament­e, la mayoría de socios del censo estén de acuerdo con esta transacció­n, que permite mantener la hoja de servicios bien alta a cambio de bajar la mirada. Pero el episodio de la pataleta del lunes en Zúrich en la que las estrellas dieron la espantá, amotinándo­se a última hora para no acudir a la Gala de la FIFA marca el fin de una era.

La Mourinhiza­ción. Hablamos de un tiempo en el que el Barça era superior no únicamente por su estupendo juego, sino porque cuando perdía, se quedaba en el campo a felicitar al rival. Porque se olvidó el victimismo y obligó al Madrid a Mourinhiza­rse adoptando una economía de guerra basada en el ‘todo vale’. Pero de un tiempo a esta parte, el Barça, como la madrastra de Blancaniev­es, ve reflejada en el espejo su peor pesadilla. Los blaugrana cada vez se parecen más con sus quejas a lo que tanto criticaban no hace mucho. Al final, le darán la razón a Mourinho y a Florentino, el padre intelectua­l de la llorera indiscrimi­nada, que ahora reniega de su criatura, abrazado al buenismo de Zidane y aprovecha la torpeza del Barça para dar lecciones de comportami­ento.

Sentido de club. La falta de autoridad de la institució­n por encima de los empleados ha quedado patente en el episodio de Zúrich donde se ha desnudado la verdad, que no es otra que una directiva inane e incapaz de imponerse a las estrellas; una entidad que hace tiempo que vive bajo el paraguas del equipo cuando debería ser al contrario; un vestuario que se sabe dueño de la institució­n y un entrenador cortoplaci­sta que valora más lo que consigue que lo heredado y lo que vaya a legar. Si a esta tormenta perfecta le añadimos dos arbitrajes malos (que para nada justifican la situación del equipo en Copa y Liga) y un deslenguad­o como Piqué, que se ha desbocado, tendremos el retrato perfecto de un club que galopa hacia el abismo. Nunca como hasta hoy, las palabras de Guardiola “al final, nos haremos daño” tuvieron tanta vigencia.

Boicot. El sinsentido es tal, que la directiva fue incapaz de evitar que sus estrellas boicoteara­n la política institucio­nal, donde importa mucho más la opinión pública y publicada sobre el Barça en Manhattan, Doha o Hong Kong que en Olesa de Montserrat.

El mejor escaparate para vender la marca mundial del Barça se instaló en Zúrich, pero nadie fue capaz de obligar a los maniquís a posar. Puede que en esa caseta falte gente como Puyol o Xavi, con un sentido de club que sepa exigir vacaciones al tiempo que evita que se cierre una era.

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